Verso 172: libros y personas
En un cuaderno negro que afortunadamente llevo encima, encuentro, anotados aquí y allá, entre diversos extractos que por casualidad me habían gustado (una nota al pie de la Vida del Dr. Johnson, por Boswell, las inscripciones en los árboles de la famosa avenida Wordsmith, una cita de San Agustín, etc.), algunos ejemplos de la conversación de John Shade que recogí con el objeto de referirme a ellos en presencia de personas a las que mi amistad con el poeta podía interesar o aburrir. Su lector y el mío me disculparán, espero, si rompo el curso ordenado de estos comentarios y dejo que mi ilustre amigo hable por sí mismo.
Habiéndose mencionado a les críticos, dijo: "Nunca he acusado recibo de los elogios escritos aunque a veces he sentido el violento deseo de abrazar la resplandeciente imagen de este o aquel dechado de discernimiento; y nunca me he molestado en asomarme a la ventana para vaciar mi skoramis sobre la mollera de algún pobre cagatintas. Miro con el mismo desapego el vituperio y el ditirambo". Kinbote: "Supongo que usted descarta el primero por considerarlo el farfullar de un cretino y el segundo por creerlo la acción amistosa de un alma buena". Shade: "exacto".
Hablando del jefe del Departamento de Ruso, el Profesor Pnin, un verdadero tirano con sus subordinados (afortunadamente, el Profesor Botkin, que enseñaba en otro departamento, no dependía de ese "perfeccionista" grotesco): "Qué extraño que los intelectuales rusos no tengan ningún sentido del humor cuando cuentan con humoristas tan maravillosos como Gogol, Dostoievsky, Chejov, Zoshchenko y esa pareja de autores de genio, Ilf y Petrov".
Refiriéndose a la vulgaridad de un gordo que conocíamos: "El hombre es tan vulgar como un delantal de cocinero con la inscripción de chef". Kinbote (riendo): "¡Maravilloso!"
Sobre la cuestión de la enseñanza de Shakespeare en el nivel superior: "Antes de nada, dejar de lado las ideas y los antecedentes sociales y enseñar a los alumnos de primer año a estremecerse, a emborracharse con la poesía de Hamlet o Lear, a leer con la espina dorsal y no con el cerebro". Kinbote: "¿Aprecia usted especialmente las grandes tiradas?" Shade: "Sí, mi querido Charles, me revuelco en ellas como un perro bastardo agradecido en un rincón de hierba ensuciado por un gran danés".
Como se hablara del efecto y la interpenetración del marxismo y el freudismo, dije: "De dos doctrinas falsas la peor es la más difícil de desarraigar". Shade: "No, Charlie, hay criterios más sencillos: el marxismo necesita de un dictador, y un dictador necesita de una policía secreta, y eso es el fin del mundo; pero el freudiano, por estúpido que sea, aún puede depositar su voto en la urna, aunque le guste calificarlo (sonriendo) de polinización política".
Sobre los trabajos escritos de los alumnos: "En general soy muy benévolo (dijo Shade) pero hay ciertas insignificancias que no perdono". Kinbote: "¿Por ejemplo?" "No haber leído el libro exigido. Haberlo leído como un idiota. Buscar símbolos en él; ejemplo: 'El autor usa la imagen sorprendente de hojas verdesporque el verde es el símbolo de la felicidad y la frustración'. Tengo también la costumbre de bajar catastróficamente la nota de un estudiante si usa las palabras 'simple' y 'sincero' en un sentido laudatorio; ejemplos: 'El estilo de Shelley es siempre muy simple y bueno'; o 'Yeats es siempre sincero'. Es algo muy difundido y cuando oigo a un crítico que habla de la sinceridad de un autor sé que el crítico es un tonto o lo es el autor". Kinbote: "Pero me han dicho que se enseña esta manera de pensar en las escuelas secundarias". "Allí es donde habría que empezar a pasar la escoba. Un niño debería tener treinta especialistas que le enseñaran treinta materias, y no una maestra abrumada que le muestre la imagen de un arrozal y le diga que eso es la China, porque ella no sabe nada de la China ni de ninguna otra cosa, y no puede explicar la diferencia entre la longitud y la latitud." Kinbote: "Sí, estoy de acuerdo".
