—Así y todo, supongo que sus ideas no fueron siempre aceptadas del modo que… le… debían de haberlo sido.
—Una debe estar preparada para la ingratitud —enunció la señorita Springer. Su voz, de por sí chillona, se volvió más potente todavía—. Lo que me indigna es que la gente sea tan cobarde… y no se atreva a encararse con los hechos. Muchas veces prefieren no enterarse de lo que tienen ante sus propias narices. Yo no soy así. Yo me voy derecha al asunto. Más de una vez he desenterrado un escándalo nauseabundo. Lo he sacado a la luz. Tengo muy buen olfato. Una vez que estoy en la pista, no cejo hasta tener bien segura mi presa —dio rienda suelta a una alegre carcajada—. En mi opinión, nadie debería enseñar en un colegio donde la vida no sea como un libro abierto. Si alguien tiene algo que ocultar, yo lo descubro en seguida. ¡Oh! Ustedes se quedarían estupefactas si yo les contara algunas de las cosas que he descubierto de varias personas. Cosas que nadie habría llegado a soñar.
—Y usted disfrutó con la experiencia, ¿verdad? —dedujo mademoiselle Blanche.
—Desde luego que no. Únicamente cumplía con mi deber. Pero no estaba respaldada. Una apatía vergonzosa. Así que dimití en señal de protesta.
Miró en torno suyo y lanzó de nuevo su alegre risa deportiva.
—Espero que aquí nadie tenga nada que ocultar —dijo con desenfado.
A ninguna de las presentes les hizo gracia esta observación, pero la señorita Springer no era la clase de mujer que pudiera advertirlo.
2
—¿Puedo hablar con usted, señorita Bulstrode?
La señorita Bulstrode dejó a un lado su pluma para mirar la cara arrebatada de la prefecta.
—Diga, señorita Johnson.
—Se trata de esa chica llamada Shaista… la egipcia o lo que sea…
—Sí.
—Es referente a su… ropa interior.
La señorita Bulstrode alzó las cejas con una expresión de resignada sorpresa.
—Bueno… de su… sostén.
—¿Qué es lo que ocurre a su brassière?
—Pues que… no es de un modelo corriente… quiere decir que no le sostiene nada, exactamente… Más bien le… empuja el busto hacia arriba… de una forma completamente innecesaria.
La señorita Bulstrode se mordió el labio para reprimir una sonrisa, como le ocurría con frecuencia cuando dialogaba con la señorita Johnson.
—Creo que lo mejor que puedo hacer es ir a echar una ojeada —decidió seriamente.
Entonces tuvo lugar una especie de interrogatorio respecto a la pecaminosa prenda que la señorita Johnson mantenía en alto, mientras Shaista la miraba con vivo interés…
—Es esta especie de alambre y… la colocación de las ballenas —señaló la señorita Johnson, reprobadora.
Shaista prorrumpió en una animada explicación.
—Pues…, verá usted, es que mi pecho no está bastante desarrollado… No tiene el suficiente volumen. No tengo mucho aspecto de mujer. Y eso es muy importante para una chica… que se advierta que es una chica y no un muchacho.
—Hay mucho tiempo por delante para eso. Solamente tiene quince años —indicó la señorita Johnson.
—¡Quince años! ¡A esa edad ya se es una mujer! Y yo tengo aspecto de mujer. ¿Es que no se me nota?
Apeló a la señorita Bulstrode, la cual movió la cabeza con gravedad.
—Sólo que mi busto está poco desarrollado. Y no quiero que dé esa impresión, ¿me entiende?
—Entiendo perfectamente —concedió la señorita Bulstrode—. Me hago cargo de su punto de vista. Pero tenga presente que en este internado usted se encuentra entre chicas que son, en su mayor parte, inglesas, y son pocas las chicas inglesas que están desarrolladas como una mujer a la edad de quince años. Me gusta que mis alumnas usen el maquillaje de una manera discreta y que lleven ropas apropiadas a su edad. Sugiero que se ponga ese sostén cuando se vista para una fiesta, o cuando vaya a Londres, pero no para la vida de todos los días en el colegio. Aquí se hace mucho deporte, y toda clase de juegos, y para eso su cuerpo necesita tener libertad de movimientos.
