»En otras palabras, el autor se mofa a lo largo de todo el libro de la personalidad de uno de los hijos más puros y valiosos de la Rusia liberal —y no digamos de los puntapiés con que recompensa a otros pensadores progresistas rusos, el respeto hacia los cuales es en nuestra conciencia una parte inmanente de su esencia histórica. En su libro, que se halla absolutamente fuera de la tradición humanitaria de la literatura rusa y, por tanto, fuera de la literatura en general, no hay falsedades auténticas (si exceptuamos al ficticio "Strannolyubski" ya mencionado, dos o tres detalles dudosos, y unos cuantos deslices de la pluma), pero la «verdad» que contiene es peor que la mentira más llena de prejuicios, porque semejante verdad está en contradicción directa con aquella verdad noble y casta (cuya ausencia despoja a la historia de aquello que el gran griego llamó tropotos) que es uno de los tesoros inalienables del pensamiento social ruso. En nuestros días, a Dios gracias, a los libros no se les quema en la hoguera, pero debo confesar que si aún existiera semejante costumbre, el libro del señor Godunov-Cherdyntsev podría considerarse con justicia el primer candidato para calentar una plaza pública.»
Después de esto Koncheyev expresó su opinión en la publicación literaria anual La Torre. Empezó dibujando la imagen de una huida durante una invasión o un terremoto, cuando la gente carga con todo lo que puede llevar y siempre hay alguien que acarrea el gran retrato enmarcado de un pariente olvidado hace tiempo. «Un retrato como éste (escribía Koncheyev) es para los intelectuales rusos la imagen de Chernyshevski, que los emigrados llevaron consigo al extranjero, espontánea pero casualmente, junto con otras cosas más útiles», y así es cómo Koncheyev explicaba la estupefacción causada por la aparición del libro de Fiodor Konstantinovich: «De repente alguien ha confiscado el retrato.» Más adelante, después de acabar de una vez por todas con las consideraciones de naturaleza ideológica y de embarcarse en un examen del libro como obra de arte, Koncheyev empezaba a elogiarlo de tal modo que, mientras leía la crítica, Fiodor sentía que se formaba en torno a su rostro una cadente aureola y que circulaba mercurio por sus venas. El artículo terminaba así: «¡Ay! Entre los emigrados será difícil hallar a una docena de personas capaces de apreciar el fuego y la fascinación de esta composición de fabuloso ingenio; y hasta sostendría que en la Rusia de hoy no encontraríamos ni siquiera a una que lo apreciase, si no me hubiese enterado de la existencia de dos personas, una de las cuales vive en la margen norte del Neva y la otra, en el remoto destierro siberiano.»
El órgano monárquico El Tronodedicó a La vida de Chernyshevski unas pocas líneas, en las cuales señalaba que cualquier valor que pudiera contener el desenmascaramiento de «uno de los mentores ideológicos del bolchevismo» quedaba completamente anulado por «el barato liberalismo del autor, que se pone del lado de su infortunado pero pernicioso héroe en cuanto el paciente zar de Rusia le ha confinado en lugar seguro... Y en general —añadía el crítico, Piotr Levchenko—, ya es hora de que deje de escribirse sobre las supuestas crueldades del "régimen zarista" en relación con las "almas puras" que no interesan a nadie. La francmasonería roja se regocijará ante la obra del conde Godunov-Cherdyntsev. Es lamentable que el portador de dicho nombre se ocupe en entonar himnos a los "ideales sociales" que desde hace mucho tiempo sólo son ídolos baratos».
El diario procomunista de Berlín, publicado en lengua rusa, ¡Arriba!(al cual la Gazetade Vasiliev calificaba invariablemente de «el reptil»), publicó un artículo dedicado a la celebración del centenario del nacimiento de Chernyshevski, que concluía así: «En nuestra bendita emigración también ha habido reacciones: con fanfarronería e insolencia, un tal Godunov-Cherdyntsev ha fraguado un opúsculo —para el que ha recogido material de todos los lugares imaginables— y ha publicado su vil difamación con el título de La vida de Chernyshevski. Un profesor de Praga se ha apresurado a considerar la obra "inteligente y concienzuda", y todo el mundo ha coincidido amistosamente. Está escrita con estilo ostentoso, que no difiere en modo alguno de los editoriales de Vasiliev sobre "El fin inminente del bolchevismo".»
Esta última ironía era especialmente divertida, teniendo en cuenta el hecho de que Vasiliev se opuso de manera rotunda a hacer la menor referencia al libro de Fiodor en su Gazeta, diciéndole con sinceridad (aunque el otro no había preguntado nada) que de no estar en relaciones tan amistosas con él, habría publicado una crítica devastadora —«no habría quedado ni una huella húmeda» del autor de La vida de Chernyshevski. En suma, el libro se vio rodeado de un buen ambiente de escándalo que favoreció las ventas; y al mismo tiempo, pese a los ataques, el nombre de Godunov-Cherdyntsev pasó inmediatamente a primer plano, y se elevó sobre la abigarrada tempestad de las opiniones de los críticos, a plena vista de todo el mundo, clara y firmemente. Pero había un hombre cuya opinión Fiodor ya no podía averiguar. Alexander Yakovlevich Chernyshevski murió poco antes de la aparición del libro.
Cuando en un funeral preguntaron al pensador francés Delalande por qué no se descubría ( ne se découvre pas), replicó: «Estoy esperando que lo haga primero la muerte» ( qu'elle se découvre la première). Hay en esto una carencia de gallardía metafísica, pero la muerte no merece nada más. El miedo origina un temor reverente, el temor reverente erige un altar para el sacrificio, su humo asciende hasta el cielo, donde adopta la forma de alas, y el miedo servil le dirige una oración. La religión tiene la misma relación con la condición divina del hombre que las matemáticas con su condición terrena: tanto la una como las otras son meramente las reglas del juego. Fe en Dios y fe en los números: fe local y fe de localización. Sé que la muerte por sí misma no tiene ninguna relación con la topografía del más allá, porque una puerta tan sólo es la salida de la casa y no una parte de sus alrededores, como un árbol o una colina. Hay que salir de algún modo, «pero me niego a ver en una puerta algo más que un agujero o un trabajo de carpintería» (Delalande, Discours sur les ombres, pág. 45). Y otra cosa: la desafortunada imagen de un «camino», a la que la mente humana se ha acostumbrado (la vida como una especie de viaje), es una ilusión estúpida: no vamos a ninguna parte, estamos sentados en casa. El otro mundo nos rodea siempre y no es en absoluto el fin de un peregrinaje. En nuestra casa terrena, las ventanas están reemplazadas por espejos; la puerta, hasta un momento determinado, está cerrada; pero el aire entra por las rendijas. «Para nuestros sentidos domésticos la imagen más accesible de nuestra comprensión futura de aquellos alrededores que nos serán revelados junto con la desintegración del cuerpo, es la liberación del alma de las cuencas de la carne y nuestra transformación en un ojo libre y completo, que puede ver simultáneamente en todas direcciones, o, dicho de otro modo: una percepción suprasensorial del mundo, acompañada de nuestra participación interna.» (Ibídem, pág. 64.) Pero todo esto son únicamente símbolos —símbolos que se convierten en una carga para la mente en cuanto ésta los mira de cerca.