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Un avatar de la nave y un grupo de humanos le dieron la bienvenida. Sus dependencias resultaron ser generosas hasta el punto de la extravagancia; tenía una piscina para él solo y el lateral de uno de los camarotes tenía vistas al abismo cuya pared más lejana, a un kilómetro de distancia, era una batanga de estribor del VGS. Otro dron muy discreto desempeñaba el papel de sirviente.

Lo invitaron a tantas comidas, fiestas, ceremonias, festivales, inauguraciones, celebraciones y otros eventos y reuniones que el dispositivo de administración de compromisos de su traje llenó dos pantallas solo con la lista de las distintas formas de clasificar tanta invitación. Quilan aceptó algunas, especialmente las que incluían música en directo. La gente era amable. Él era amable con la gente. Algunos expresaron su pesar con respecto a la guerra. Él se mostraba digno y apaciguador. Huyler echaba chispas en su mente, escupiendo escarnios a cada momento.

Quilan viajó y paseó por aquella inmensa nave, atrayendo las miradas a cada paso que daba. En una nave de treinta millones de pasajeros, no todos humanos ni drones, y él era el único chelgriano. Pero raras veces alguien le daba conversación.

El avatar le había advertido de que, entre los que intentarían charlar con él, habría periodistas que podrían retransmitir sus comentarios en los servicios de noticias de la nave. En tales circunstancias, la indignación y el sarcasmo de Huyler supondrían toda una ventaja. De todas formas, Quilan mediría sus palabras minuciosamente antes de decirlas, pero también escucharía los comentarios de Huyler en determinados momentos, fingiendo perderse en sus propios pensamientos. Le satisfizo y le divirtió ver cómo se ganaba una gran reputación como ser inescrutable como resultado.

Una mañana, antes de que Huyler estableciese contacto con él tras la hora de gracia, Quilan se levantó de la cama y se acercó a la ventana que daba a la zona exterior. Cuando ordenó que la superficie se tornase transparente, no se sorprendió de ver las llanuras de Phelen a través de ella, quemadas, llenas de cráteres, extensas en la distancia humeante bajo un cielo de color ceniza. Una carretera en ruinas las atravesaba y, sobre ella, circulaba el camión cochambroso y mutilado a la velocidad de un insecto amuermado por el invierno. Quilan se dio cuenta de que no se había despertado ni levantado, y de que todo era un sueño.

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El destructor terrestre sufrió una sacudida y tembló bajo él, enviándole hondonadas de dolor a todo el cuerpo. Se oyó gemir a sí mismo. El suelo debía de estar vibrando. Se suponía que se encontraba bajo aquella cosa que lo tenía atrapado y no dentro de ella. ¿Cómo había ocurrido aquello? Qué dolor. ¿Acaso estaría muriendo? Sería eso. No podía ver nada y le costaba respirar.

A cada rato, imaginaba que Worosei le habría limpiado la cara, o lo habría colocado sentado para que estuviera más cómodo, o se habría limitado a hablar con él, dándole ánimos, con tranquilidad; pero parecía más que, de alguna forma (imperdonable), había caído dormido cada vez que ella hacía esas cosas, y solo se despertaba al haberse marchado ella. Intentó abrir los ojos pero no lo consiguió. Intentó hablar con ella, gritar para que regresase, pero no lo consiguió. Y, tras unos instantes, intentaría levantarse con todas sus fuerzas, solo para asegurarse una vez más de haber perdido el contacto con ella, con su aroma, con su voz.

Sigues vivo, ¿eh, Entregado?

¿Quién eres? ¿Qué pasa?

Oyó voces a su alrededor. Le dolía la cabeza. Y también las piernas.

Tu moderna armadura no te ha salvado, ¿eh? Podrían haberte atiborrado de líquidos. No tendrían ni que haberte machacado primero. Alguien se echó a reír.

