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La colocó debajo de él, con los dedos aún entrelazados en sus cabellos, y unió su boca a la suya. Sus caderas se frotaron y la erección de Jake quedó aprisionada entre los cuerpos. Había algo excitante y prohibido en aquellas caricias.

– Jake -susurró ella.

El sonido de su nombre en los labios de Caley fue como alimentar un fuego con gasolina. El deseo se avivó y el beso se hizo más voraz y apasionado.

Era Caley, la chica a la que había conocido desde siempre y a la que había procurado evitar a toda costa. Pero ahora podía ser suya, allí, en esa cama. No había nada que pudiera detenerlos. El momento nunca había sido el adecuado, pero su instinto le decía que la ocasión perfecta había llegado.

Mientras la besaba, se vio atrapado en una fantasía mil veces revivida en sus sueños. Deslizó la mano bajo su camiseta y le acarició el pezón con el pulgar a través del sujetador. Ella se estremeció y se arqueó contra él, pero sin abrir los ojos. Un pensamiento inquietante asaltó a Jake, y por un momento temió que estuviera dormida y soñando. Se apartó y la observó atentamente mientras seguía acariciándole el pecho.

– ¿Caley?

– ¿Jake? -murmuró ella.

– Abre los ojos.

Ella los abrió y lo miró fijamente. Al principio con una expresión vacía, y enseguida con desconcierto.

– Buenos días -murmuró él.

Caley frunció el ceño y se frotó los ojos con los puños. Un grito de pánico salió de sus labios, se apartó de él con un empujón y se cayó de la cama, con las piernas desnudas enredadas en el edredón.

– ¿Qué… qué estás haciendo en mi cama?

– Creo que la pregunta apropiada sería… ¿qué estás haciendo tú en mi cama?

– No es tu cama. Es la habitación de Emma. Es su cama… -parpadeó frenéticamente-. Y tú no eres ella.

– Emma se está alojando en el hotel del pueblo para tener un poco de paz y tranquilidad. No quedaba sitio en nuestra casa, y tu madre me ofreció la última cama libre.

El móvil empezó a sonar de nuevo, y Caley miró a su alrededor. Se arrastró por el suelo hasta agarrar su bolso y miró a Jake con recelo mientras sacaba el móvil.

– ¿Diga?

Jake le sonrió, recorriendo con la mirada sus largas piernas desnudas hasta sus braguitas negras. Sí, la adolescente desgarbada había dejado paso a una mujer increíblemente sexy.

– Sí, John. Lo entiendo. No, me pondré a ello enseguida y lo tendrás hoy mismo… De acuerdo… Tú también. Adiós.

– ¿Tu novio?

– Mi jefe -murmuró ella-. ¿Has estado en esta cama toda la noche… conmigo?

Jake asintió, tragándose una maldición. Había estado dormida…

– Sí, pero no contigo. Quiero decir, que no hemos hecho nada. Tan sólo estábamos uno al lado del otro. Y luego… bueno, te despertaste -lo último que quería era que Caley saliera corriendo, acusándolo de ser un pervertido-. Eh, no pasa nada… Estaba oscuro. Me confundiste con tu hermana. ¿Cómo podrías haberlo sabido?

Ella lo miró con el ceño fruncido.

– Entonces no estábamos… no estaba… No ha pasado nada, ¿verdad?

Jake puso una mueca.

– Bueno, ha habido algo, pero también se debió a una confusión. Di por hecho que te habías metido en la cama conmigo por una razón, y…

Ella se tocó los labios.

– ¿Me has besado?

– Y tú me devolviste el beso. Luego nos tocamos un poco, pero sin desnudarnos… salvo cuando me metiste la mano por los calzoncillos.

El teléfono volvió a sonar. Caley abrió la boca, pero la volvió a cerrar sin articular palabra. Miró el identificador de llamada y esa vez decidió no responder. En vez de eso, agarró el extremo del edredón y tiró de él para cubrirse, dejando destapado a Jake. Lo miró con desconfianza, esperando su próximo movimiento.

– ¿Creías que era otra persona? -le preguntó él.

– Sí -espetó ella, pero por su expresión de culpa era obvio que estaba mintiendo.