Verso 181: Hoy
Es decir, el 5 de julio de 1959, sexto domingo después de la Trinidad. Shade empezó a escribir el Canto Segundo "por la mañana temprano" (así indicó en lo alto de la ficha 14). Siguió (hasta el verso 208) durante todo el día. Dedicó casi toda la tarde y una parte de la noche a lo que sus autores favoritos del siglo dieciocho llamaban "el bullicio y la vanidad del mundo". Después que el último invitado se hubo marchado (en bicicleta) y se vaciaron los ceniceros, todas las ventanas quedaron oscuras durante un par dé horas; pero a eso de las tres de la mañana, desde mi cuarto de baño del piso alto, vi que el poeta había vuelto a su mesa de trabajo en la luz lila de su refugio, y en esta sesión nocturna el canto llegó al verso 230 (ficha 18). En otro viaje al cuarto de baño, una hora y media más tarde, a la salida del sol, vi que la luz había pasado al dormitorio, y sonreí con indulgencia pues según mis deducciones sólo habían pasado dos noches desde la tres mil novecientas noventa y nueve-ava vez… pero no importa. Pocos minutos después, la oscuridad era de nuevo compacta y me volví a la cama.
El 5 de julio a mediodía, en el otro hemisferio, en la pista barrida por la lluvia del aeropuerto de Onhava, Gradus, provisto de un pasaporte francés, se dirigía a un avión comercial ruso con destino a Copenhague, y este acontecimiento se sincronizaba con el hecho de que Shade empezaba por la mañana temprano (hora de la costa atlántica) a componer, o a escribir después de componerlos en la cama, los primeros versos del Canto Segundo. Casi veinticuatro horas más tarde, cuando llegó al verso 230, Gradus, después de una noche de descanso en la casa de campo de nuestro cónsul en Copenhague, una Sombra importante, había entrado, con la Sombra, en una tienda de confección para adecuarse a la descripción que de él se da en notas posteriores (a los versos 286 y 408). Hoy, migraña aún peor.
En cuanto a mis propias actividades, fueron, debo confesarlo, de lo más insatisfactorias desde todo punto de vista: emocional, creador y social. Esta mala racha había empezado la víspera cuando tuve la amabilidad de ofrecer a un joven amigo -candidato a mi tercera mesa de ping-pong, que después de una serie de sensacionales infracciones a las normas de tránsito había sido privado de su carnet de conductor- llevarlo en mi poderoso Kramler hasta la propiedad de sus padres, una bagatela de doscientas millas. En el curso de una fiesta que duró toda la noche, entre una multitud de extranjeros -jóvenes, viejos, muchachas empalagosamente perfumadas- en una atmósfera de fuegos artificiales, humo de parrillas, payasadas, jazz y zambullidas aurórales, perdí todo contacto con el chico tonto, me vi obligado a bailar, me vi obligado a cantar, me encontré metido en los parloteos más aburridos que quepa imaginar con diversos parientes del niño y por último, de la manera más inconcebible, me dejé arrastrar a otra fiesta en otra propiedad donde, después de algunos indescriptibles juegos de salón en los que casi me esquilaron la barba, me sirvieron un desayuno de frutas y cereales y mi anónimo huésped, un viejo borrachín de smokingy pantalones de montar, me llevó a dar una vuelta, tambaleando, por sus caballerizas. Después de ubicar mi coche (fuera del camino, en un bosque de pinos), saqué del asiento del conductor un par de pantalones de baño empapados y un zapato dorado de mujer. Los frenos se habían gastado durante la noche y pronto me quedé sin gasolina en un tramo desolado del camino. El reloj del Wordsmith College daba las seis cuando llegué a Arcady, jurándome que nunca volverían a pescarme en otra parecida y solazándome inocentemente ante la idea de pasar una velada tranquila con mi poeta. Sólo cuando vi la caja chata de cartón, encintada, que yo había dejado en una silla del vestíbulo, me di cuenta de que había estado a punto de pasar por alto su cumpleaños.