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Meg bajó corriendo los escalones del porche y se apresuró por el sendero. Sus ojos iban una y otra vez de Kyla al desconocido moreno y alto que sostenía a su nieto en brazos.

– Mamá, papá, éste es el señor Rule. Trevor Rule.

– Encantado -dijo Trevor educadamente y se pasó a Aaron al brazo izquierdo para estrechar la mano de Clif Powers.

– Y ésta es mi amiga y socia, Babs Logan -añadió Kyla.

– Hola, señorita Logan.

Los ojos de Babs examinaban a Trevor con aprobación.

– ¿Qué tal? ¿De dónde te ha sacado Kyla?

Babs no tenía mucho tacto, no sabía contenerse. Soltó lo que los Powers estaban pensando y no tenían la osadía de preguntar. Sus modales se lo impedían.

– Ha sido él el que nos ha encontrado a nosotros -respondió Kyla.'

– ¿Dónde está tu coche? -repitió Clif.

– Sigue en el centro comercial.

– Creo que se ha quedado sin batería -añadió Trevor educadamente.

– El señor Rule se ha ofrecido a traernos a casa.

– Todo un caballero -comentó Babs. Sus ojos todavía estaban muy ocupados examinando a Trevor-. ¿Y qué le parece todo esto al señor Rule?

¡La mataría!, pensó Kyla. ¡Tan pronto como encontrara ocasión la mataría con sus propias manos!

Trevor se limitó a sonreír mientras depositaba a Aaron en el suelo. Normalmente éste habría echado a correr, pero en cuanto sus pies tocaron el suelo, empezó a gimotear. Sus manos gordinflonas se aferraron a las perneras mojadas de los vaqueros de Trevor, el cual se agachó de nuevo, volvió a alzar en brazos al niño y le palmeó suavemente el trasero. Dichoso, Aaron se abrazó a él.

– Lo siento -murmuró Kyla, incómoda al ver que su hijo se había encariñado tan rápidamente-. Pásamelo y así podrás marcharte.

– No pasa nada -le aseguró Trevor con una sonrisa cálida.

Durante un instante, sus miradas se cruzaron y fue como si estuvieran los dos solos. Se olvidaron momentáneamente de que tenían una ávida audiencia de tres personas.

– El niño tiene la ropa mojada -comentó Meg.

– Ah, sí -respondió Kyla, obligándose a salir del breve trance-. Se ha caído en la fuente.

Los Powers se alarmaron al instante. La curiosidad de Babs iba en aumento.

– ¿Antes o después de quedarte sin batería? -preguntó su amiga, divertida.

– Antes. Trevor se metió en el agua y lo pescó. No te preocupes, mamá, no le pasa nada. Sólo está mojado.

– ¿Cómo ha sucedido?

– Le estaba dando de comer un helado -Kyla ofreció una versión resumida de la secuencia de acontecimientos-, y cuando volví a mirar a mi alrededor, había desaparecido y la gente estaba congregada alrededor de la fuente. El señor Rule estaba allí con Aaron en brazos.

– ¿Saltaste dentro de la fuente para pescar a Aaron? -preguntó Babs a Trevor, señalando los vaqueros con un movimiento de cabeza. Las perneras todavía estaban mojadas por debajo de las rodillas.

– Sí.

– Mmm -ronroneó Babs, y miró a Kyla de un modo cómplice que hizo que a esta última le dieran ganas de abofetearla.

Clif y Meg estaban ocupados agradeciendo a Trevor su rápida actuación y elogiándolo por la amabilidad que había mostrado con Kyla y Aaron. Ninguno de los tres se dio cuenta de la conversaciónque tenía lugar entre las dos amigas. Éstas hablaban sólo moviendo los labios, sin articular sonido.

– Está de chuparse los dedos.

– Cállate.

– Tienes la blusa mojada.

Inmediatamente, Kyla inclinó la cabeza y vio que, efectivamente, la tela mojada de la blusa todavía se le pegaba al pecho y que se le transparentaba el sujetador de encaje.

Levantó la vista a tiempo de sorprender a Trevor mirándola. Los ojos de él habían seguido a los de Kyla, y subieron de inmediato a la cara de ella. Todo eso sucedía mientras Meg, que estaba quejándose de lo rápido que desaparecían de vista los niños de la edad de Aaron y cómo eran especialistas en meterse en líos, concluía diciendo:

– ¿Por qué no entra a tomar un café, señor Rule?

