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Él me lanzó otra de sus sonrisas asesinas.

– Ya, pero soy un imbécil encantador.

Yo conducía y Diesel iba en el asiento de pasajeros, hojeando mi carpeta de Claws.

– Entonces qué hacemos, ¿vamos a su casa y lo sacamos por la fuerza?

– Él vive con su hermana, Elaine Gluck. Pasé por su casa ayer, y ella me dijo que se había esfumado. Creo que sabe donde está así que vuelvo hoy para presionarla un poco.

– Setenta y seis años, y este tipo irrumpió en Kreider Hardware a las dos de la mañana y robó el valor de mil quinientos dólares en herramientas eléctricas y un galón de pintura amarilla Gloria Matutina, -leyó Diesel-. Fue sorprendido por una cámara de seguridad. Qué idiota. Todos saben que tienes que llevar puesto un pasamontañas cuando haces un trabajo así. ¿No mira la televisión? ¿No ve las películas? -Diesel sacó una foto del archivo-. Espera. ¿Este es el tipo?

– Sí.

La cara del Diesel se iluminó y le volvió la sonrisa.

– ¿Y pasaste por su casa ayer?

– Sí.

– ¿Eres buena en lo que haces? ¿Eres buena en seguirle la pista a las personas?

– No. Pero tengo suerte.

– Mucho mejor, -él dijo.

– Parece que has tenido una revelación.

– Bingo. Las piezas comienzan a juntarse.

– ¿Y?

– Lo siento, -dijo-. Fue una de esas revelaciones personales.

Sandy Claws y su hermana, Elaine Gluck, vivían al norte de Trenton en un vecindario de casas pequeñas, televisores grandes, y coches americanos. El espíritu festivo corría eufórico en el barrio de Sandy. Los pórticos estaban arreglados con luces de colores. Las luces eléctricas brillaban en las ventanas. Los patios delateros estaban atestados de renos, hombres de nieves, y Santas. La casa de Sandy Claws era la mejor, o la peor, según el punto de vista. La casa estaba revestida con luces de Navidad rojas, verdes, amarillas, y azules, intercalada con cascadas de diminutas luces blancas intermitentes. Un letreto iluminado en el techo titilaba el mensaje de PAZ EN LA TIERRA. Un Santa de plástico grande y su trineo abarrotaba el minúsculo patio delantero. Y un trío de cantantes de plástico, de metro y medio de alto se amontanaban juntos en el pórtico delantero.

– Ahora éste es espíritu, -dijo Diesel-. Un bonito toque con las luces parpadeando en el techo.

– A riesgo de ser cínica, probablemente se robó las luces.

– No es problema mío, -dijo Diesel, abriendo la puerta del coche.

– Aguántate. Cierra la puerta, -dije-.Tú te quedas aquí mientras hablo con Elaine.

– ¿Y perderme toda la diversión? De ninguna manera. -Salió del CRV, y se quedó parado, con las manos en bolsillos, en la acera, esperándome.

– Bien. Está bien. Sólo no digas nada. Sólo quédate detrás mío e intenta verte respetable.

– ¿Crees que no me veo respetable?

– Tienes manchas de salsa en tu camisa.

Él se miró hacia abajo.

– Esta es mi camisa favorita. Es muy cómoda. Y no son manchas de salsa. Son manchas de grasa. Solía trabajar en mi moto con esta camisa.

– ¿Qué clase de moto?

– Una Harley personalizada. Tenía un viejo crucero grande con tubos de Pitón. -Sonrió, recordando-. Era fascinante.

– ¿Qué le pasó?

– Choqué.

– ¿Es así cómo conseguiste ser como eres ahora? ¿Muerto, o como sea?

– No. Lo único que murió fue la moto.

Era media mañana y el sol estaba perdido detrás de un cúmulo de nubes que eran del color y la textura del tofu. Yo llevaba puestos calcetines de lana, botas CAT con suela gruesa, vaqueros negros, una camisa de franela de tela escocesa roja sobre una camiseta, y una chaqueta de moto de cuero negra. Me veía bastante ruda, de un modo muy admirable… y tenía el trasero completamente congelado. Diesel llevaba puesta su chaqueta desabrochada y no parecía tener ni una pizca de frío.

Crucé la calle y toqué el timbre. Elaine abrió la puerta de par en par y me sonrió. Era un par de pulgadas más baja que yo y casi tan ancha como alta. Tenía tal vez setenta años. Su pelo era blanco como la nieve, corto y rizado. Tenía mejillas de manzana y ojos azules brillantes. Y olía como galletas de pan de jengibre.

– Hola, querida, -dijo-, que agradable verte otra vez. -Miró hacia el lado donde Diesel espiaba y jadeó-. Oh, -dijo, con el rubor subiendo desde su cuello a su mejilla-. Me asustaste. No te vi parado allí al principio.

