Theo ya estaba pensando en la aproximación. Podrían anunciarlo con una nota de prensa; la encargada de relaciones públicas que se golpeó la cabeza durante su visión podía enviarla allá donde fueran esas cosas. Pero en la nota podía usar su propio caso como ejemplo; sería el modo perfecto de asegurarse de que el problema recibiera atención mundial.
—Claro —dijo—. Cuenta con ello.
Después de que Michiko se hubiera ido, Theo regresó a su ordenador y comprobó el correo electrónico. Había las cosas habituales, incluyendo correo basura de una compañía en Mauritania. El gobierno de ese país había conseguido un golpe notable: siendo una de las pocas naciones que no había prohibido la publicidad indiscriminada a sus propias empresas, había atraído a miles de negocios a sus costas.
Theo revisó los demás mensajes. Una nota de un amigo en Sorrento. La petición de una copia de un artículo del que era co-autor; al menos en el MIT todo parecía haber vuelto a la normalidad. Y…
¡Sí! Más información sobre su asesinato.
Era de una mujer en Montreal. Pero había nacido en Francia, no en Canadá, y le gustaba seguir las noticias de su patria. El CERN, por supuesto, estaba a horcajadas entre las fronteras francesa y suiza; aunque la ciudad más cercana fuera Ginebra, un asesinato en sus instalaciones era noticia en los dos países.
Su visión le había encontrado leyendo un artículo en Le Monde sobre su asesinato. Todos los hechos concordaban con el relato de Kathleen DeVries, la primera confirmación de que la mujer surafricana no se estaba riendo de él. Pero las palabras sobre el informe eran bastante distintas. No era solo una traducción de los que DeVries había visto, sino un artículo totalmente distinto. Y contenía un hecho sobresaliente que no aparecía en la noticia de Johannesburgo. Según la mujer francesa, el nombre del detective que investigaría el asesinato era Helmut Drescher, de la policía de Ginebra.
La mujer concluía su correo con un ¡Bonne chance!
Bonne chance. Buena suerte. Sí, sin duda necesitaría mucha.
Se sabía el número de emergencias de la policía de Ginebra de memoria: 1-1-7; de hecho, estaba en una pegatina adherida en todos los teléfonos del CERN. Pero no tenía idea de cuál era el número general, de modo que usó el teclado de su aparato, encontró el número y lo marcó.
—Allo —dijo—. Détective Helmut Drescher, s’il vous plaît.
—No tenemos ningún detective con ese nombre —respondió el policía al otro lado de la línea.
—Podría tener otro puesto, algo menos importante.
—Aquí no hay nadie con ese nombre —replicó la voz.
Theo pensó unos instantes.
—¿Tiene usted un directorio con el resto de las comisarías de policía de Suiza? ¿Hay algún modo de comprobarlo?
—No dispongo de nada parecido; tendríamos que investigar un poco.
—¿Podrían hacerlo?
—¿De qué se trata?
Theo se decantó por la honestidad (en parte, al menos) como la mejor política.
—Está investigando un asesinato, y tengo cierta información.
—De acuerdo, lo comprobaré. ¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted?
Theo le dejó su nombre y su número, le dio las gracias y colgó. Decidió intentar un ángulo más directo, escribiendo el nombre de Drescher en el teclado del teléfono.
Bingo. Sólo había un Helmut Drescher en Ginebra; vivía en la Rue Jean-Dassier.
Marcó su número.
8
Resumen de prensa
Trabajadores en huelga de un hospital en Polonia votaron por unanimidad regresar hoy al trabajo. “Nuestra causa es justa y volveremos a tomar medidas, pero de momento nuestro deber para con la humanidad tiene preferencia”, dijo el líder sindical Stefan Wyszynski.
La gran cadena de cines Cineplex/Odeon ha anunciado entradas gratuitas para todos los clientes que estuvieron en sus salas durante el salto al futuro. Aunque al parecer las películas se proyectaron durante el acontecimiento, los espectadores perdieron el conocimiento, quedándose sin dos minutos de la acción. Se espera que otras cadenas sigan este ejemplo.
Tras batir en las últimas 24 horas la plusmarca de peticiones de registro, la Oficina de Patentes de los Estados Unidos ha cerrado hasta nuevo aviso, pendiente de una decisión del Congreso sobre la patente de inventos vislumbrados durante las visiones.
El Comité para la Investigación Científica de lo Paranormal ha emitido un comunicado de prensa señalando que, aunque aún no tienen explicación para el salto al futuro, no hay motivo alguno para invocar razones sobrenaturales.
Mutua Europea, la principal aseguradora de la Unión Europea , ha declarado la bancarrota.
Ya era el momento, antes de lo que había pensado. Los traumas del día anterior habían provocado que el parto de Marie-Claire Béranger se adelantara. Gaston llevó a su mujer al hospital de Thoiry; vivían en Ginebra, pero para los dos era importante que su hijo naciera en suelo francés.
Como director general del CERN, el sueldo de Gaston era considerable, y Marie-Claire, abogada, también aportaba importantes ingresos. A pesar de todo, era reconfortante saber que, fueran cuales fueran sus medios económicos, Marie-Claire recibiría toda la atención médica necesaria mientras estuviera en estado. Gaston había oído que, en los Estrados Unidos, muchas mujeres veían al doctor por primera vez durante su embarazo en el día del parto. No sorprendía, por tanto, que la tasa de mortalidad infantil en los EE.UU. fuera muchas veces superior a la de Suiza o Francia. No, ellos iban a darle lo mejor a su hijo. Sabían que era niño, y no solo por la visión. Marie-Claire tenía cuarenta y dos años, y su médico le había recomendado una serie de ecografías durante el embarazo; habían visto claramente el pequeñín de su pequeñín.
Por supuesto, no había habido modo de ocultarle su visión a Marie-Claire; Gaston no era de los que escondía secretos a su esposa, pero en aquel caso, además, era imposible. Ella había tenido una visión complementaria: la misma pelea con Marc, pero desde su punto de vista. Gaston estaba agradecido por que Lloyd Simcoe hubiera logrado demostrar que las visiones estaban sincronizadas al hablar con su becario y con aquella mujer en Canadá; Marie-Claire y Gaston habían prometido mantener sus visiones en privado.
Pese a todo, había ciertos temas peliagudos, a pesar de haber compartido la misma escena. Marie-Claire le había pedido a Gaston que describiera qué aspecto tendría dentro de veinte años. Él le había comentado algunos detalles de pasada, entre ellos su aumento de peso; ella pasó varios meses quejándose de lo enorme que estaba por el embarazo, y de que pensaba recuperar la línea de inmediato.
Por su parte, a Gaston le había sorprendido descubrir por su mujer que en el 2030 tendría barba; nunca la había usado en su juventud, y ahora que su bigote comenzaba a encanecer, había asumido que tampoco lo haría en el futuro. Sin embargo, también conoció que conservaría el pelo, pero no sabía si era verdad, una mentira piadosa de su mujer o una indicación de que, para el final de la tercera década del siglo, habría curas comunes para la calvicie.
El hospital estaba atestado de pacientes, muchos en camillas apiladas en los pasillos; al parecer estaban allí desde el acontecimiento del día anterior. A pesar de todo, la mayoría de las heridas habían sido leves, sin requerir visita al hospital, o huesos rotos y quemaduras; comparativamente, se había admitido a pocos pacientes. Y, gracias a Dios, la sección de obstetricia no estaba mucho más atareada de lo normal. Una enfermera condujo a Marie-Claire a la planta en silla de ruedas; Gaston caminaba a su lado, sujetando la mano de su mujer.