la abstracta batalla se libra concretamente.
La pluma se detiene en el aire, después cae para tachar 830
una puesta de sol o restaurar una estrella,
y guía así físicamente la frase
hacia un pálido resplandor diurno a través del laberinto de tinta.
¡Pero el método A es una tortura! El cerebro
queda pronto encerrado en un casco de dolor.
Una musa en ropa de faena dirige la perforadora
que tritura y que ningún esfuerzo de la voluntad
puede interrumpir, mientras que el autómata
saca lo que acaba de poner
o va con paso vivo a la tienda de la esquina 860
a comprar el diario que ya ha leído.
¿Por qué es así? Quizá porque
en el trabajo sin pluma no hay pausa de la pluma,
y uno debe usar tres manos al mismo tiempo,
teniendo que elegir la rima necesaria,
tener bajo los ojos el verso completo
y conservar en la mente todos los ensayos precedentes.
¿O el proceso es más profundo sin escritorio
para apoyar lo falso e izar lo poético?
Porque hay esos misteriosos momentos en que, 870
demasiado cansado para borrar, dejo caer la pluma,
deambulo y obedeciendo a alguna muda orden,
la palabra justa silba y se posa en mi mano.
Mi mejor momento es la mañana; mi casa
preferida el centro del verano. Una vez me oí
despertarme mientras la mitad de mí mismo
seguía durmiendo en la cama. Liberé violentamente mi espíritu
y me atrapé… en el jardín
donde las hojas de trébol recogían en su copa el topacio del alba,
y donde estaba Shade, de pie, en camisón y con un zapato. 880
Y entonces comprendí que esa mitad también
dormía profundamente; se rieron los dos y me desperté
seguro en mi cama mientras el día rompía su cáscara,
y los mirlos caminaban y se detenían, y en el húmedo
césped tachonado, ¡había un zapato marrón! Mi sello secreto,
la huella de Shade, el misterio innato.
Espejismos, milagros, mañana del centro del verano.
Como mi biógrafo quizá es demasiado grave
o sabe demasiado poco para poder afirmar que Shade
se afeitaba en su baño, aquí va:
Había instalado un sistema 890
de bisagra y tornillo, un soporte de acero
que atravesaba la bañera para mantener en su sitio
el espejo de afeitarse justo delante de la cara
y con el dedo gordo del pie, renovando el calor del grifo,
tronaba como un rey y sangraba como Marat.
Cuanto más peso, menos sólida es mi piel;
en algunos lugares es ridículamente fina;
así, junto a la boca: el lugar entre la comisura
y mi mueca, invita al tajo perverso.
O esta papada: algún día tendré que dejarme crecer 900
la barba de collar, inveterada en mí.
Mi nuez de Adán es un higo chumbo;
ahora hablaré del mal y la desesperanza
como nadie ha hablado. Cinco, seis, siete, ocho,
nueve golpes no bastan. Diez. Palpo
a través de la fresa con crema la ensangrentada papilla
y no encuentro nada cambiado en este cuadrado pinchudo.
Tengo mis dudas sobre ese tipo manco
que en los anuncios, de un solo golpe deslizante,
abre un sendero estrecho de la oreja al mentón, 910
después se lava la cara y palpa afectuosamente su piel.
Yo soy de la clase de los bimanos manícacos.
Así como un discreto efebo en malla de baile asiste
a una mujer en una danza acrobática,
mi mano izquierda ayuda, sostiene y se desplaza.
Ahora hablaré… Mejor que el jabón
es la sensación que el poeta espera
cuando la inspiración de helada llama,
la imagen repentina y la frase inmediata
hacen correr por la piel una triple ondulación 920
que eriza todos los pelillos
como en la ampliación del dibujo animado
la barba segada cuando Nuestra Crema la sostiene.
Ahora hablaré del mal como nadie
hasta hoy ha hablado. Detesto esas cosas como el jazz;
el cretino de medias blancas que tortura a un toro
negro, estriado de rojo; el bric-à-brac de los abstractos;