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Bosch negó con la cabeza.

– Tanto si lo es como si no, no tiene gracia -dijo.

– Sí, ya lo sé.

– No si Irving vio una ocasión.

– Leyendo entre líneas el informe, diría que vio todas las ocasiones.

– Este acuerdo le dio el control de Asuntos Internos. Me refiero al control real y absoluto sobre quién era investigado y cómo se conducía la investigación. Le puso a Ross en el bolsillo. Explica mucho acerca de lo que estaba pasando entonces.

– Fue antes de que yo llegara.

– Así que se ocuparon de los Ochos e Irving consiguió un buen premio al tener a Richard Ross padre de perrito faldero -dijo Bosch, pensando en voz alta-. Pero entonces mataron a Rebecca Verloren con una pistola robada a un tipo al que los Ochos habían estado acosando, una pistola probablemente robada por uno de los mequetrefes que quedaron impunes. Todo el acuerdo podía derrumbarse si el asesinato se volvía contra los Ochos y luego contra ellos.

– Exacto. Así que se entrometieron y desviaron la investigación. La confundieron y nadie cayó por eso.

– Hijos de puta -susurró Bosch.

– Pobre Harry. Todavía estás oxidado de tu retiro. Pensaste que podían haber enterrado el caso porque estaban tratando de evitar que la ciudad ardiera. No era nada tan noble.

– No, sólo estaban tratando de salvar el cuello y la posición que el acuerdo con Ross les había proporcionado. A Irving.

– Todo eso es suposición -le advirtió Rider.

– Claro, sólo leyendo entre líneas.

Bosch sintió el ansia de fumar más grande que había experimentado en al menos un año. Miró el quiosco y vio los paquetes en el estante, detrás del mostrador. Apartó la mirada y se fijó en el globo del techo. Pensó que sabía cómo se sentía Nemo atrapado allí arriba.

– ¿Cuándo se retiró Ross? -preguntó.

– En el noventa y uno. Siguió hasta que cumplió veinticinco años (le permitieron eso) y se retiró. Lo comprobé, se trasladó a Idaho. También investigué a Junior, y ya se había trasladado allí antes que él. Probablemente es uno de esos enclaves blancos donde se siente a gusto.

– Y probablemente estaba allí partiéndose el culo de risa cuando esta ciudad saltó por los aires después de lo de Rodney King en el noventa y dos.

– Probablemente, pero no demasiado tiempo. Murió en un accidente en el noventa y tres. Volvía de una concentración antigubernamental en el culo del mundo. Supongo que lo que va viene.

Bosch sintió un golpe sordo en el estómago. Había empezado a gustarle Richard Ross junior para el asesinato de Becky Verloren. Podría haberse servido de Mackey para que le consiguiera la pistola y quizá para ayudarle a subir a la víctima por la colina. Pero ahora estaba muerto. ¿La investigación podía llevarle a un callejón sin salida? ¿Terminarían acudiendo a los padres de Rebecca para decirles que su hija muerta hacía tanto tiempo había sido asesinada por alguien que también llevaba mucho tiempo muerto? ¿Qué clase de justicia sería ésa?

– Ya sé qué estás pensando -dijo Rider-. Podría haber sido nuestro tipo. Pero no lo creo. Según el ordenador, se sacó su licencia de conducir en Idaho en mayo del ochenta y ocho. Supuestamente ya estaba allí cuando cayó Verloren.

– Sí, supuestamente.

Bosch no estaba convencido por una simple búsqueda en Tráfico. Recapituló otra vez toda la información para ver si se le ocurría algo más.

– De acuerdo, revisémoslo un minuto, quiero asegurarme de que lo he entendido todo. En el ochenta y ocho teníamos a un puñado de esos chicos del valle que se llamaban los Ochos y que corrían con sus jerséis de los Vikingos tratando de iniciar una guerra santa racial. El departamento les echa el ojo y enseguida descubre que el cerebro que hay detrás de ese grupo es el hijo de nuestro propio capitán Ross, del Departamento de Asuntos Internos. El inspector Irving, mira por dónde sopla el viento y piensa: «Hum, creo que puedo usar esto en mi beneficio.» Así que pone coto a la búsqueda de Richard hijo y sacrifican a William Billy Blitz Burkhart al dios de la justicia. Los Ochos se disgregan y los chicos buenos se apuntan un tanto. Y Richard hijo se escabulle, un tanto para Irving, porque tiene a Richard padre en el bolsillo. Desde entonces todos viven felices. ¿Me he perdido algo?

