Dlínny Edilbái miró el sitio que señalaba Yediguéi. –¿Qué, Zhumagali, pasará tu excavadora? –preguntó. –Claro que sí, por qué no había de pasar. Por aquel borde...
–¡Espera, tú y tu borde! ¡En adelante, pregúntame a mí! –intervino Sabitzhán.
–Ya lo preguntamos –respondió Zhumagali–. ¿No has oído lo que ha dicho éste? ¿Qué más quieres?
–¡Digo que basta de burlas! ¡Esto es mofarse! Vamos al apartadero.
–Bueno, si piensas así, la mofa será precisamente cuando traigas a casa al muerto desde el cementerio –le dijo Zhumagali–. De manera que piénsatelo bien.
Todos se callaron.
–Sabéis qué, haced lo que queráis –soltó Zhumagali–, pero yo me voy a cavar la tumba. Mi misión es abrir una zanja lo más profunda posible. De momento, aún tenemos tiempo. En la oscuridad nadie va a ocuparse de eso. Vosotros haced lo que queráis.
Y Zhumagali se dirigió a su excavadora Bielorús. La puso en marcha sin perder tiempo, rodó hacia el margen, pasó por su lado hacia la colina y de ésta a la parte superior del despeñadero de Malakumdychap. Tras él caminaba Dlínny Edilbái, y tras éste Burani Yediguéi arreó a su Karanar.
El yerno alcohólico le dijo al tractorista Kalibek:
–Si no vas para allá –e indicó el despeñadero–, me tenderé bajo el tractor. No me va a costar nada.
Y con estas palabras se plantó ante el tractorista.
–Bueno, ¿qué hay? ¿Adónde debo ir? –preguntó Kalibek a Sabitzhán.
–¡Aquí no hay más que canallas! ¡Aquí no hay más que perros! –renegó en voz alta Sabitzhán–. ¡Qué haces ahí sentado, anda, síguelos!
En el cielo, el milano observaba ahora el trabajo de los hombres en el despeñadero. Una de las máquinas sufría convulsas contracciones arrancando tierra y depositándola en un montón a su lado, como hace el roedor junto a su madriguera. Al mismo tiempo, se arrastraba por detrás el tractor con el remolque. En él continuaba sentado un hombre solitario delante de un raro objeto inmóvil envuelto en algo blanco y colocado en el centro del remolque. El velludo perro pardo vagaba alrededor de los hombres, pero se mantenía más cerca del camello, se tendía a sus pies.
El milano comprendió que los intrusos permanecerían largo rato en el despeñadero cavando la tierra. Torció suavemente hacia un lado, y después de describir unos amplios círculos sobre la estepa voló hacia la zona cerrada disponiéndose a cazar por el camino y a observar al mismo tiempo qué sucedía en el cosmódromo.
Hacía ya dos días que en sus pistas reinaba gran tensión, se trabajaba incesantemente de día y de noche. Todo el cosmódromo, con sus zonas y servicios especiales complementarios, estaba vivamente iluminado de noche por cientos de potentes reflectores. La tierra estaba más iluminada que de día. Decenas de máquinas especiales, ligeras y pesadas, gran cantidad de ingenieros y científicos, estaban ocupados en preparar la puesta en marcha de la Operación Anillo.
Los antisatélites, preparados para aniquilar a los aparatos voladores del cosmos, apuntaban desde hacía tiempo al cielo en una pista especial del cosmódromo. Pero según el pacto OS V-7, su uso estaba congelado hasta que hubiera un acuerdo especial, lo mismo que ocurría Con medios semejantes por parte norteamericana. Ahora encontraban una nueva aplicación debido al programa de emergencia para llevar a cabo la operación espacial Anillo. En el cosmódromo estadounidense de Nevada, unos cohetes-robot semejantes estaban preparados para el lanzamiento sincronizado de la Operación Anillo.
