que cae siempre en forma de ocho,
estén en el cielo a disposición de los que acaban de morir
almacenados en sus cajas fuertes a través de los años.
En cambio
el Instituto estimaba que sería quizá prudente
no esperar demasiado del paraíso:
¿Qué hacer si no hay nadie que salude
al recién llegado, ni recepción, ni 540
adoctrinamiento? ¿Qué pasa si uno es arrojado
a un vacío sin fin, la orientación perdida,
el espíritu desnudo y absolutamente solo,
la tarea inacabada, la desesperación desconocida,
el cuerpo que empieza apenas a pudrirse,
indesvestible con traje de mañana,
la viuda postrada en una cama incierta,
ella misma borrón en la cabeza que se disuelve?
Poniendo a los dioses en su lugar, incluyendo al D. con mayúscula, 550
Iph tomaba algunos desechos periféricos
de las visiones místicas; y ofrecía triquiñuelas
(las gafas ahumadas para el eclipse de la vida)
para no perder la cabeza cuando uno se convierte en fantasma:
deslizarse de costado, elegir una curva suave y dejarse caer,
encontrar cuerpos sólidos y atravesarlos de un resbalón,
o dejar que una persona circule en usted.
Cómo reconocer en las tinieblas, con un sobresalto
Terra la Bella, una bola de jaspe.
Cómo conservar la razón en tipos de espacio en espiral. 560
Precauciones que han de adoptarse en caso
de una reencarnación monstruosa: qué hacer
al descubrir de pronto que uno
es ahora un sapo joven y vulnerable
instalado en medio de un camino frecuentado,
o un osezno bajo un pino ardiendo,
o una polilla en un libro eclesiástico otra vez de moda.
El tiempo significa sucesión, y la sucesión, cambio:
la eternidad debe, pues, perturbar
los horarios del sentimiento. Aconsejamos 570
al viudo. Se ha casado dos veces;
se encuentra con sus dos esposas, las dos amadas, amantes
y celosas una de otra. El tiempo significa crecimiento
y el crecimiento no significa nada en la vida elísea.
Acariciando a un niño, inmutable, la esposa de cabellos de lino
se duele al borde de un recordado estanque
lleno de un cielo soñador. Y rubia también,
pero con un toque leonado en la sombra,
las manos enlazando las rodillas, en una balaustrada de piedra
apoyados los pies, la otra está sentada y mira 580
con ojos húmedos la impenetrable y leve bruma azul.
¿Cómo empezar? ¿A quién besar primero? ¿Qué juguete
dar al niño? ¿Ese chiquillo solemne sabe
que un choque de frente, una salvaje noche de marzo,
mató a la madre y al hijo?
Y ella, el segundo amor, pies desnudos en negras zapatillas
de baile, ¿por qué lleva pendientes
sacados del estuche de joyas de la otra?
¿Y por qué aparta su joven y apasionado rostro?
Porque, como nos enseñan los sueños, ¡es tan difícil 590
hablar con nuestros muertos queridos! Se desentienden
de nuestra aprensión, de nuestros escrúpulos y nuestra vergüenza…
la terrible sensación de que no son del todo los mismos.
Y nuestro compañero de escuela muerto en una guerra lejana
no se sorprende de vernos a su puerta,
y con una mezcla de ligereza y melancolía
señala los charcos en su cuarto del subsuelo.
¿Pero quién puede enseñar los pensamientos a que deberíamos recurrir
cuando la mañana nos descubra caminando hacia la pared,
bajo la dirección escénica de algún político 600
cretino, de algún babuino de uniforme?
Pensaremos en cosas que sólo nosotros sabemos:
imperios de la rima, Indias del cálculo;
escuchar el canto distante de los gallos, y discernir
bajo el rugoso muro gris un polipodio raro;
y mientras nos atan las regias manos,
abrumar a nuestros inferiores con sarcasmos, alegremente ridículizar
a los imbéciles dedicados a la causa, y escupirles
en los ojos sólo por pasar el rato.
Tampoco se puede ayudar al exiliado, al viejo 610
que agoniza en un motel, con el ventilador ruidoso
girando en la tórrida noche de la sabana,