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Aquella noche, cuando Randolph apagó la TV, se mordía el labio inferior violentamente. Tenían que haber gastado más del doble de cincuenta mil dólares, pensó. Se recordó a sí mismo que debía telefonear a BDD amp;O a primera hora de la mañana del día siguiente.

Sin embargo, eran las once cuando sonó el teléfono de BDD amp;O.

—Aquí Randolph —dijo, con el formulismo que se había acostumbrado a utilizar y que mantenía cuidadosamente.

—Buenos días —Oswald hablaba en tono muy serio—. Buenos días.

Siguió un silencio, mientras Randolph esperaba que el otro continuara.

Finalmente, Randolph dijo:

—Buen programa, el de anoche. Debe de haber costado mucho m á dinero del que sugerí —añadió—. De todos modos, era bueno —repitió, pensativamente.

—Randolph —la voz de Oswald sonó de un modo raro—, no sé lo que costó el programa. No sé...

º-Un momento. ¿Dice usted que no sabe lo qué costó? Yo le dije que podía gastar unos cincuenta mil dólares, y por lo que vi anoche debe de haber costado cuatro veces más. Estoy dispuesto a llegar hasta los ciento veinticinco mil dólares, pero no daré ni un centavo mas. ¿Entendido?

—Mire, Randolph, el trabajo de saneamiento tenía que haber empezado esta mañana. Los contratos estaban firmados, las brigadas de obreros estaban a punto para efectuar el trabajo rápidamente, de modo que no hubiera entorpecimientos. Habíamos trasladado a todas las familias al campo, para que a su regreso tuvieran un aspecto saludable, y el trabajo tenía que iniciarse hoy, al romper el alba.

—¿Bien?

—Bueno, el trabajo ya está hecho.

—¿Tan de prisa? Acaba de decirme usted que iban a empezarlo esta mañana.

—Sí. Y cuando me telefonearon desde allí diciéndome lo que ocurría, le dije al hombre que me llamaba que se tomara una taza de café bien cargado para despejarse. Pero fui a verlo yo mismo... y el trabajo está hecho. Exactamente el trabajo que yo había planeado, además. De acuerdo con nuestros planes. Muebles, pintura, cortinas, visillos, cuartos de baño, y cocinas, instalaciones eléctricas... Todo, en una palabra. Completamente terminado. Uno de mis hombres de confianza estuvo allí ayer atendiendo al traslado de las familias. Jura y perjura que los edificios no habían sido tocados. El contratista dice que va a demandarnos, porque se presentó allí con las brigadas de obreros para empezar el trabajo, y se encontró con que alguien lo había realizado ya...Venga usted en seguida. Iremos a verlo juntos y ya me dirá lo que le parece. ¿Qué es lo que pone usted en su jabón, amigo?

Por la tarde, todos los periódicos publicaban la noticia en primera página, y las agencias la telegrafiaban a toda la nación y al mundo entero. La mayoría de los artículos hablaban del milagro en un tono humorístico. Se suponía que los Productos Wicht había hecho el trabajo de antemano, limpiando la parte exterior durante la noche.

Los inquilinos fueron entrevistados —Oswald había tenido la precaución de trasladarlos inmediatamente a los nuevos alojamientos—, pero ninguno de ellos pudo ser obligado a mentir ni a admitir que aquellos edificios no eran infectos cuchitriles el día anterior. Bueno, no podía reprochárseles que se mantuvieran fieles a Witch, teniendo en cuenta que la actuación de Witch para con ellos era algo así como la de un genio de las Mil y Una Noches.

Desde luego, el hecho despertó una enorme curiosidad, y al atardecer la policía había mandado allí tantos hombres que el lugar parecía un campo de concentración. Cámaras portátiles de TV y de noticiarios cinematográficos, periodistas, y una multitud que aumentaba sin cesar y que no permitía dar un paso.

