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– Desde luego. Empezaré ahora mismo.

– Te lo agradezco.

Salió y cerró la puerta. Brandon apretó los dientes. Necesitaba que Kelly reconsiderara su vestuario. Hasta sus tobillos le causaban palpitaciones. Los zapatos de tacón que llevaba hacían cosas increíbles con cada centímetro de sus piernas.

Una hora después, cuando el resto del equipo se había ido a casa, salió a buscar un informe a la zona que ocupaba Kelly. Ella fruncía los labios y hacía mohines mirándose en el espejo de su polvera. Al verlo, parpadeó, cerró la cajita y la echó al cajón.

– Sé que me arrepentiré de preguntarlo pero ¿qué estabas haciendo? -preguntó él.

– Nada. ¿Qué necesitas? ¿Un informe? ¿Cuál? -se levantó y abrió el primer cajón del archivador.

– Me estás picando la curiosidad, así que será mejor que me lo digas -insistió él.

– Vale -Kelly apretó los dientes con rabia-. Roger se quejaba de mi forma de besar, así que estaba practicando en el espejo. Ya. ¿Contento?

– Roger es un auténtico idiota -movió la cabeza-. ¿Por qué te importa lo que piensa?

– Ya te lo dije, quiero recuperarlo.

– Eso es lo incomprensible -fue al archivador y empezó a pasar las carpetas-. ¿Dónde está el nuevo informe de Montclair Pavilion?

– Lo tengo aquí -le dio una fina carpeta. Parecía tan abatida, que Brandon sintió lástima de ella.

– Mira, seguro que besas como una diosa -le dijo-. Así que olvídate de lo que piensa Roger.

– Desearía poder practicar con algo más que un espejo -rezongó ella.

– Ya -asintió él, hojeando la carpeta-. Suele funcionar mejor si te devuelven el beso.

– Supongo que no estarías dispuesto a ayudarme con eso -le lanzó una mirada esperanzada.

– Por favor, Kelly, seriedad -hizo una mueca.

– ¿Qué quieres decir? -Ella lo comprendió de repente-. ¡Oh! ¡No, no! No pretendía que tú me besaras… De ningún modo querría que tú… Bueno, lo diga como lo diga, no va a sonar bien.

– Pues dilo, sin más.

– Vale. No me refería a que me besaras tú -se sentó al borde del escritorio-. El caso es que tengo una lista de posibles…, eh, participantes. Pensaba que podías revisarla conmigo y hacer sugerencias.

– ¿Tienes una lista? -no tendría que sorprenderse tanto. Kelly hacía listas para todo-. A ver si lo he entendido. Has hecho una lista de hombres a los que te planteas pedir ayuda con… ¿la asignatura de besar?

– Eso es -ella pasó una página y la estudió.

– ¿Y yo no estoy en la lista? -inquirió.

– ¿Qué? No, para nada -movió la cabeza y alzó la mano-. Por supuesto que no. Eres mi jefe.

– Bien. Mejor que eso esté claro.

Brandon tendría que sentir alivio, sin embargo, su irritación se disparaba. Por lo visto, servía para juzgar sus malditas bragas, pero no para besarla.

Se reconvino por pensar cosas ridículas; la situación se le estaba yendo de las manos. Soltó el aire lentamente, desechó su reacción personal e intentó centrarse en la extraña misión de Kelly.

– ¿Quién está en la lista? -preguntó, casi temiendo oír la respuesta.

– ¿Qué opinas de Jean Pierre? -ella lo miró.

– ¿El chef del hotel? -se extrañó, incrédulo.

– Es francés -explicó-. Inventaron el beso, ¿no?

– Ni lo sueñes. Jean Pierre no. Sería el principio de un incidente internacional. De ninguna manera.

– Vale, vale -tachó el nombre de Jean Pierre de la lista-. ¿Qué tal Jeremy?

– ¿El tipo que corta el césped?

– Es paisajista de jardines -corrigió ella-. Casi un artista. Podría saber mucho del arte del amor.

– Es gay.

