Cuando la espora entró en mi cuerpo, mi destino fue convertirme en simbonita; pero cuanto más avanzado es el anfitrión en término evolutivos, más dura el proceso de conversión. Estuve más de un año en un estado semicomatoso mientras tenía lugar la metamorfosis interna, y durante ese tiempo mi capacidad telepática no estaba bajo control. En un determinado momento, los simbonitas de Farland llegaron a ser conscientes de mi existencia, y enseguida comprendieron lo que estaba ocurriendo.
No son una raza beligerante o ambiciosa. Las conquistas violentas no forman parte de sus costumbres, pero adivinaron lo suficiente de la naturaleza humana para temer que surgieran simbonitas humanos en Overland. Construyeron una astronave, que funciona según unos principios que nunca podría explicaros, y volaron hasta allí.
Me alejaron en secreto de mi gente, temerosos de que yo tuviese hijos. Esa acción fue necesaria desde su punto de vista, porque los hijos de mis hijos también serían simbonitas, y con el tiempo todo el planeta estaría poblado de ellos. Surgiendo de un nivel evolutivo más elevado, habrían sido muy superiores a los simbonitas de Farland. Aunque transformados, es casi seguro que hubieran conservado la afición humana por la exploración y la expansión, e inevitablemente habrían llegado a Farland. Por eso estoy aquí, y aquí han decidido que me quede.
—Hubiera sido mucho más fácil matarte —dijo Zavotle, expresando un pensamiento que se le había ocurrido a más de uno en la tripulación del Kolkorron.
Sí, y ése es precisamente el tipo de pensamiento que indujo a los simbonitas a secuestrarme. No son una raza asesina, por tanto se contentaron con aislarme de los míos y esperar a que muera por causas naturales. Sin embargo, cometieron el error de subestimar mi potencia telepática. No se les ocurrió que fuese capaz de ponerme en contacto con Bartan para calmar su pena. Y yo tampoco esperé esta terrible consecuencia; de lo contrario hubiera permanecido en silencio —el rostro indefinido de Sondeweere, a la vez lejano y próximo, expresaba dolor—. Soy responsable de cualquier cosa que os suceda.
—Pero… ¿por qué estamos en peligro? —preguntó Berise Narrinder, hablando con Sondeweere por primera vez—. Si tus secuestradores son tan timoratos como dices, serán incapaces de oponernos resistencia.
La disposición a matar no es un sinónimo de valor. Aunque los simbonitas abominan el asesinato, lo emplearán si lo juzgan necesario; pero no son los únicos a quienes tendréis que enfrentaros. Los nativos farlandeses son los instrumentos de los simbonitas… y son muchos, y no tienen escrúpulos respecto al derramamiento de sangre.
—Tampoco nosotros, cuando la causa es justa —dijo Toller—. ¿Pueden descubrirnos los simbonitas antes de que aterricemos?
Probablemente no. Ninguna mente, sea o no telepática, puede continuar funcionando sin protegerse a sí misma del bombardeo esférico de información. Yo os descubrí por mi relación particular con Bartan.
—¿Tienes libertad de movimientos?
Sí, puedo moverme por el planeta a voluntad.
—En ese caso —dijo Toller, todavía asombrado por su capacidad para comunicarse con una aparición mental—, seguramente tendrás poder para guiar nuestra nave espacial a un lugar remoto y solitario, de noche, si fuese necesario, donde podamos encontrarte y traerte con nosotros a bordo. Bastará con unos segundos… Ni siquiera será necesario que la nave tome tierra, y entonces podremos volver a Overland.
Me maravilla tu presunción, Toller Maraquine. ¿Te atreves a imaginar que tu análisis de las posibilidades, llevado a cabo en un momento, es superior al mío?
—Bueno, yo…
No te molestes en contestar. En vez de eso, deja que te haga otra pregunta. Por última vez, ¿es totalmente imposible que pueda persuadiros de volver?
—Seguiremos adelante.
En ese caso… —la imagen de Sondeweere empezó a retirarse mientras hablaba—, nos encontraremos según tus condiciones. Pero os aseguro que lamentaréis el día en que salisteis de Overland.
Capítulo 16
El Kolkorron completó dos órbitas al planeta a una altura de más de cuatro mil kilómetros, precipitándose a través de los tenues márgenes exteriores de la atmósfera. Y entonces, después de que Sondeweere estuvo satisfecha por haber considerado todas las variables, dio instrucciones para que realizasen una serie de descargas en el motor principal, cuyo efecto fue anular la velocidad de órbita de la nave.
El Kolkorron empezó a caer verticalmente hacia la superficie de Farland. Al principio la velocidad de caída era indetectable, pero a medida que las horas pasaban fue aumentando, y los que estaban a bordo empezaron a oír la burbujeante acometida del aire contra el entablado del casco.
Tipp Gotlon estaba en los mandos; por indicación de la omnisciente Sondeweere, puso la nave en posición vertical —con la popa hacia abajo—, y produjo una larga descarga en el motor, que no sólo frenó el descenso sino que también provocó un pequeño empuje ascendente. En esa fase, la nave estaba rodeada por aire que, aunque aún enrarecido, podía permitir la vida humana durante un tiempo razonable. El movimiento ascendente de la nave pronto sería detenido e invertido por la gravedad de Farland, pero de momento las condiciones exteriores se parecían a las de la zona de ingravidez de Overland, y la tarea de separar la nave espacial comenzó.
Antes de salir, Toller fue a la cubierta superior para intercambiar unas últimas palabras con Gotlon, subiendo la escalera con cierta dificultad debido al traje espacial y la carga añadida por el paracaídas y la unidad de propulsión personal. Desde una portilla entraba un haz de luz solar al compartimiento, produciendo un resplandor amarillo en el rostro del piloto, que tenía una expresión de descontento.
—Señor —dijo al ver a Toller—, ¿cómo se las arregla Zavotle con el trabajo en el exterior?
—Se las arregla muy bien —contestó Toller, sabiendo lo que estaba pensando Gotlon.
Había sufrido una decepción cuando le dijeron que tendría que quedarse en la nave, y argumentó que sólo los miembros fuertes y sanos de la tripulación deberían tomar parte en lo que prometía ser una misión de rescate ardua y peligrosa. Toller lo rebatió diciendo que el papel del Kolkorron era de suma importancia para todo el proyecto y, por tanto, la lógica exigía que en los mandos de la astronave se quedase el mejor piloto. El elogio a sus habilidades sólo aplacó levemente a Gotlon.
—El trabajo que se me ha encomendado podría hacerlo hasta un hombre enfermo —dijo, volviendo a su argumento original.
Toller negó con la cabeza.
—Hijo, Ilven Zavotle no es sólo un hombre enfermo. No le gustaría enterarse que te dije esto, pero le queda muy poco tiempo, y creo que en el fondo desea ser enterrado en Farland.
Gotlon pareció violentarse.
—No me había dado cuenta. De modo que por eso ha estado tan hosco últimamente…
—Sí. Y si lo dejásemos solo en la nave y muriera, ¿qué sería del resto de nosotros?
—No me he despedido de él… Yo estaba resentido.
—Eso no le importará, tranquilízate. Mira, lo mejor que puedes hacer por Zavotle es asegurarte de que su cuaderno llegue a salvo a Overland. Hay mucho ahí de incalculable valor para los futuros viajeros del espacio, incluido todo lo que ha aprendido de Sondeweere, y yo te confío la responsabilidad de encargarte de que llegue a manos del rey Chakkell.