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—Chicos —dijo Michiko, incorporándose sobre un codo—. No ha pasado nada.

Lloyd y Theo se separaron y el primero corrió por la estancia para acercarse a ella, tomarle las manos, levantarla y abrazarla.

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó ella.

Lloyd señaló la consola, y la japonesa abrió los ojos como platos.

¡Sinjirarenai! —exclamó—. ¡Lo tienes!

Lloyd sonrió aún más.

—¡Lo tenemos!

—¿El qué? —preguntó uno de los periodistas—. ¡Mierda, no ha pasado nada!

—Oh, claro que sí —respondió Lloyd.

Theo también sonreía.

—¡Y tanto!

¿Qué? —exigió el mismo reportero.

—¡El Higgs! —dijo Lloyd.

—¿El qué?

—¡El bosón de Higgs! —repitió el canadiense, pasando el brazo por la cintura de Michiko—. ¡Tenemos el Higgs!

Otro periodista sofocó un bostezo.

—Pues qué bien.

Uno de los reporteros estaba entrevistando a Lloyd.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó el hombre, un brusco corresponsal de mediana edad del Times de Londres—. O, para ser más exactos, ¿por qué no ha sucedido nada?

—¿Cómo puede decir que no ha pasado nada? ¡Tenemos el bosón de Higgs!

—A nadie le importa eso. Lo que queremos…

—Se equivoca —le corrigió amable Lloyd—. Esto es grande. Esto es enorme. En cualquier otra circunstancia, este descubrimiento estaría en primera plana de todos los periódicos del mundo.

—Pero las visiones…

—No tengo explicación para que no se hayan reproducido, pero el día no puede calificarse precisamente de fracaso. Los científicos hemos estado tratando de dar con el bosón de Higgs desde que Glashow, Salam y Weinberg predijeran su existencia hace medio siglo…

—Pero la gente esperaba otro destello del futuro, y…

—Lo entiendo —dijo Lloyd—. Pero encontrar el Higgs, no una estúpida búsqueda de la precognición, fue el motivo por el que se construyó el colisionador de hadrones. Sabíamos que tendríamos que superar los diez trillones de electronvoltios para conseguirlo, motivo por el que los diecinueve países que forman el CERN se unieron para construir esto. Por eso los Estados Unidos, Canadá, Japón, Israel y otros países donaron miles de millones al proyecto. Por la buena ciencia, la ciencia importante…

—No obstante —señaló el reportero—, el Wall Street Journal estimó que el coste total de su paro laboral ha ascendido a más de catorce mil millones de dólares. Eso convierte al Proyecto Klaatu en el empeño más caro de la historia humana.

—¡Pero tenemos el Higgs! ¿Es que no lo ve? Esto no solo confirma la teoría electrodébil, sino también la existencia del campo de Higgs. Ahora sabemos qué hace que los objetos, usted, yo, esta mesa, este planeta, tengan masa. El bosón de Higgs porta un campo fundamental que confiere masa a las partículas elementales, ¡y hemos confirmado su existencia!

—A nadie le importa el bosón —insistió el periodista—. La gente ni siquiera puede decir esa palabra estúpida sin reírse.

—Llámelo partícula de Higgs, entonces, como hacen muchos físicos. Pero, lo llame como lo llame, es el descubrimiento físico más importante en lo que llevamos de siglo XXI. Sí, aún no ha terminado ni la primera década del mismo, pero apuesto a que, para el fin del siglo, la gente mirará atrás y dirá que éste sigue siendo el descubrimiento físico más importante del siglo.

—Eso no explica por qué no conseguimos nada…

—¡ conseguimos algo! —saltó Lloyd, exasperado.

—Quiero decir que no conseguimos visiones.

Lloyd infló los carrillos y expulsó el aire.