El dolor de sus piernas se hizo insoportable. El suelo tembló bajo él. Debía de encontrarse en el interior del destructor terrestre, con su tripulación. Estaban enfadados porque había sufrido un impacto y los habían matado. ¿Estaban hablando con él? Tenía que haber soñado lo de la cabina y los incendios, o tal vez el vehículo era muy grande y ahora se encontraba en una zona que no había sufrido daños. No todos estaban muertos.

¿Worosei? dijo una voz. Se dio cuenta de que debía de ser la suya.

Ooh, ¡Worosei! ¡Worosei! dijo otra voz, burlándose de él.

Por favor suplicó. Intentó mover los brazos, pero solo consiguió que le dolieran aún más.

Ooh, Worosei, ooh, Worosei, por favor.

Antiguo edificio de la facultad, bajo los juzgados Rebote, en el Instituto Técnico Militar, ciudad de Cravinyr, Aorme. Allí era donde los habían almacenado. Las almas de los viejos soldados y estrategas militares. No deseados en tiempos de paz, ahora eran considerados como un importante recurso. Además, mil almas eran mil almas, y merecía la pena salvarlas de la destrucción de los rebeldes Invisibles. La misión de Worosei; su idea. Osada y peligrosa. Había movido los hilos para llevarla a término, lo mismo que había hecho anteriormente cuando se habían unido, asegurarse de que ella y Quilan serían destinados juntos. Hora de marcharse. ¡Ahora! ¡Rápido!

¿Acaso habían estado allí?

Le pareció recordar el aspecto del lugar… el laberinto de pasillos, las pesadas puertas, la oscuridad y el frío, la falsa iluminación del visor del casco. Los otros; dos escuderos, Hulpe y Nolica, los mejores, confiables y fieles, una especie de triunvirato o trinidad de las fuerzas especiales del Ejército. Worosei al lado, con el rifle colgado del hombro y sus gráciles y elegantes movimientos, incluso con el traje. Su esposa. Tendría que haber persistido en su intento de detenerla, pero ella había insistido. Su idea.

El dispositivo de sustratos estaba allí; era mayor de lo que imaginaban, del tamaño de una cabina de refrigeración doméstica. Nunca llegaremos a la nave. No al mismo tiempo.

Hey, Entregado. Ayúdame a quitarte esto. Vamos. Alguien seguía riendo.

Quitarte esto. Nada de recuperar. La nave.

Y ella tenía razón. Dos de los militares llegaron con la máquina. Nunca lo conseguiría.

¿Era Worosei? Acababa de limpiarle la cara, lo habría jurado. Intentó llamarla con todas sus fuerzas, intentó decir algo.

¿Qué está diciendo?

Y yo qué sé. Qué más da.

Uno de los brazos le dolía muchísimo, ¿sería el izquierdo o el derecho? Se enfadó consigo mismo por no poder determinar cuál era. Qué absurdo. ¡Ay! Worosei, ¿Por qué…?

¿Estás intentando arrancarlo?

No, solo el guante. Tendrá anillos o algo. Siempre llevan algo.

Worosei le susurró algo al oído. Se había quedado dormido. Ella se acababa de ir. Intentó llamarla de nuevo.

Llegaron los Invisibles con armamento pesado. Tendrían alguna nave, probablemente con escolta. Tormenta de nieve intentaría permanecer oculta, en ese caso. Estaban solos. Esperando que la pequeña nave regresase por ellos. Luego los descubren, los atacan y los pierden a todos. Locura, destellos y explosiones por todas partes, mientras la facción de los Leales se cubría y contraatacaba desde donde demonios se encontrara. Corrieron bajo la lluvia; el edificio que dejaron atrás ardió y se derrumbó, reduciéndose a escombros por culpa de las armas energéticas. Era de noche y estaban solos.

¡Dejadlo!

Nosotros solo…

Haced lo que se os dice u os dejo tirados en la puta carretera, ¿comprendido? Si vive, pediremos un rescate. Incluso muerto vale más que dos de vosotros juntos, imbéciles descerebrados, así que aseguraos de que sigue vivo cuando lleguemos a Golse, o lo seguiréis de cerca hasta el cielo.