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Carlos Castaneda

El Silencio Interno

INTRODUCCION

El conocimiento silencioso fue una faceta entera en la vida y actividades de los chamanes o brujos que vivieron en México en tiempos antiguos. De acuerdo con don Juan Matus, el maestro chamán que me introdujo al mundo cognoscitivo de los chamanes, el conocimiento silencioso era el resultado más codiciado por ellos, y lo buscaban a través de cada una de sus acciones y pensamientos.

Don Juan definió el conocimiento silencioso como un estado de la conciencia humana en el que todo lo que es pertinente al hombre es instantáneamente revelado, no a la mente o al intelecto, sino al ser total. Explicó que existe una banda de energía en el universo que los chamanes llaman la banda del hombre, y que dicha banda está presente en los seres humanos. Me aseguró que para los chamanes videntes, quienes ven directamente cómo fluye la energía en el universo, y que pueden ver al ser humano como un conglomerado de campos energéticos en forma de una esfera luminosa, la banda del hombre es un borde de luminosidad compacta que corta transversalmente la esfera luminosa en un ángulo de izquierda a derecha. La totalidad de la esfera luminosa es del tamaño de los brazos extendidos hacia los lados y hacia arriba y, en esa esfera luminosa, la banda del hombre mide quizá alrededor de treinta centímetros de ancho. El conocimiento silencioso, explicó don Juan, es la interacción de energía dentro de esa banda, una interacción que es instantáneamente obvia para el chamán que ha logrado alcanzar el silencio interno. Don Juan dijo que el hombre común y corriente tiene una noción vaga de esta interacción energética. El hombre la intuye y trata de deducir su funcionamiento, de descubrir sus permutaciones. Por otro lado, un chamán recibe una descarga de la totalidad de esta interacción en cualquier momento en que la ejecución de esta interacción sea solicitada.

Don Juan me aseguró que el preludio al conocimiento silencioso es un estado de la percepción humana que los chamanes llaman el silencio interno, un estado libre de pensamientos y verbalizaciones silenciosas, al que los chamanes llaman el diálogo interno.

No importa cuánto se esforzó don Juan por hacerme comprender sus definiciones y explicaciones sobre el conocimiento silencioso, éstas permanecieron siempre oscuras, misteriosas, inescrutables. En su esfuerzo por aclarar aún más este punto, don Juan me dio una serie de ejemplos concretos del conocimiento silencioso. El que más me gustó, debido a su alcance y a su pertinencia, es algo que él llamaba los lectores del infinito.

Los lectores del infinito es algo que suena como a una metáfora pero es, más bien, una descripción fenomenológica que don Juan usaba para describir una condición perceptiva chamánica. Me dijo que esta condición chamánica concordaba con las metas y las expectativas del hombre de hoy en día, y que el hombre del siglo veinte es un lector que lee textos con una predilección especial. Tales textos pueden tener el formato de un libro, un escrito de computadora, un manual, literatura, descripciones técnicas, etcétera.

En su búsqueda continua por encontrar soluciones y respuestas, a sus indagaciones, los chamanes del México antiguo descubrieron que cuando se alcanza el silencio interno, la conciencia del hombre puede dar fácilmente un salto a la percepción directa de la energía reflejada en cualquier horizonte dado. Ellos usaban el cielo como horizonte, así como las montañas o, en un espacio más reducido, las paredes de sus moradas. Eran capaces de ver energía reflejada en esos horizontes como si estuvieran viendo una película. Describieron concisamente este fenómeno, como la visualización de la energía con apariencia de un matiz -para ser precisos, un punto rojizo en el horizonte, color rojo granada. Lo llamaron el manchón color granada.

Esos chamanes aseguraban que, en un momento dado, ese manchón de color granada explotaba y se convertía en imágenes que ellos veían como si estuvieran realmente viendo una película. Este logro perceptivo los convirtió en lo que ellos llamaron espectadores del infinito.

Don Juan creía que en mi caso era más apropiado considerar leer el infinito en lugar de verlo, ya que yo era dado a leer con la misma pasión, sino es que con más, que lo que los chamanes del México antiguo eran dados a ver. Don Juan dejó perfectamente claro que ser un lector del infinito no quiere decir leer energía como si uno leyera un periódico, sino que las palabras se formulan con toda claridad a medida que uno las lee, como si una palabra llevara a otra, formando conceptos totales que se manifiestan y luego se desvanecen. El arte de los chamanes es tener la habilidad de reunir y preservar estaos conceptos antes de que se olviden al ser reemplazados con nuevas palabras, con los conceptos nuevos de un flujo interminable.

Don Juan continuó explicando que los chamanes que vivieron en México en tiempos remotos, y que establecieron su linaje, fueron capaces de alcanzar el conocimiento silencioso después de haber entrado en su matriz: el silencio interno. Dijo que el silencio interno era un logro de tan tremenda importancia, que lo consideraban la condición esencial del chamanismo.

Don Juan puso tal énfasis en este silencio, que mi ambición era alcanzarlo. Quería llegar al silencio interno de inmediato. Sentía que no tenía un solo instante que perder. Cuando le pedí a don Juan que me diera una explicación concisa de los procedimientos a seguir, se rió de mí.

– Aventurarse en el mundo de los chamanes -dijo-, no es como aprender a manejar un automóvil. Uno necesita manuales e instrucciones para manejar un auto. Para alcanzar el silencio interno uno necesita intentarlo.

– Pero, ¿cómo puedo intentarlo? -insistí.

– La única manera en que puedes intentarlo es intentándolo -declaró.

Una de las cosas más difíciles de aceptar, para el hombre de hoy en día, es la ausencia de procedimientos. En la actualidad, el ser humano parece estar bajo el poder de manuales, prácticas, métodos, pasos a seguir. El hombre de hoy en día toma notas incesantemente, hace diagramas, está profundamente involucrado en "saber cómo". Pero en el mundo de los chamanes, dijo don Juan, los procedimientos y los rituales son meros instrumentos para atraer y enfocar la atención. Son artificios que se usan para forzar el enfoque de nuestro interés y determinación. No tienen ningún otro valor.

Don Juan creía que al hombre moderno le encantan las palabras, como si retuviese un sentimiento que ha sobrevivido hasta hoy de lo significativo que fue para él hablar por primera vez. Esto parece explicar su intenso énfasis en la palabra. Las encantaciones verbales parecen ser un retroceso a ese estado de enamoramiento con las palabras. Los chamanes creen que una larga serie de palabras, dichas en voz alta, debe haber ejercido un poder mesmérico.

Debido a la fuerza de sus prácticas y sus metas, los chamanes refutan el poder de la palabra. Se definen a sí mismos como navegantes en el mar de lo desconocido. Para ellos, la navegación es un hecho práctico, y navegar quiere decir moverse de un mundo a otro sin perder sobriedad, sin perder fuerza; y, para lograr realizar esta hazaña de navegación, no puede haber procedimientos o pasos a seguir, sino un solo acto abstracto que define todo: el acto de reforzar nuestro lazo con la fuerza que se extiende a través del universo, una fuerza que los chamanes llaman el intento. Debido a que estamos vivos y conscientes estamos de por sí, ya, íntimamente relacionados con el intento. Lo que necesitamos, de acuerdo con los chamanes, es hacer que ese lazo forme parte de nuestros actos conscientes, y ese acto de volvernos conscientes de nuestro lazo con el intento es otra forma de definir el conocimiento silencioso.