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Al otro lado de la calle, vi un Mercury detenido con el motor al ralentí.

Doblé a la izquierda y entré en el Top Knot. Me fijé de inmediato en Danny Boy que estaba sentado en una mesa del fondo, de cualquier manera me acerqué a la barra y pregunté si estaba allí. Debí hablar demasiado alto porque muchos de los clientes me miraron. El barman hizo un gesto señalando el fondo. Caminé hasta allí y me reuní con él.

No estaba solo. Compartía su mesa con una joven esbelta, con rostro de zorro y con los cabellos tan blancos como los suyos, salvo que en el caso de la joven la naturaleza no era la culpable de la coloración. Tenía las cejas depiladas y su frente relucía. Danny Boy me la presentó bajo el nombre de Bryna, añadiendo:

– Rima con angina, entre otras cosas.

La interesada sonrió, descubriendo unos pequeños y agudos colmillos.

Acerqué una silla y me dejé caer de golpe. Dije:

– Danny Boy, puedes hacer circular esto: sé quién es el novio de Kim Dakkinen. Sé quién la mató y por qué la mató.

– Matt, ¿estás bien?

– Perfectamente. ¿Sabes por qué me costó tanto seguirle los pasos al novio de Kim? Porque no era un tipo que se dejara ver. No la llevaba a clubs, no jugaba o apostaba, no pisaba los bares. No tenía contactos con nadie.

– ¿Has estado bebiendo, Matt?

– ¿Te crees que estás en los tiempos de la inquisición? ¿Qué te importa si he estado bebiendo o no?

– Me lo preguntaba. Estás hablando demasiado alto.

– Tan sólo estoy tratando de contarte lo de Kim -dije-, lo de su novio. Mira, él estaba en el negocio de las joyas. No era rico. No pasaba hambre. Se ganaba la vida, eso es todo.

– Bryna -terció-, ¿por qué no te vas a empolvar la nariz un ratito?

– Déjala que se quede. Creo que su nariz está perfecta.

– Matt…

– Lo que te estoy diciendo no es ningún secreto, Danny Boy.

– Como quieras.

– El joyero -proseguí-, parece ser que empezó a ver a Kim como cliente. Pero algo ocurrió. Se enamoró de ella; habría que saber por qué.

– Son cosas que ocurren.

– Desde luego. En cualquier caso, eso fue lo que ocurrió. Mientras, una gente se puso en contacto con él. Ellos tenían unas piedras preciosas que jamás vieron las aduanas y no tenían facturas para ellas. Esmeraldas. Esmeraldas colombianas de la mejor calidad.

– ¿Matt, te importaría decirme por qué coño me estás contando todo esto?

– Es una historia interesante, ¿no?

– No sólo me lo estás contando a mí, se lo estás contando a todo el local. ¿Sabes lo que estás haciendo?

Lo miré fijamente.

– Bueno, está bien -dijo al cabo de un momento-. Bryna escúchale bien, querida. Este loco quiere hablar de esmeraldas.

– El novio de Kim será un intermediario, vendiendo las esmeraldas que esa gente traía clandestinamente. El ya lo había hecho en otras ocasiones y se había ganado unos cuantos dólares. Sólo que en esta ocasión estaba enamorado de una dama muy cara. De un golpe quería sacar un buen pedazo, de manera que intentó una jugarreta.

– ¿Cómo?

– No lo sé. Puede que tratara de cambiar las piedras. Puede que se quedara con más dinero. Puede que se hiciese con todo el paquete y se largara con él. Debió decirle a Kim algo, porque a causa de eso, ella le dijo a Chance que quería largarse. No iba a seguir haciéndose clientes. En mi opinión creo que el joyero dio el cambiazo y se largó al extranjero a vender las piedras. Durante su ausencia Kim se desembarazó de Chance. Para Kim su regreso sería finalmente el Gran Amor Eterno. Pero él nunca volvió.

– Si nunca volvió, ¿quien la mató?