– ¿En serio? ¿Por qué no sé yo esas cosas? -resopló con frustración y tachó el nombre de Jeremy-. ¿Nicholas, el fabricante de vino? Es alemán…

– Déjame ver la lista -le quitó la libreta y miró los nombres-. ¿Paulo, el chico de las cabañas?

– Es mono -alegó ella, algo desesperada.

– Olvídalo. ¿Quién es Rocco?

– Uno de los conductores de limusina.

– ¿Cuál?

– El tipo grande que tiene…

– Da igual -negó con la cabeza-. No.

– Pero…

– No -le devolvió la lista-. Tírala. No quiero que vayas por ahí besando al personal, diablos.

– Bien -mirándolo con furia, arrancó la hoja, la arrugó y la tiró a la papelera-. Supongo que tienes razón. Podría dar una impresión equivocada.

– ¿Podría? -comentó él, con tono sarcástico.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho, lo que, maldita fuera, daba más realce a sus senos.

– ¿A quién puedo pedir ayuda? -apoyó la cadera en el escritorio-. Tengo una semana antes de que llegue Roger. Podría practicar bastante. ¿Tienes algún amigo?

– No.

– Lástima -frunció los labios, pensativa-. Tal vez haya alguien en la ciudad que…

– No es buena idea -interrumpió él, con un tono que ponía fin a la discusión. «No es buena idea» se quedaba muy corto. Era una de las peores ideas que había oído en su vida. No la quería besando a los empleados ni a los confiados residentes de Napa Valley. Sería el colmo que a los lugareños le diera por hablar de la loca de los besos de Mansion Silverado Trail.

Sin embargo, la tensión de la mandíbula de Kelly indicaba su empeño en poner su plan en práctica. Y si lo hacía a sus espaldas con, por ejemplo, un encargado de la piscina…

Brandon contempló los brillantes labios fruncidos y supo que el único hombre que podía ayudarla a mejorar su técnica al besar era él. Sobre todo porque, de repente, no soportaba la idea de que besara a otros.

– Vale -dijo con brusquedad-. Yo te ayudaré.

– Pero tú no estás en la lista.

– No importa. Voy a ayudarte porque no quiero que andes por ahí asustando a los empleados.

Ella se apartó del escritorio, se puso las manos en las caderas y lo miró con la cabeza ladeada.

– Sé que lo has dicho sin mala intención.

– Perdona. Sí -movió la cabeza como si quisiera borrar sus palabras-. Desde luego.

– No me parece buena idea -afirmó ella.

– Es la única forma de evitar que te metas en problemas por aquí.

– No me meteré en problemas.

– Lo sé, porque seré yo quien te ayude.

– De acuerdo. Te lo agradezco, Brandon -Kelly tomó aire y lo soltó lentamente. Dio un paso hacia él, pero Brandon alzó la mano para detenerla.

– Espera. Hay que fijar unas normas básicas.

– ¿Normas? ¿Por qué?

– Porque me niego a que te enamores de mí.

– ¿Enamorarme de ti? -ella parpadeó y empezó a reírse-. ¿Estás de broma?

– ¿Te parece gracioso? -él se sintió insultado.

– Sí -Kelly reía como una colegiala-. La idea de que pudiera ser lo bastante boba como para enamorarme de ti es muy graciosa.

– ¿Lo bastante boba?

– Sí, boba -levantó una mano y empezó a contar dedos-. Eres gruñón por la mañana, dejas los periódicos tirados por todas partes, tienes una cita con una mujer y luego no vuelves a llamarla, eres como un niño grande cuando estás enfermo…

– Espera un momento -protestó él. Pero ella se había animado y parecía estar disfrutando.

– ¿Y esas supersticiones que mantienes de cuando jugabas al fútbol? Cielos, llevar los mismos calcetines en todos los partidos ya era malo, pero también oí que solo comías sardinas y arándanos la noche antes de jugar. ¿Sigues haciendo eso antes de cerrar una negociación?

Brandon había oído más que suficiente.

– Lavaban los calcetines después de cada partido -dejó la carpeta en una silla y se acercó.

– ¿Ah, sí?

– Sí -le colocó la mano en la nuca y la atrajo hacia sí-. Y tanto sardinas como arándanos son excelentes fuentes de ácidos omega tres.

– Fascinante -susurró ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.