Varios días terrestres más tarde, el profesor Jantz aprovechó la oportunidad que le brindaba la ausencia del doctor Jackson, que había salido para efectuar un recorrido de exploración, para entregarse a una tarea particular en el pequeño laboratorio subterráneo. Estaba absorto en el análisis de ciertas cantidades de polvillo negro.
Cuando el capitán Harper entró en el laboratorio, el profesor se ocupaba en calentar electrónicamente hasta la incandescencia un pequeño montón de aquel polvillo.
—¿En qué está trabajando usted ahora? —preguntó Harper, por decir algo.
El profesor Jantz manifestó el placer de un chiquillo que ha descubierto algo maravilloso dentro de los zapatos que dejó en el balcón la noche de Reyes.
—Es la tercera muestra de la caverna número catorce —explicó volublemente.
—¿De qué se trata?
—Mi querido Harper, esto es una muestra indiscutible de carbón bituminoso, del tipo conocido como fusain. Existe una maravillosa abundancia de microsporas y macrosporas. Mis teorías, ahora ya puedo decirlo, han quedado confirmadas de cabo a rabo. Cuando regrese a la tierra, procuraré...
—¿Qué significa eso, en lenguaje corriente? —le interrumpió Harper.
—Significa, sencillamente, que la luna estuvo llena, en una determinada época, de marismas estuáricas. Significa que hace billones de años la luna era un hervidero de formas vitales en pleno desarrollo. En resumen, hemos acumulado pruebas más que suficientes para sacudir en sus cimientos las modernas teorías astrofísicas.
—¿Por qué no hay ninguna evidencia de todo esto en la superficie lunar?
—Debido a que cuando la luna empezó a perder su atmósfera, el aumento del calor solar generó una combustión espontánea. Lo que hasta ahora ha sido llamado polvo meteórico, son las cenizas de lo que en otra época fueron enormes cementerios humeantes.
Harper sonrió burlonamente.
—De modo que va usted a sacudirles fuerte a los astrónomos de salón...
—Desde luego. He reunido suficientes datos para hacer que la mayoría de mis ilustres colegas consideren llegado el momento de ingresar en una clínica mental.
El capitán Harper sacó de su bolsillo un par de cuartillas mecanografiadas.
—En realidad, había venido a enseñarle el informe que voy a enviar al Cuartel General de la Organización. Si hay algo que desee usted añadir, puede decírmelo. Voy a enviarlo dentro de una hora.
El profesor Jantz cogió las cuartillas y las leyó rápidamente:
INFORME NÚMERO SIETE
De: Harper, Capitán De La Expedición Lunar, Base Número Uno,
A: Consejo Ejecutivo; Cuartel General De La Expedición, Tierra.
Después de la destrucción del refugio de los robots Jackson y Pegram han efectuado una minuciosa exploración del terreno, en un radio de cien millas alrededor de la base. No han descubierto más huellas extrañas, aparte de las procedentes de la semiesfera, ni señales de actividad de ninguna clase. Estamos convencidos, por lo tanto, que la segunda nave lunar puede emprender viaje en condiciones de seguridad.
Hemos examinado los restos del refugio de los robots, y hemos extraído las siguientes conclusiones:
1) Los robots no son indígenas de la luna, dado que su construcción exigiría recursos y una forma de vida sumamente desarrollada, de los cuales no existe ninguna prueba.
2) Su construcción está por encima de las posibilidades actuales de la ciencia humana.
3) Dado que el refugio no estaba regulado para la presión, los tres llamados ataúdes parecen haber sido las cámaras de hibernación y lechos de carga eléctrica de los robots durante la noche lunar. Antes de que el refugio fuera destruido, se obtuvieron pruebas de su potencial eléctrico.
4) Suponiendo que las tres hipótesis anteriores sean correctas en sus puntos esenciales, creemos que en algún momento la luna recibió una expedición extraterrestre, la cual dejó los robots con fines de observación y de investigación científica.
5) Dado que los robots tomaron la iniciativa de atacarnos, es probable que sus creadores adaptaran sus mecanismos para que reaccionaran agresivamente ante cualquier fenómeno que pudiera ser interpretado como interferencia.
6) Teniendo en cuenta que los robots estaban aparentemente equipados con radios especiales, es probable que procedieran de nuestro propio sistema solar.
Estos argumentos ampliatorios en apoyo de estos puntos de vista serán expuestos en el Informe Número Ocho. Sólo me resta añadir nuestra unánime creencia de que la expedición extraterrestre regresará a la luna para enterarse de la suerte corrida por sus instalaciones. Es de esperar que, en esa época, los seres humanos establecidos en la luna dispongan de elementos suficientes para hacer frente a las necesidades de interferencia o de cooperación, alternativamente.
El profesor Jantz apartó la vista de las cuartillas mecanografiadas.
—Creo que ha resumido usted admirablemente nuestras principales conclusiones —dijo—. El resto puede esperar hasta que dispongamos de tiempo para preparar un informe más completo. En cuanto haya terminado con esas muestras, pondré en orden mis propias notas para usted.
—Ya es hora de que Jackson y Pegram estuvieran de regreso —observó Harper, volviendo a meterse las cuartillas en el bolsillo—. Voy a llamarles por radio.
Salió del laboratorio, dejando al profesor Jantz entregado a su trabajo. Durante otras dos horas Jantz pudo continuar su análisis de las muestras de la caverna número catorce sin ser molestado.
Pasado aquel tiempo, el capitán Harper volvió a entrar en el laboratorio.
—Han regresado sin novedad —anunció.
—Bien, bien. Ahora podremos descansar durante unas cuantas horas.
—Jackson y Pegram desean que subamos a la superficie —dijo Harper—. Dicen que hay algo que vale la pena ver.
—¡Más muestras! —exclamó el profesor, con infantil entusiasmo—. ¿Dónde diablos habré puesto mi capuchón?
Los dos hombres no tardaron en pasar por la cámara reguladora de la presión y en trepar por la escalerilla metálica adosada a las paredes de la grieta. Al llegar a la superficie, vieron a Jackson y a Pegram de pie junto al tractor.
—¿Han encontrado ustedes algo interesante? —preguntó Jantz en tono esperanzado a través de su radio individual.
—Sí —respondió Jackson, levantando su brazo—. Mire a su alrededor.
Por todas partes, las sombras iban espesándose, y las llanuras de lava, suavizadas ahora por la claridad de los oblicuos rayos del sol, empezaban a apropiarse los oscuros perfiles de un crepúsculo lunar. La escena era desoladora, grotesca, pero, al propio tiempo, de una rara belleza.
Lentamente, muy lentamente, el sol empezó a hundirse detrás de los picos dorados de las montañas. Lentamente, la enorme bola verde de la Tierra se hizo más y más visible contra un telón de fondo de absoluta oscuridad.
El capitán Harper y sus tres compañeros permanecieron silenciosos en medio de una semioscuridad verdosa cada vez más intensa, contemplando el inexorable curso del sol sobre el áspero paisaje.
Era una escena que recordarían mientras vivieran: el sutil cambio que se operaba en un paisaje petrificado; el lento, impresionante final de su primer día lunar.