El elemento adicional de misterio, la sospecha de amenazas ocultas, funcionaba en él como una potente droga, acelerando su ritmo cardíaco y aumentando su ansiedad. Examinó la oscuridad de abajo, preguntándose si los enigmáticos simbonitas podrían haber interceptado y silenciado a Sondeweere, y si el lugar pensado para el aterrizaje podría estar invadido por soldados que los aguardaban.
Wraker lanzaba ahora ráfagas cortas y frecuentes al globo, reduciendo la velocidad de descenso al mínimo; y a medida que la tierra se acercaba, a Toller sus propios ojos empezaron a tenderle trampas maliciosas. La oscuridad ya no era homogénea, sino compuesta por miles de formas reptantes y serpenteantes, todas ellas con la posibilidad de ser lo que menos deseaba él que fuesen. Las formas se movían bajo la nave sin ruido y sin esfuerzo, manteniendo la velocidad de ésta, con los brazos alzados implorándoles que se acercasen para ser acuchillados y golpeados, cortados a hachazos y convertidos en pequeños trozos anónimos de carne y hueso.
Tuvieron la impresión de que pasaba mucho tiempo hasta que la oscuridad que los rodeaba se hizo penumbra y apareció algo que no era ambiguo: una mancha trémula de color gris claro que poco a poco fue palideciendo hasta convertirse en la figura de una mujer vestida de blanco.
Capítulo 17
—¡Sondy! —gritó Bartan Drumme, inclinándose por encima de la baranda junto a Toller—. ¡Sondy, estoy aquí!
—¡Bartan! —la mujer caminaba rápidamente para alcanzar la nave—. ¡Te veo, Bartan!
No fue ningún asombroso o aturdidor contacto telepático, sino la voz de una mujer cargada de comprensible excitación humana lo que abrumó a Toller con un montón de preguntas. De momento todo su interés por los seres superiores simbonitas había desaparecido, y no podía pensar en nada más que en el misterio de este encuentro.
Allí estaba una mujer que había nacido en su propio planeta y vivido una vida corriente antes de ser transportada a otro en extrañas circunstancias. Todos los dictados de la razón le decían que ella había escapado para siempre del alcance de los humanos; pero su esposo, trastornado por la pena y aturdido por la bebida, había inspirado un viaje a través de millones de kilómetros de espacio y —en contra de todas las previsiones— la había encontrado. Esa mujer, cuya voz temblaba con una emoción natural, estaba a sólo unos metros de él en la oscuridad, y Toller se quedó fascinado ante este hecho.
El sonido del cono de escape y el roce de la vegetación en la parte baja de la barquilla, le hicieron regresar al mundo real. Bartan había pasado sobre la baranda y se apoyaba en el reborde exterior, estirándose hacia su mujer. Ella agarró su mano y en un segundo estuvo de pie junto a él. Toller la ayudó a saltar por encima de la baranda, maravillándose al comprobar que se producía un contacto corporal normal. Bartan volvió a bordo con un ágil movimiento y abrazó a Sondeweere.
Toller, Berise y Zavotle se acercaron espontáneamente a ellos, y los brazos se superpusieron, expresando la alegría de un abrazo múltiple. Éste terminó cuando los apoyos de la barquilla rebotaron contra el suelo, transmitiendo una trepidación a la plataforma.
—¡Arriba! —dijo Toller a Wraker, que al momento inició una descarga larga para reanimar la gigantesca estructura del globo que esperaba pacientemente arriba.
—¡Sí, sí! —exclamó Sondeweere, separándose del grupo y acercándose a Wraker con la mano derecha levantada en un gesto de saludo.
Éste respondió alargando su mano libre, pero el apretón esperado no se produjo: Sondeweere ignoró su mano y, antes de que ninguno de los que observaban pudiera reaccionar, cogió la cuerda roja que conectaba con la banda de desgarre del globo y tiró de ella hacía abajo con una fuerza terrible.