– En realidad es Billy Blitzkrieg.

– Pues Blitzkrieg. El caso es que todo quedó empaquetado a principios de la primavera, ¿sí?

– A finales de marzo. Y a principios de mayo Richard Ross junior se trasladó a Idaho.

– De acuerdo, así que en junio alguien entra en la casa de Sam Weiss y roba su pistola. Luego en julio, el día después de nuestra fiesta nacional, nada menos, una chica mestiza es raptada de su casa y asesinada. No violada, pero asesinada, lo cual es importante recordar. El asesinato se hace pasar como un suicidio. Pero lo hacen mal, y todo apunta a alguien nuevo en esto. El caso se asigna a García y Green, que finalmente se dan cuenta de que se trata de un asesinato y conducen una investigación que no les lleva a ninguna parte, porque, consciente o inconscientemente, los empujan en esa dirección. Ahora, diecisiete años después, el arma del crimen se relaciona de manera incontrovertible con alguien que sólo unos meses antes del asesinato formaba parte de los Ochos. ¿Qué me he perdido?

– Creo que lo tienes todo.

– Entonces la pregunta es: ¿cabe la posibilidad de que los Ochos no hubieran terminado? ¿Que continuaran fomentando sus ideas, sólo que trataban de ocultar su firma. Y que subieran la apuesta inicial para incluir el asesinato?

Rider negó lentamente con la cabeza.

– Cualquier cosa es posible, pero eso no tiene mucho sentido. El objetivo de los Ochos eran las afirmaciones, afirmaciones públicas. Quemaban cruces y pintaban sinagogas. Pero asesinar a alguien y después intentar camuflado como suicidio no es una gran afirmación.

Bosch asintió con la cabeza. Rider tenía razón. El razonamiento carecía de fluidez lógica.

– Ahora bien, sabían que tenían al departamento tras sus pasos -dijo Bosch-. Quizás algunos de ellos continuaban operando, pero como un movimiento subterráneo.

– Como he dicho, cualquier cosa es posible.

– De acuerdo, así que tenemos a Ross junior supuestamente en Idaho y tenemos a Burkhart en Wayside. Los dos líderes. ¿Quién quedaba además de Mackey?

– Hay otros cinco nombres en el archivo. Ninguno de los nombres me decía nada.

– Por ahora es nuestra lista de sospechosos. Hemos de investigarlos y ver de dónde vinieron… Espera un momento, espera un momento. ¿Burkhart estaba todavía en Wayside? Dijiste que le cayó un año, ¿no? Eso significa que habría salido en cinco o seis meses a no ser que se metiera en problemas allí. ¿Cuándo ingresó exactamente?

Rider negó con la cabeza.

– No, tuvo que ser a finales de marzo o primeros de abril cuando ingresó en Wayside. No podría haber…

– No importa cuándo ingresó en Wayside. ¿Cuándo lo detuvieron? ¿Cuándo fue el asunto de la sinagoga?

– Fue en enero. Primeros de enero. Tengo la fecha exacta en el archivo.

– De acuerdo, primeros de enero. Dijiste que las huellas en una lata de espray lo vinculaban con Burkhart. ¿Cuánto tardarían en el ochenta y ocho, cuando probablemente todavía lo hacían a mano, una semana si era un caso caliente como éste? Si detuvieron a Burkhart a finales de enero y no presentó fianza…

Levantó las manos en alto, permitiendo que Rider terminara.

– Febrero, marzo, abril, mayo, junio -dijo ella con excitación-. Cinco meses. Si ganó créditos de tiempo podría fácilmente haber salido ¡en julio!

Bosch asintió. El sistema penitenciario del condado albergaba a internos que esperaban juicio o cumplían sentencias de un año o menos. Durante décadas el sistema había estado superpoblado y la población reclusa limitada a un máximo dictado por el juez. Esto resultó en la rutinaria liberación de internos a través de las ratios de reducción de condena que fluctuaban según la población penitenciaria de cada cárcel, pero que a veces llegaban hasta los tres días de reducción por cada uno cumplido.