– Estoy con la Sra. Plum, -dijo Diesel-. Soy… su colaborador.

– Dios mío.

– ¿Está Sandy en casa? -Pregunté.

– Me temo que no, -dijo-. Él está muy ocupado en esta época del año. Algunas veces no le veo por muchos días. Tiene una juguetería, sabe. Y las jugueterías están muy ocupadas en Navidad.

Yo conocía la juguetería. Era una sombría y pequeña tienda en un centro comercial en Hamilton Township.

– Pasé por la tienda ayer, -dije-. Estaba cerrada.

– Sandy debe haber estado ocupado haciendo diligencias. A veces cierra para hacer diligencias.

– Elaine, usted utilizó esta casa como garantía para sacar bajo fianza a su hermano. Sí Sandy no aparece en el tribunal, mi jefe la embargará.

Elaine siguió sonriendo.

– Estoy segura que su jefe no haría algo tan malo como eso. Sandy y yo acabamos de llegar, pero ya amamos esta casa. Empapelamos el cuarto de baño la semana pasada. Se ve encantador.

Vaya. Esto sería un desastre. Si no presento a Claws, no me pagan y me inclino a ser una gran arruinada. Si amenazo e intimido a Elaine para perseguir a su hermano, parezco una desalmada. Mejor ir detrás de un asesino enloquecido que ser odiado por todo el mundo, incluida mi madre. Por supuesto, los asesinos enloquecidos tienden a disparar a los cazadores de recompensas, y ser disparado no está en lo alto de mi lista de actividades favoritas.

– Huelo a pan de jengibre, -dijo Diesel a Elaine-. Apuesto que está horneando galletas.

– Horneo galletas todos los días, -le dijo-. Ayer hice galletas de azúcar con chispas de colores y hoy hago pan de jengibre.

– Me encanta el pan de jengibre, -dijo Diesel. Se deslizó delante de Elaine y llegó sin ayuda a su cocina. Escogió una galleta de un plato lleno de galletas, la mordió, y sonrió-. Apuesto que añade vinagre a la masa de las galletas.

– Es mi ingrediente secreto, -dijo Elaine.

– ¿Entonces dónde está el viejo? -preguntó Diesel-. ¿Dónde está Sandy?

– Quizás está en su taller. Él hace la mayor parte de sus juguetes, sabe.

Diesel vagó hacia la puerta trasera y miró fuera.

– ¿Y dónde está el taller?

– Hay un pequeño taller detrás de la tienda. Y luego hay un taller principal. No sé exactamente donde está el taller principal. Nunca he estado allí. Estoy siempre demasiado ocupada con las galletas.

– ¿Está en Trenton? -preguntó Diesel.

Elaine pareció pensativa.

– ¿Sí? -dijo-. No sé. He conversado con Sandy sobre los juguetes y problemas de trabajo, pero no puedo recordar ni una vez que hablara del taller.

Diesel tomó una galleta para el camino, agradeció a Elaine, y nos marchamos.

– ¿Quieres un pedazo de mi galleta? -preguntó, con la galleta sujeta entre sus perfectos dientes blancos mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

– No.

Él tenía una voz agradable. Ligeramente varonil y con una insinuación de sonrisa. Sus ojos encajan con la voz. En serio odiaba que me gustaran la voz y los ojos. Mi vida ya está embrollada con dos hombres. Uno es mi mentor y mi atormentador, un cazarrecompensas cubano americano llamado Ranger. Él estaba en este momento fuera de la ciudad. Nadie sabía donde estaba o cuando volvería. Eso era normal. El otro hombre en mi vida es un policía de Trenton llamado Joe Morelli. Cuando yo era una niña, Morelli me atrajo con engaños al garaje de su padre y me enseñó como jugar choo-choo. Yo era el túnel y Morelli el tren, si consiguen el cuadro. Cuando era una adolescente y trabaja en la Panadería Masa Sabrosa, Morelli me engatusó en el suelo fuera de horario y realizó una versión más adulta del choo-choo detrás de la vitrina de los pasteles de chocolate. Ambos hemos crecido algo desde entonces. La atracción todavía está allí. Ha crecido en afecto genuino… tal vez incluso amor. No hemos dominado totalmente la confianza y la capacidad de confiar. Y yo en realidad no necesitaba un tercer tipo virtualmente no humano en mi vida.

– Apuesto que estás preocupada por la manera en que te quedan esos vaqueros, ¿no? -preguntó Diesel-. ¿Tienes miedo de sumar las calorías de la galleta?

– ¡Falso! Mis vaqueros me calzan perfectamente bien. -Yo no quería una galleta con la saliva de Diesel. Quiero decir, ¿qué sé sobre él? Y de acuerdo, además mis vaqueros realmente estaban un poco apretados. Yeesh.