– ¡No!

Las mejillas de Kyla se pusieron coloradas al darse cuenta de que había dicho aquello en voz alta. Se humedeció los labios.

– Quiero decir que ya hemos entretenido mucho al señor Rule -se acercó para tomar en brazos a Aaron y casi se lo arrancó a Trevor de los brazos-. Gracias otra vez. Nos has ayudado muchísimo, y lo de traernos a casa ha sido muy amable por tu parte -«y ahora vete», terminó de decir en silencio.

– Ha sido un placer -dio un pellizco a Aaron en la barbilla-. Adiós, chico. Me alegro de haberte conocido -dijo, y se despidió de los demás con una inclinación de cabeza. Con paso lento y relajado, apenas entorpecido por la cojera, dio media vuelta y se alejó hacia su ranchera. Agitó la mano por última vez y se marchó.

Algo cohibida, Kyla se volvió hacia sus padres y Babs, que estaban mirándola con expectación.

– Voy a quitarle a Aaron esta ropa mojada -se abrió paso hacia la casa, pero los tres fueron tras ella y la rodearon cuando estaba llegando al amplio y espacioso vestíbulo.

– ¡Cuenta, cuenta!-pidió Babs.

Era la mejor amiga de Kyla desde la escuela. Su madre había muerto cuando eran adolescentes. Desde entonces, su padre solía trabajar doble jornada en una fábrica de Dallas. Durante sus años de estudiante, Babs pasaba tanto tiempo en casa de los Powers como en la suya propia. Se consideraba parte de la familia y ellos también la veían así.

– ¿Contarte qué?

– Pues de él… ¿Qué impresión te ha dado?

– Ninguna.

Kyla se dirigió a la cocina para darle a Aaron un zumo de frutas. Lo puso en la trona y abrió el frigorífico. Babs y sus padres la rodearon de nuevo.

– ¿De verdad se metió en la fuente para rescatar a Aaron? -preguntó Meg, y se hizo a un lado sólo cuando Kyla la apartó para sacar un vaso.

– Tampoco es tan heroico, mamá. Ni que se hubiera lanzado a aguas infestadas de tiburones… Es una fuente que apenas cubre, y Aaron no debía de llevar en el agua más de unos segundos.

No podía creerse que ahora estuviera minimizando el incidente. Hacía tan sólo una hora, pensaba que Aaron podría haberse ahogado de no ser por los reflejos de Trevor Rule.

– ¿Y el coche? -preguntó su padre-. ¿Cómo sabía lo del coche?

– Bueno, eh…, es que salió conmigo.

– ¿Te acompañó al coche? -preguntó Babs.

– Sí -respondió Kyla concisamente.

– Mmm.

– ¿Quieres dejar de decir «mmm»? Ni que estuvieras haciendo un diagnóstico. Y me gustaría que dejarais de mirarme como si me estuviera guardando un cotilleo jugoso. No es más que un hombre, ¿de acuerdo? Un hombre lo bastante amable como para ofrecerme su ayuda. La verdad -dijo con exasperación-, parecéis una banda de gatos hambrientos que hubieran atrapado al último ratón de la ciudad.

– No tenía por qué haberte traído a casa -apuntó Meg.

– Sólo trataba de ser amable.

– Cojea. Me pregunto qué le habrá ocurrido -dijo pensativamente Clif.

– No es asunto nuestro. No vamos a volver a verlo nunca más. Y, papá, será mejor que llames al taller para que se ocupen del coche. ¿Necesitas que te ayude con la cena, mamá?

Sus padres reconocieron su tono de voz. Era cortante, tajante, el mismo que había empezado a usar hacía unos meses para hacerles saber que el luto por la muerte de Richard había tocado a su fin. Con aquel tono brusco les había dado a entender que no hacía falta que anduvieran de puntillas y hablaran a media voz, como si estuvieran en el funeral. Había quedado claro que no pensaba tolerar más mimos. Aquel tono les indicaba cuándo debían retirarse, y había llegado el momento.

– No, gracias, cariño -Meg declinó su ofrecimiento-. Vete arriba para cambiar a Aaron. No vamos a cenar más que unos sandwiches, no necesito ayuda. ¿Te vas a quedar, Babs?

– Esta noche no, gracias. Tengo una cita.