—Mire, hemos hecho todo cuanto hemos podido. Puede que el fenómeno original fuera algo único, o que dependiera enormemente de condiciones iniciales que hayan cambiado de forma sutil. Puede que…

—Estaba preparado —dijo el reportero.

Lloyd lo sintió como una bofetada.

—¿Perdón?

—Estaba preparado. Alteró el experimento de forma deliberada.

—Nosotros no preparamos…

—Quería torpedear todas las demandas; incluso después de aquel baile en la ONU, quería asegurarse de que nadie pudiera demandarlo, así que, si demostraba que el CERN no tenía nada que ver con el primer salto al futuro…

—Esto no es una pantomima. No nos hemos inventado el Higgs. Logramos una hazaña, por el amor de Dios…

—Nos ha engañado —acusó el hombre del Times—. Ha engañado a todo el planeta.

—No sea ridículo.

—Venga, hombre. Si no estaba preparado, ¿por qué ha sido incapaz de darnos otro vistazo del futuro?

—N-no lo sé. Lo intentamos. Lo intentamos de verdad.

—Supongo que sabrá que habrá una investigación.

Lloyd giró los ojos, pero era probable que el periodista tuviera razón.

—Mire —dijo—. Hicimos todo cuanto pudimos. Los datos informáticos lo demostrarán, dirán que cada uno de los parámetros experimentales era idéntico. Por supuesto, está el problema del caos, y el de la sensibilidad dependiente, pero hicimos todo lo que pudimos, y el resultado no puede calificarse de fracaso en absoluto. —El reportero parecía tener ganas de volver a objetar, posiblemente diciendo que los informes podían manipularse, pero Lloyd alzó una mano—. Sin embargo, puede que tenga usted razón. Puede que esto demuestre que en realidad el CERN no tuvo nada que ver con lo sucedido. En ese caso…

—En ese caso, usted salva el pescuezo —replicó amargo el periodista.

Lloyd frunció el ceño, pensativo. Por supuesto, era probable que ya se hubiera salvado legalmente por el primer suceso. Pero, ¿y moralmente? Sin la absolución ofrecida por un universo bloque, desde el suicidio de Dim se había visto acosado por los muertos y los destrozos provocados.

Enarcó las cejas.

—Creo que tiene razón —dijo—. Creo que he salvado el pescuezo.

26

Como todos los físicos, Theo esperaba con interés todos los años la lista de los honrados con el Premio Nóbel, para saber quién se uniría a las filas de Bohr, Einstein, Feynman, Gell-Mann y Pauli. Los investigadores del CERN habían logrado más de veinte galardones a lo largo de los años. Por supuesto, cuando vio ese encabezado en su bandeja de entrada, no tuvo que abrir el mensaje para saber que su nombre no estaba en la lista de premiados de aquel año. Sin embargo, le gustaba ver si lo había conseguido alguno de sus amigos y colegas. Apretó el botón de ABRIR.

Los premiados eran Perlmutter y Schmidt, por el trabajo, de hacía casi una década, que demostraba que el universo se iba a expandir eternamente, en vez de terminar por colapsarse en una gran explosión. Era típico que el premio se concediera a trabajos completados años atrás: era necesario dar tiempo a la reproducción de los resultados y a la consideración de las ramificaciones.

Bueno, pensó Theo, los dos eran buenas elecciones. Sin duda habría amargura en el CERN; se rumoreaba que McRainey ya estaba planeando la fiesta de celebración, aunque sin duda se trataba de calumnias. A pesar de todo, Theo se preguntó, como hacía todos los años por esas fechas, si alguna vez vería su nombre en esa lista.

Theo y Lloyd pasaron los dos días siguientes trabajando en su informe sobre el Higgs. Aunque la prensa ya había anunciado (aunque sin mucho entusiasmo) la generación de la partícula, aún tenían que poner por escrito los resultados para publicarlos en revistas científicas. Lloyd, como era su costumbre, garabateaba en el tablero de datos mientras Theo paseaba arriba y abajo.