– La gente a la que hizo la jugarreta. Le pusieron una trampa en esa habitación del Galaxy. Ella debió pensar que se iba a encontrar con él allí. Ella había dejado la prostitución, de manera que no fue al hotel a ver a un cliente. De hecho, ella siempre evitó las citas en los hoteles. Debió recibir una llamada telefónica de alguien que pretendía ser un amigo de su novio y que le dijo que éste último tenía miedo de ir hasta su casa porque tenía la impresión de que lo seguían, de manera que era mejor que se vieran en el hotel.

– Y ella fue.

– Por supuesto. Ella se puso guapa, se atavió con los regalos que él le había hecho: la chaqueta de visón y el anillo de la esmeralda. La chaqueta no valía una fortuna porque el tipo no era rico, no tenía dinero para fundir, pero le pudo ofrecer una esmeralda sensacional porque no le había costado nada. Estaba metido en el negocio, y pudo coger una de esas piedras preciosas importadas clandestinamente y montar un anillo con ella.

– Entonces, ella fue allí y se la cargaron.

– Exacto.

Danny Boy bebió parte de su vodka.

– ¿Por qué? ¿Crees acaso que se la cargaron para recuperar el anillo?

– No. Se la cargaron por cargársela.

– ¿Por qué?

– Porque eran colombianos y ese es su método. Cuando van a por alguien, empiezan eliminando a la familia.

– Joder…

– Quizá piensen que esa es una forma de persuadir a aquellos que quisieran engañarlos. Es bastante frecuente leer casos así en los periódicos, sobre todo en Miami. Toda una familia liquidada porque un tipo ha engañado a otro en un asunto de cocaína. Colombia es un pequeño y rico país. Tienen el mejor café, la mejor marihuana, la mejor cocaína.

– Y las mejores esmeraldas.

– Exacto. El joyero de Kim no estaba casado. Yo, en un principio, creí que lo estaba, y que por eso era difícil seguirle los pasos, pero nunca se casó; puede que nunca haya amado a una mujer hasta enamorarse de Kim, y puede que fuera por ella por lo que estaba dispuesto a cambiar su vida. De cualquier manera era soltero. No tenía esposa, no tenía niños; sus padres habían muerto. ¿Si uno quiere eliminar a la familia de un tipo así, qué hay que hacer? Cargarse a su novia.

La cara de Bryna se había vuelto tan blanca como sus cabellos. No le gustaban las historias donde mataban a las novias.

– El asesinato fue perfecto -proseguí-. El asesino se aseguró de no dejar ninguna prueba. Pero hubo algo que lo empujó a hacer una carnicería en vez de proceder rápidamente con una pistola con silenciador. Puede ser que no le gustaran las prostitutas, o bien que se tratara de un misógino. Fuera lo que fuera, él se descargó sobre Kim.

Luego se limpio, se llevó las toallas sucias, el machete, y se fue. Dejó la chaqueta de visón, el dinero del bolso, pero no olvidó el anillo.

– ¿Porque era demasiado valioso?

– Es posible. No tenemos ninguna prueba del valor del anillo, y por lo que sé lo único que puedo asegurar es que era un cristal tallado y que ella se lo había comprado a sí misma. Pero puede que fuera una esmeralda, y aunque no lo fuera, el asesino debió pensar que lo era. Una cosa es que dejes unos pocos cientos de dólares en el lugar del crimen para dejar constancia de que no has matado a la víctima para robarle, y otra cosa es que dejes una esmeralda que podía llegar a valer cincuenta mil dólares; y encima cuando se trata de tu esmeralda.

– Entiendo.

– El recepcionista en el Galaxy era un colombiano, un muchacho llamado Octavio Calderón. Puede que fuera una coincidencia. Hoy en día la ciudad está llena de colombianos. Quizá el asesino escogió el Galaxy porque conocía a alguien que trabajaba allí. Pero eso no tiene importancia. Calderón tuvo que reconocer al asesino, o por lo menos había oído hablar de él lo bastante como para tener la boca bien cerrada. Después de que un poli volviera por allí para interrogar a Calderón de nuevo, éste desapareció. Los amigos del asesino le aconsejaron que se esfumara, o bien él se dio cuenta de que no estaba seguro allí. De manera que volvió a Cartagena, o se instaló en otra pensión de Queens.

O puede que estuviera muerto, pensé. Era posible, pero no lo creía. Cuando esa gente mata, les gusta dejar los cadáveres bien a la vista.