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PRÍNCIPE. - ¡Pero podía haber perdido!

ARBENIN. - ¿Yo? ¡No!... Aquellos días placenteros han pasado. Yo veo todo y conozco todas las mañas; es por eso que ahora ya no juego.

PRÍNCIPE. - Usted elude mi agradecimiento.

ARBENIN. - Para decirle la verdad, no lo soporto.

Jamás, ni a nada ni a nadie le debo algo yo en la vida; y si a alguien he pagado con el bien, no ha sido por quererle demasiado, sino simplemente porque he visto utilidad en eso.

PRÍNCIPE. - No le creo.

ARBENIN. - ¿Quién lo obliga a creerme? Estoy acostumbrado a eso desde hace mucho tiempo y si no fuera por pereza me volvería hipócrita... Pero terminemos esta conversación. (Pausa). Si nos fuéramos a divertir un poco, no nos haría mal ni a usted ni a mí...

Hoy es fiesta y creo que hay baile de máscaras en la casa de Engelhardt.

PRÍNCIPE. — Es cierto.

ARBENIN. - Vamos.

PRÍNCIPE. - Estoy contento.

ARBENIN. - (Consigo mismo) Entre la multitud descansaré un poco.

PRÍNCIPE. - Allá hay mujeres, ¡una maravilla!... Y hasta dicen que suelen ir...

ARBENIN. - Que digan, a nosotros qué nos importa. Bajo el disfraz, todas las clases son iguales; las máscaras no tienen alma, ni nombre; tienen cuerpo; y si la máscara esconde sus facciones, hay que quitarle el antifaz con audacia. (Salen).

(Los mismos, menos Arbenin y el príncipe Zviezdich).

JUGADOR 1º- Se ha declarado en huelga a tiempo. Con él es inútil jugar

JUGADOR 2º- No nos dio siquiera tiempo de levantar cabeza.

LACAYO. - (Entrando) ¡La cena está lista!

DUEÑO. - ¡Vamos, señores! El champaña os consolará de vuestras pérdidas. (Salen).

SHPRIJ. - (Solo) Quisiera hacer amistad con Arbenin... Pero también quiero cenar gratuitamente.

Cenaré aquí..., averiguaré aún algo, y lo seguiré al baile de máscaras.

(Sale murmurando).

ESCENA II

BAILE DE MÁSCARAS

MÁSCARAS, ARBENIN, LUEGO EL PRÍNCIPE

ZVIEZDICH.

(La multitud se pasea en el escenario. A la izquierda, un canapé)

ARBENIN. - (Entrando) En vano busco distracción en todas partes. Vivaz y ruidosa es la multitud ante mis ojos, pero sigue frío mi corazón y duerme mi fantasía. Son todos extraños para mí y yo también un extraño para ellos. (Se acerca el príncipe, bostezando) He aquí la nueva generación... y yo también fui alguna vez joven como ellos, por lo visto. ¿Qué tal, príncipe? ¿No conquistó todavía alguna aventura?

PRÍNCIPE. - ¿Qué hacer? Hace una hora que estoy buscando.

ARBENIN. - ¡Ah!, ¿usted quiere que la felicidad lo busque a usted? Eso es muy nuevo... habría que hacerle conocer...

PRÍNCIPE. - Todas las mascaritas son muy tontas.

ARBENIN. - Las máscaras nunca son tontas; si calla, es misteriosa; si habla, es encantadora. Usted puede siempre imaginar una sonrisa, una mirada que adorne sus palabras... Por ejemplo, mire usted allí, cómo se yergue noblemente esa alta máscara disfrazada de otomana... ¡Qué gordita! ¡Cómo respira su pecho, con pasión y libremente! ¿La conoce? ¿No sabe usted quién es? Tal vez una orgullosa condesa o baronesa. Una Diana en la sociedad y una Venus en el baile de máscaras. También podría ser que esa hermosura lo visitase esta noche por media hora en su casa. En ambos casos, no pierda el tiempo. (Se aleja).

EL PRÍNCIPE Y LA MASCARITA

(Un dominó se acerca y se detiene; el príncipe, de pie, muy pensativo).

PRÍNCIPE. - Todo eso está muy bien... pero, sin embargo, yo continúo bostezando... Pero he aquí que llega una... ¡Ojalá, Dios mío, que tenga suerte!

(Una mascarita, separándose del grupo, le golpea el hombro).

MASCARITA. - ¡Yo te conozco!

PRÍNCIPE. - Pero, por lo visto, poco.

MASCARITA. - Y hasta sé qué es lo que estás pensando.

PRÍNCIPE. - Entonces eres más feliz que yo.

(Tratando de mirar debajo del antifaz) Si no me equivoco, tiene una boquita espléndida.

MASCARITA. - ¿Te gusto? Tanto peor.

PRÍNCIPE. - ¿Para quién?

MASCARITA. - Para alguno de los dos.

PRÍNCIPE. - No veo por qué... No me asustarás con tus adivinanzas, y aunque no soy nada astuto, ya averiguaré quién eres.

MASCARITA. - Así es que crees estar seguro del fin de nuestra conversación...

PRÍNCIPE. - Hablaremos y nos separaremos.

MASCARITA. - ¿Estás seguro?

PRÍNCIPE. - Tú hacia la izquierda, yo hacia la derecha...

MASCARITA. - Pero si yo estoy aquí con el único propósito de verte y de hablar contigo; si te dijese que dentro de una hora me jurarás que jamás podrás olvidarme; que serías feliz de entregarme la vida aunque sea sólo por un instante. ¡Oh!, cuando yo desaparezca como un fantasma sin nombre y escuches de mis labios sólo: hasta la vista...

PRÍNCIPE. - Eres una mascarita inteligente, pero pierdes mucho tiempo hablando. Ya que me conoces, dime quién soy yo.

MASCARITA. - ¿Tú? Un hombre sin carácter, sin moral, ateo, engreído, malo y débil; en ti se refleja todo nuestro siglo. Nuestro tiempo es brillante, pero miserable. Quieres llenar tu vida, pero huyes de las pasiones; quieres tener todo, pero no sabes sacrificarte; desprecias a la gente sin corazón y sin orgullo, pero tú mismo eres juguete de esa gente. ¡Oh, yo te conozco!...

PRÍNCIPE. - Eso me halaga mucho.

MASCARITA. - También has hecho mucho mal...

PRÍNCIPE. - Sin querer, tal vez.

MASCARITA. - ¡Quién sabe! Lo único que sé es que no deberían quererte tanto las mujeres.