– Pero, seguramente, sir Basil -dijo Vicary-, no dispondremos de suficientes aviones, carros de combate y lanchas de desembarco para despilfarrarlos en una impostura.
– Claro que no. Vamos a fabricar maquetas a escala natural, a base de lona y contrachapado. Vistas a nivel del suelo, parecerán lo que son, imitaciones toscas hechas a toda prisa. Pero desde el aire, a través de los objetivos de las cámaras de reconocimiento de la Luftwaffe, darán el pego, todo parecerá auténtico.
– ¿Cómo sabemos que los aviones de reconocimiento van a pasar?
Boothby dibujó en su rostro una amplia sonrisa, acabó su bebida y, sin prisas, encendió un cigarrillo.
– Ahora vamos a eso, Alfred. Sabemos que pasarán porque vamos a permitirles que lo hagan. No a todos ellos, naturalmente. Si lo hiciéramos así, les olería a cuerno quemado. La RAF y los aparatos estadounidenses surcarán el cielo constantemente, patrullan-do por encima del PGEEU; acosarán y ahuyentarán a la mayor parte de los intrusos. Pero a algunos, sólo a los que vuelen por encima de los mil metros, diría yo, se los dejará pasar. Si todo se desarrolla conforme al guión, los analistas de la vigilancia aérea de Hitler le dirán lo mismo que los escuchas destacados en el norte de Francia: que hay una gigantesca concentración de fuerzas aliadas congregada en las cercanías del Paso de Calais.
Vicary meneaba la cabeza.
– Comunicaciones por radio, fotografías aéreas, dos medios a través de los cuales los alemanes pueden reunir datos acerca de nuestras intenciones. El tercer medio, naturalmente, lo forman los espías.
¿Pero realmente quedaban espías? En septiembre de 1939, la víspera del estallido de la guerra, el MI-5 y Scotland Yard llevaron a cabo una redada general. A todos los sospechosos de espionaje se los encarceló, se los convirtió en agentes dobles o se les ahorcó. En mayo de 1940, cuando ingresó Vicary, el MI-5 estaba entregado a la captura de los nuevos espías que Canaris enviaba a Inglaterra para reunir datos sobre la invasión que se anunciaba. Esos nuevos espías sufrieron el mismo destino que la oleada anterior.
Cazar espías no era el término apropiado para describir lo que hacía Vicary en el MI-5. Técnicamente era un agente de contraespionaje. Su tarea consistía en asegurarse de que la Abwehr pensara que sus espías continuaban en sus puestos, que aún reunían información y aún seguían enviándola a los agentes de Berlín. El MI-5 había logrado manipular a los alemanes desde el mismo comienzo de la guerra, mediante el control del flujo de información que salía de las Islas Británicas. También consiguió que la Abwehr se abstuviera de enviar nuevos agentes a Gran Bretaña porque Canaris y sus oficiales de vigilancia creían que la mayor parte de sus espías aún estaban en ejercicio.
– Exactamente, Alfred. La tercera fuente de informes de Hitler acerca de la invasión la constituyen sus espías. Mejor dicho, los espías de Canaris. Y ya sabemos lo eficaces que son. Los agentes alemanes que controlamos aportarán una contribución vital al Plan Escolta al confirmar a Hitler gran parte de lo que puede observar desde el cielo y oír a través de las ondas. A decir verdad, ya hemos hecho entrar en el juego a uno de nuestros agentes dobles, Tate.
Tate se había ganado su nombre en clave a causa de su asombroso parecido con el popular artista de variedades Harry Tate. Su verdadero nombre era Wulf Schmidt y se trataba de un agente de la Abwehr lanzado en paracaídas desde un Heinkel 111 sobre el condado de Cambridge la noche del 19 de septiembre de 1940. Aunque no estaba asignado al caso de Tate, Vicary conocía los datos básicos. Tras pasar la noche al raso, el germano enterró su radio y su paracaídas y se llegó a pie a una aldea cercana. Hizo su primer alto en la peluquería de Wilfred Searle, donde compró un reloj de bolsillo para sustituir al de muñeca que se le había roto al saltar del Heinkel. A continuación compró un ejemplar de The Times a la señoril Field, encargada del puesto de periódicos, se lavó en la fuente de la aldea el tobillo hinchado y tomó el desayuno en un pequeño bar. Por último, a las diez de la mañana, el soldado Tom Cousins, de la Home Guard local, lo puso bajo custodia. Al día siguiente lo trasladaron a las instalaciones del MI-5 en Ham Commons (Suney) y allí, al cabo de trece días de interrogatorio, Tate accedió a trabajar como agente doble y a enviar por su radio a Hamburgo mensajes falsos.