En el confinado microcosmos de la barquilla no hubo ninguna respuesta inmediata, pero Toller supo que el globo había sido asesinado. Por encima de él, un gran trapecio de lienzo se había separado de la corona del globo, y la cubierta estaba ya empezando a arrugarse y a combarse mientras el aire caliente que contenía era expulsado a la atmósfera. La nave estaba ahora condenada a aterrizar sobre Farland, y quizás a quedarse allí para siempre.
—¡Sondy! ¿Qué has hecho?
El grito angustiado de Bartan se oyó con toda claridad sobre el clamor de protestas consternadas. Se lanzó hacia ella con ambos brazos extendidos, como intentando evitar tardíamente que hiciese cualquier movimiento indebido; pero Sondeweere lo esquivó y se deslizó hacia una parte de la barquilla donde no había nadie.
«Sondeweere ha desaparecido», pensó Toller. «Entre nosotros tenemos a la supermujer simbonita».
—Lo he hecho por una razón importante —dijo ella, con voz firme y clara—. Si me escucháis durante…
Sus palabras se perdieron cuando la barquilla chocó contra el suelo en ángulo agudo, despidiendo los cuerpos y el equipo suelto contra uno de sus lados, antes de volver a quedar en posición horizontal.
—Sacad los montantes —gritó Toller, emergiendo de repente de sus meditaciones—. El globo se está cayendo sobre nosotros.
Dio un tirón a la cuerda que aguantaba el montante más próximo y empujó el delgado soporte fuera de la baranda, esperando evitar que el peso de la envoltura que se hundía cayese sobre él. La barquilla se estaba inundando de gas caliente que la boca del globo despedía hacia abajo. Un ruido crujiente le indicó a Toller que al menos uno de los otros montantes había sido ya sobrecargado.
Trepó por un lado, advirtiendo de reojo que los demás hacían lo mismo, y saltó al suelo. Se apartó unos metros —corriendo sobre lo que le pareció hierba normal— y se volvió para ver como se desmoronaba el globo. La enorme forma era aún lo bastante alta para ocultar parte del cielo, pero había perdido toda su simetría. Deformada, retorciéndose como un monstruo agonizante, se hundía a una velocidad creciente. La ligera brisa la empujó, apartándola de la barquilla, y quedó aleteando sobre la hierba, alzándose en curvas ondulantes producidas por el aire atrapado en su interior.
Siguió un breve silencio; después, los miembros de la tripulación se volvieron y se acercaron a Sondeweere. Su actitud no era amenazadora, ni siquiera resentida, pero los cursos de sus vidas habían sido profundamente alterados por su actuación inesperada y buscaban una explicación. Toller los veía bastante bien a pesar de la oscuridad, y advirtió que él era el único que llevaba espada. Obedeciendo a sus antiguos instintos, llevó la mano a la empuñadura del arma y miró a su alrededor, intentando penetrar en los pliegues de aquella noche tan extraña.
—No hay farlandeses en muchos kilómetros —dijo Sondeweere, dirigiéndose directamente a él—. No os he traicionado.
—¿Puedo ser tan osado como para preguntar porqué lo has hecho? —preguntó él con sarcasmo—. Te darás cuenta de que tenemos cierto interés en el asunto.
—Necesitamos saber… —añadió Bartan, con una voz temblorosa que indicaba que él —quizá más que nadie— estaba desolado por el giro de los acontecimientos.
Sondeweere llevaba una ceñida túnica blanca y la ajustó alrededor de su cuello antes de hablar.
—Os invito a meditar sobre dos hechos de suma importancia. El primero es que los simbonitas de este planeta conocen exactamente mi paradero en cada momento. Saben con precisión dónde estoy ahora, pero no sospechan nada ni llevarán a cabo ninguna acción, porque, afortunadamente para todos vosotros, soy de naturaleza inquieta y acostumbro a viajar por todas partes a cualquier hora. El segundo hecho —siguió Sondeweere, hablando con serena fluidez— es que los simbonitas me trajeron aquí en una nave que realiza la travesía interplanetaria en sólo unos minutos.