Bill Howard estaba allí cuando llegó Randolph, hablando con un grupo de jóvenes en una habitación. Oswald se las había arreglado de modo que el fabricante de los productos Witch dispusiera de una escolta de la policía, y la multitud se aparto abriéndoles paso en cada uno de los pisos.

Los inquilinos contestaron a sus preguntas, pero lo hicieron con una hosquedad que sorprendió a Randolph. Sí, el día anterior aquello era una pocilga. Sí, había sido remozado indudablemente, durante la noche, mientras ellos estaban fuera. Sí, en una sola noche.

—Deberían darme las gracias —le dijo Randolph a Oswald—. Y, en cambio, están actuando como si yo fuera un personaje sospechoso.

—Es a causa de la escolta que llevamos —explicó Oswald amablemente—. Esa gente no simpatiza con la policía. Además, esto es completamente nuevo para ellos.

Randolph se mordió el labio inferior y llegó a la conclusión de que probablemente Oswald estaba en lo cierto. Pero la actitud era general y le molestaba. Se marchó después de examinar lo más brevemente posible el edificio.

Aquella noche, Bill Howard se mostró bastante conservador al contar la historia del saneamiento del barrio pobre. No estaba actuando como el verdadero Howard, según pensó Randolph, sentado enfrente de su aparato de TV. En la historia que contó había una cita del padre de la familia Jones, que la noche anterior había aparecido en el programa.

—Reconozco que es algo maravilloso, mister Howard —le había dicho Jones—. Pero no sería completamente sincero si le dijera que me gusta. Tengo que admitir que estoy un poco asustado por todo este asunto.

Era una nota un poco discordante en el relato, la única, desde luego, pero producía su efecto. El resto fue una simple descripción, sin mencionar para nada la parte milagrosa.

Después del fundido, aparecieron las brujas entonando su cántico tradicional.

¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!,cantaron, y repitieron la escena de la noche anterior, mientras la voz en off del locutor explicaba qué productos Witch habían sido utilizados para hacer al barrio pobre limpio, limpio, limpio, con la ayuda, desde luego, de carpinteros, albañiles, y electricistas.

Randolph pensó que aquello estaba mejor. Ya se había hablado bastante de aquel estúpido milagro.

No eran aún las diez de la mañana del día siguiente cuando sonó el teléfono de Randolph.

—Aquí Randolph —dijo, y oyó la voz de Oswald sin más preámbulo.

—Se han ido.

—¿Quiénes son los que se han ido?

—Los inquilinos del edificio. Han recogido sus cosas y se han marchado. He enviado a algunos hombres a investigar, y una de las familias se ha trasladado a casa de unos parientes que viven en el Bronx. Los otros se han esparcido por diversos lugares, pero los localizaremos. Aquí hay un policía que estaba de servicio cuando se marcharon. El se lo contará a usted.

—¿Mister Randolph? Esto es lo que ha ocurrido, supongo. Anoche, en cuanto oscureció, desalojamos aquella zona. Creímos que debíamos permitirles un poco de descanso a todas aquellas familias, y obligamos a todos los mirones a que se marcharan. Los ocupantes de los pisos debieron reunirse mientras nosotros desalojábamos a la multitud. Todo quedó tranquilo, pero a eso de las dos de la mañana se encendieron las luces. Inmediatamente empezaron a salir los inquilinos, algunos de ellos vistiendo sus ropas de viaje. Llevaban consigo algunos cacharros, pero nada que no hubieran tenido, al parecer, antes del cambio, de modo que nos imaginamos que lo que se llevaban eran sus pertenencias. No les dijimos ni palabra. Les dejamos marchar. Algunos de los chiquillos estaban llorando, pero por lo demás todo estaba tranquilo. Luego, un hombre se me acercó corriendo y me dijo: "Márchese de aquí. Esto ha sido obra del diablo. Si es usted un hombre que tiene temor de Dios, márchese inmediatamente de este lugar". A continuación dio media vuelta y corrió a reunirse con los demás. No teníamos ninguna orden para detenerlos, de modo que les dejamos marchar. Nos limitamos a mirar.