– A propósito, Eisenhower está en Londres. Sólo unos cuantos escogidos de nuestro bando están enterados de ello. Sin embargo, Canaris lo sabe. Y ahora, Hitler también. La verdad es que los alemanes sabían que Eisenhower se encontraba aquí antes de que se aposentase para pasar su primera noche en Hayes Lodge. Sabían que estaba aquí porque Tate se lo comunicó. Era perfecto, naturalmente, una información aparentemente importante y, sin embargo, completamente inocua. Ahora, la Abwehr cree que Tate posee una fuente significativa y creíble dentro de la JSFEA. La fuente será fundamental a medida que se aproxime la fecha de la invasión. A Tate se le proporcionará una importante mentira para que la transmita. Y, con un poco de suerte, la Abwehr también se creerá eso.
»En las próximas semanas, los espías de Canaris observarán signos de una gigantesca concentración de hombres y material en el sureste de Inglaterra. Verán tropas estadounidenses y canadienses. Verán campamentos y puestos de escala. Escucharán historias horrorosas, en boca del público británico, acerca del espantoso inconveniente de tener tantos soldados hacinados en un lugar tan pequeño. Verán al general Patton circulando veloz por los pueblos de East Anglia, con sus botas relucientes y su revólver de cachas de marfil. Los buenos llegarán incluso a enterarse de los nombres de los altos mandos militares y enviarán esos nombres a Berlín. Tu propia red Doble Cruz desempeñará un papel fundamental.
Boothby hizo una pausa, aplastó la colilla del cigarrillo y encendió otro inmediatamente.
– Pero veo que sacudes la cabeza, Alfred. Supongo que has localizado el talón de Aquiles de todo este plan de embaucamiento.
Los labios de Vicary se curvaron en una prudente sonrisa. Conocedor del aprecio que Vicary tenía por la historia y las tradiciones griegas, Boothby daba por sentado que, por asociación de ideas, el profesor pensaría automáticamente en la guerra de Troya cuando él, Boothby, empezara a exponerle los detalles de la Operación Fortaleza.
– ¿Me permite? -preguntó Vicary e indicó con un gesto el paquete de cigarrillos Players de Boothby-. Me temo que dejé los míos abajo.
– Faltaría más -dijo Boothby. Tendió a Vicary los cigarrillos y mantuvo encendida la llama del mechero para darle lumbre.
– Aquiles murió al ser alcanzado por una flecha que fue a clavársele en su único punto vulnerable, el talón -explicó Vicary-. El talón de Aquiles de Fortaleza es la circunstancia de que puede echarlo por tierra un sólo informe genuino de alguna fuente en la que Hitler confíe. Requiere, pues, la total manipulación de todas las fuentes informativas que poseen Hitler y sus agentes de inteligencia. Para que Fortaleza funcione hay que intoxicar a todos y cada uno de ellos. Hitler tiene que quedar envuelto en una completa telaraña de mentiras. Si un hilo de verdad la atravesara, el plan entero podría desenredarse. -Vicary, que se interrumpió para darle una calada a su Players, no logró resistir la tentación de plantear un paralelo histórico-. Cuando Aquiles cayó, concedieron su armadura a Ulises. Nuestra armadura, me temo, se la otorgarán a Hitler.
Boothby cogió su vaso vacío y lo hizo rodar deliberadamente en la palma de su enorme mano.
– Ese es el peligro inherente a todo ardid militar, ¿no es cierto, Alfred? Casi siempre señala el camino de la verdad. El general Morgan, planificador de la invasión, lo expresó mejor. No haría falta más que un espía alemán decente recorriese a pie la costa sur de Inglaterra, desde Cornualles hasta Kent. Sí eso sucediera, todo el proyecto se vendría abajo estrepitosamente y, con tal fracaso, se desmoronarían todas las esperanzas de Europa. Ese es el motivo por el que nos hemos pasado la tarde encerrados con el primer ministro y por el que estás tú aquí ahora, Alfred.