—Es excesivo eso de tantas carreras y tantos brincos —refunfuñó Shaista—. Y no digamos nada de la gimnasia. A mí no me gusta nada la señorita Springer… No hace más que decir: «Más deprisa, más deprisa, no se desanimen…». Me llego a cansar.
—Ya está bien, Shaista —atajó la señorita Bulstrode con voz autoritaria—. Su familia le ha enviado aquí para que se eduque a la inglesa. Todo este ejercicio será muy conveniente para su complexión y para el desarrollo de su busto.
Despidió a Shaista y después sonrió a la agitada señorita Johnson.
—Eso es muy cierto —declaró—. Esta chica está ya complemente formada. A juzgar por las apariencias, podría tomársela fácilmente por una mujer de más de veinte años. Y ella se comporta como si los tuviera. No podemos esperar de ella que se sienta de la misma edad que Julia Upjohn, por ejemplo. Intelectualmente, Julia está mucho más adelantada que Shaista. Pero físicamente, todavía podría llevar un sostén de seda sin ballenas.
—Me gustaría mucho que todas ellas fueran como Julia Upjohn —contestó la señorita Johnson.
—A mí no —le replicó la señorita Bulstrode con firmeza—. Resultaría muy aburrido un colegio con alumnas todas iguales.
Aburrido, pensó al reanudar la calificación de las composiciones sobre las Sagradas Escrituras. Esta palabra había estado repitiéndose en su mente desde algún tiempo a esta parte. Aburrido…
Si de algo carecía su colegio era precisamente de aburrimiento. Durante su carrera de rectora nunca había experimentado lo que era aburrirse. Habían existido dificultades que vencer, crisis imprevistas, conflictos con los padres y con las niñas, trastornos domésticos. Había sufrido muchas calamidades con las que había tenido que contender, logrando convertirlas en otros tantos triunfos. Todo ello había sido estimulante, emocionante, había merecido la pena en grado sumo. E incluso ahora, aun cuando había tomado ya la resolución de retirarse, no deseaba hacerlo.
Físicamente disfrutaba de una excelente salud, casi tan resistente como cuando ella y Chaddy (¡la fiel Chaddy!), habían puesto en marcha el internado con un mero puñado de niñas, respaldada la gran empresa por un banquero de visión poco común. Las distinciones académicas de Chaddy habían sido superiores a las suyas pero fue ella quien había tenido la inspiración de proyectar y hacer del colegio un lugar de tal distinción que se destacó por su fama en toda Europa. Nunca le había asustado hacer experimentos, mientras que Chaddy se había contentado con enseñar a conciencia, pero de una manera nada amena, todo lo que sabía. El supremo logro de Chaddy había sido estar allí, a la mano, parando los choques, siempre dispuesta para prestar ayuda en todos los casos en que la necesitaban, como en el primer día de este trimestre con lady Verónica. Fue sobre la base de su sentido práctico de la vida, reflexionó la señorita Bulstrode, donde se había cimentado el edificio.
Bueno, desde el punto de vista material, las dos habían sacado provecho. Si se retiraban ahora, ambas tendrían asegurada una renta para el resto de sus vidas. La señorita Bulstrode se preguntaba si Chaddy querría retirarse cuando ella lo hiciera. Probablemente no, porque para ésta el colegio era como su hogar. Continuaría fiel y digna de confianza, para respaldar a la sucesora de la señorita Bulstrode.
Porque la señorita Bulstrode ya había tomado la resolución: tenía que dejar una sucesora. Al principio asociada a ella, compartiendo la autoridad, y después para regirlo por sí sola. Saber cuándo hay que retirarse… ésa era una de las exigencias indispensables de la vida. Retirarse antes de empezar a perder facultades, de que se debilitara la capacidad intelectiva, de llegar a probar en sí la rancia pusilanimidad, la desgana de continuar realizando el esfuerzo.
La señorita Bulstrode terminó de poner las notas a las composiciones literarias y observó que Upjohn poseía una mente original mientras que Jennifer Sutcliffe carecía de imaginación por completo, pero mostraba una profunda comprensión de los hechos muy poco corriente. Y Mary Vyte pertenecía, desde luego, al grupo erudito; una retentiva asombrosa, ¡Pero qué chica tan aburrida!…; otra vez esa palabra. La señorita Bulstrode la expulsó de su mente y tocó el timbre para hacer venir a su secretaria. Empezó a dictarle cartas.