– ¿Algún otro hombre llamado Jake?

– Sí. Conozco a tres o cuatro Jake.

Él agarró un extremo del edredón y se cubrió el regazo. No podía asegurar que «nada había pasado» con una erección delatora bajo los calzoncillos. Se aclaró la garganta y se obligó a sonreír.

– Bueno, ¿y cómo te ha ido en todo este tiempo? Ha pasado… ¿cuánto? ¿Once años?

Ella asintió, aferrándose el edredón contra el pecho. Tenía las mejillas coloradas, respiraba con dificultad, y el pelo le caía suelto y alborotado por los hombros. A Jake nunca le había parecido tan hermosa, y bajó la mirada hacia los dedos de los pies, cuyas uñas perfectamente pintadas asomaban bajo la manta. Se había pasado mucho tiempo mirándole los pies cuando eran jóvenes, simplemente para apartar la vista de sus pechos.

– Tu madre dijo que no llegarías hasta esta mañana -comentó.

– Decidí venir directamente desde el aeropuerto. ¿Cuándo has llegado?

– Ayer. ¿Y bien? ¿Qué me puedes contar de tu vida?

– No mucho -respondió ella-. Nada más que trabajo. Sigo en la misma empresa de relaciones públicas en la que entré al acabar la universidad. Me hicieron socio el mes pasado. ¿Y tú?

– Tengo mi propia empresa de diseño. Me dedico a la arquitectura residencial. Mi especialidad son las casas de vacaciones, basándome en los diseños clásicos.

– Interesante -respiró hondo, como si estuviera cansada de aquella charla intrascendente-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué se te ha perdido en la fiesta de aniversario de mis padres?

Entonces Jake se dio cuenta de que Emma no le había contado nada a su hermana. Se preguntó si debería ser él quien le diera las buenas noticias o si debería enterarse por su familia en el desayuno, y decidió que serviría para desviar la atención de lo que acababa de ocurrir.

– No es una fiesta de aniversario -dijo-. Se trata de Emma y de Sam.

Ella frunció el ceño al oír el nombre del hermano menor de Jake.

– ¿Emma y Sam?

– Van a casarse.

Caley ahogó una exclamación y lo miró con una expresión de absoluta incredulidad. Aquélla era la Caley que él recordaba. Siempre encontrando la manera de estar en desacuerdo con él, aunque estuvieran discutiendo por dónde salía el sol.

– No tiene gracia.

– Es la verdad -afirmó él-. Por eso estamos todos aquí. Va a ser una boda sencilla en la iglesia episcopal del pueblo, el Día de San Valentín. Emma ya tiene el vestido y han conseguido la licencia.

– Ni siquiera han salido juntos -observó Caley.

– Supongo que sí lo habrán hecho. Se han estado viendo en secreto durante los últimos tres veranos. No querían que nadie lo supiera. Ya sabes cómo son nuestras madres y cuánto deseaban que hubiera una unión entre los Lambert y los Burton. Se comprometieron en Año Nuevo y decidieron casarse enseguida, antes de que Fran y Jean pudieran planear una gran ceremonia.

– Pero sólo tienen veintiún años -dijo Caley-. Son muy jóvenes. ¿Qué saben del matrimonio? -respiró hondo y lo miró, como si necesitara tiempo para asimilar la noticia. Bajó lentamente la mirada al pecho y las piernas de Jake, y tiró del edredón hasta la barbilla-. ¿No podrías vestirte y…?

En ese momento se abrió la puerta del dormitorio y asomó la cabeza Teddy, el hermano menor de Caley.

– Hola, Jake. ¿Vas a querer…? -el resto de la frase murió en su garganta al ver la escena-. Hola, Caley. Estás en casa… -miró a Jake y esbozó una sonrisa forzada-. Bueno… el desayuno está listo -murmuró mientras cerraba la puerta.

– Oh, no -gimió Caley, poniéndose en pie-. No, no, no. Ahora será el tema de conversación durante el desayuno. Los dos juntos en ropa interior…

– Y en la misma cama -añadió él-. Podríamos volver bajo las mantas y darles algo en qué pensar… -sugirió, pero levantó las manos al recibir la mirada asesina de Caley-. Lo siento. Ha sido una broma.