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al tenis, al badmington. ¡Menos feculentos, más fruta!

Tal vez no sea una belleza, pero es graciosa."

Era inútil, inútil. Los premios ganados

en francés y en historia, era divertido, sin duda;

en las fiestas de Navidad los fuegos eran violentos, sin duda,

y una pequeña invitada tímida podía quedar a un lado;

pero seamos justos: mientras los niños de su edad 310

hacían el papel de elfos y de hadas en el escenario

que ella había ayudado a pintar para la representación de la escuela,

mi dulce hija personificaba la Madre Tiempo,

una criada encorvada, con un cubo y una escoba,

y como un imbécil, yo me iba a llorar a los retretes de hombres.

Otro invierno desapareció, barrido por los limpianieves.

El Toothwort White frecuentó nuestros bosques en mayo.

El verano avanzó segando, ardió el otoño.

Ay, el deslucido pichón de cisne nunca se convirtió

en un pato Carolina. Y de nuevo tu voz: 320

"¡Pero es un prejuicio! Deberías alegrarte

de que sea inocente. ¿Por qué insistir tanto

en lo físico? Ella quiere parecer un adefesio.

Hay vírgenes que han escrito libros resplandecientes .

El amor no es todo. ¡La belleza

no es indispensable!" Y sin embargo

el Viejo Pan seguía llamando desde cada colina pintada,

y sin embargo los demonios de nuestra piedad hablaban:

Ningún labio compartirá el rouge de sus cigarrillos;

el teléfono que sonaba antes de un baile 330

cada dos minutos en Sorosa Hall

nunca sonaba para ella; y con un gran

chirrido de neumáticos en la grava, hasta la puerta,

surgiendo de la noche laqueada, jamás un enamorado

de blanco pañuelo vino a buscarla; ella nunca iría,

sueño de gasa y jazmín, a aquel baile.

Sin embargo la mandamos a un castillo en Francia.

Y volvió llorando, con nuevas derrotas,

nuevas miserias. Los días en que todas las calles

de College Town llevaban al partido, ella se sentaba 340

en el umbral de la biblioteca, y leía o tejía;

las más de las veces estaba sola, o con aquella dulce

y frágil camarada que se hizo monja, y una o dos veces

con un muchacho coreano que seguía mi curso.

Tenía extraños miedos, extrañas fantasías, extraña fuerza

de carácter, como cuando se pasó tres noches

investigando ciertos sonidos, ciertas luces

en un viejo granero. Invertía las palabras: rosa, sarro,

pala, lapa. Y adán se convertía en nada.

Te llamaba saltamontes didáctico. 350

Rara vez sonreía, y cuando lo hacía,

era señal de dolor. Criticaba

ferozmente nuestros proyectos, y con ojos

inexpresivos, se quedaba sentada en la cama revuelta,

estirando los pies hinchados, rascándose la cabeza

con las uñas enfermas de psoriasis, y gemía

murmurando monótonas palabras terribles.

Era mi tesoro: difícil, malhumorada,

pero igual mi tesoro. Te acuerdas de aquellas

noches casi inmóviles, cuando jugábamos 360

al mahjong, o cuando se probaba tus pieles, que la hacían

casi atrayente; y los espejos sonreían,

la luz era piadosa, las sombras leves.

A veces yo la ayudaba a entender un texto latino,

o ella leía en su cuarto, cerca

de mi cubil fluorescente, y tú estabas

en tu estudio, doblemente separada de mí,

y de vez en cuando yo oía las dos voces:

"Mamá, ¿qué es grimpen ?" "¿Qué es qué?"

"Grim Pen".

Pausa, y tu glosa prudente. Después, de nuevo: 370

"Mamá, ¿qué es ctónico ?" También se lo explicabas,

añadiendo: "¿Quieres una mandarina?"

"No. Sí. ¿Y qué quiere decir sempiterno ?"

Vacilabas. Y desde mi escritorio, como un trueno,

yo rugía la respuesta, a través de la puerta cerrada.

Poco importaba lo que leyera

(algún cursi poema moderno del que se decía,

en el curso de Literatura Inglesa, que era un documento

"angayé y coercitivo" -¿qué significaba eso?-

a nadie le importaba); el hecho es que 380

los tres cuartos, unidos entonces por ti, por ella y por mí,