El tiempo del lanzamiento en los espacios de Sary-Ozeki correspondía a las ocho de la tarde. A las ocho en punto los cohetes debían emprender el vuelo. Sucesivamente, y en intervalos de minuto y medio, debían partir para ese lejano cosmos nueve cohetes antisatélites, procedentes de Sary-Ozeki, destinados a formar en el plano Este-Oeste un anillo continuamente activo alrededor del globo terráqueo contra la penetración de aparatos voladores extraterrestres. Los cohetes-robot de Nevada debían establecer el anillo Norte-Sur.
A las quince horas en punto se conectó en el cosmódromo Sary-Ozeki-i el sistema de control de prelanzamiento «Cinco-minutos». Cada cinco minutos, en todas las pantallas y paneles de todos los servicios y canales se encendían lucecitas recordatorias acompañadas de un doblaje sonoro: «Cuatro horas cincuenta y cinco minutos para el lanzamiento... Cuatro horas cincuenta minutos para el lanzamiento...». Tres horas antes del lanzamiento se conectaría el sistema «Minuto».
En aquellos momentos, la estación orbital Paritethabía cambiado ya los parámetros de su ubicación en el cosmos y al mismo tiempo se habían recodificado los canales de enlace por radio de los sistemas de a bordo de la estación, para excluir cualquier posibilidad de contacto con los paritet-cosmonautas -2 y 2- I .
¡Y con todo, esto era completamente inútil; como la voz que clama en el desierto llegaban incesantes radioseñales de los paritet-cosmonautas 1 -2 y 2-I! Pedían desesperadamente que no se interrumpiera el contacto con ellos. No discutían las decisiones del Centrun, proponían que se estudiaran más a fondo los problemas de los posibles contactos con la civilización pechiana, partiendo como es natural de los intereses de los terrícolas, no insistían en su inmediata rehabilitación, aceptaban esperar y hacer todo cuanto fuera preciso para que su estancia en el planeta Pecho Forestal fuera de general utilidad en las relaciones intergalácticas, pero protestaban por la Operación Anillo que habían emprendido, contra aquel autoaislamiento global que conducía, según ellos, a la ruina histórica y tecnológica de la sociedad humana y que no se superaría en millares de años... Pero ya era tarde... Nadie en el mundo podía escucharlos, nadie podía suponer que en el espacio del universo unas voces llamaban silenciosamente...
Mientras, en el cosmódromo Sary-Ozeki- i se había conectado ya el sistema «Minuto» que contaba irreversiblemente la proximidad del lanzamiento a tenor de la Operación Anillo... Y el milano, después del vuelo de turno, apareció de nuevo sobre el despeñadero de Malakumdychap. Los hombres estaban ocupados en su empresa: trabajaban con las palas. La excavadora había extraído ya un gran montón de tierra. Ahora metía el cangilón profundamente en la zanja y arrancaba las últimas porciones de terreno. Pronto dejó sus convulsiones y se hizo a un lado mientras los hombres terminaban de excavar en el fondo de la zanja. El camello estaba presente, pero el perro pardo no era visible. ¿Dónde había podido meterse? El milano sobrevoló el lugar a más baja altura y describió un suave círculo sobre el despeñadero girando la cabeza a derecha e izquierda. Finalmente, vio que el perro pardo yacía bajo el remolque, estirado junto a las mismas ruedas. El perro yacía a su gusto, descansando o quizá dormitando, y no sentía el menor interés por el milano. Con las veces que había volado aquel día encima de él, el animal ni una sola vez había mirado al cielo. Incluso un roedor, de pie sobre las patas traseras, había echado al principio una ojeada a su alrededor y había mirado para arriba, no fuera que existiera algún peligro. Pero el perro se había adaptado a vivir junto a las personas y nada temía, nada le preocupaba. ¡Y cómo se había tendido! El milano se quedó por un momento inmóvil en el aire, se puso tenso y expelió por debajo de la cola un chorro verde-blanco, brusco como un disparo, en dirección al perro. «¡Anda, para ti!», pareció decir.