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– ¿Y lo que le ocurrió a mi hermana Ivy? -intervino Katie, y miró a Rebecca-. Hace unos meses, alguien intentó arrebatarle a un bebé que estaba acunando como voluntaria en un programa para atender a niños hijos de drogadictos.

Rebecca asintió. Ella recordaba bien aquel incidente.

– Aquel asalto a Ivy también fue parte de todo eso -dijo Terrence-. Parte de otro plan, un plan para robar bebés norteamericanos de madres pobres y después venderlos a familias ricas que quisieran adopciones rápidas y sin preguntas.

Peter sacudió la cabeza y suspiró.

– ¿Quién haría algo así?

– ¿Y por qué piensas que no fue sólo por dinero? -le preguntó también Trent.

Terrence se encogió de hombros.

– Tengo esa impresión.

– ¿Y cómo sabemos todo esto, papá? -inquirió Peter.

– Porque un hombre se ha entregado hace unos días, ha confesado que estaba involucrado y le ha dado mucha información valiosa a la policía. Se llama Everett Baker. Gracias a eso se encontró al bebé Sanders.

– ¡Everett Baker! -exclamó Rebecca.

Al hacerlo, atrajo la atención de todos los presentes, y se ruborizó.

– No es que lo conozca, en realidad, pero es el contable de Children's Connection, ¿verdad?

– Lo era -dijo Terrence-. ¿Cómo lo sabías?

– Porque conozco a Nancy Allen, otra de las enfermeras del hospital. Todo el mundo la conoce. Es una persona amable y bondadosa, que habla con todo el mundo, y con la que todo el mundo quiere hablar. Pero… nadie ha dicho que tenga nada que ver con esto, ¿verdad?

Terrence sacudió la cabeza.

– Yo no he oído nada parecido.

Rebecca frunció el ceño.

– No podría creerlo. Nancy es maravillosa. Tiene un gran corazón. Yo la he visto algunas veces hablando con Everett en la cafetería del hospital-. Estaba segura de que tenían un romance.

– Otro corazón roto -murmuró Trent.

Terrence arqueó las cejas.

– No lo creo. Lo que me han dicho es que la enfermera sigue apoyando a Everett, y que cuando se entregó, el contable dijo que una de las razones por las que lo había hecho había sido ella.

Leslie Logan miró a su marido.

– Si esa mujer es tan maravillosa como dice Rebecca y ve algo valioso en Everett Baker, entonces quizá haya esperanza para él.

Peter miró a su madre con cariño.

– La eterna optimista, ¿no, mamá?

– Conseguí sobrevivir a vuestra adolescencia, ¿verdad?

Todos se rieron, pero después, Katie frunció el ceño.

– Un momento. No entiendo qué relación puede tener nuestra madre con Children's Connection.

– Oh, bueno -dijo Terrence. Carraspeó y bajó la mirada-. Ella… eh… se enteró casualmente de una información sobre algo de lo que estaba ocurriendo en Children's Connection, y podría haberlo usado para que la institución perdiera prestigio.

– ¿Se enteró casualmente? ¿Cómo?

– ¿Tú qué crees? -le preguntó Trent, con un tono amargo-. Seguramente, en una conversación íntima.

Terrence asintió.

– Uno de nuestros directores le habló por casualidad a vuestra madre de un asunto feo que afectaba a la clínica. Yo no conozco a ninguna de las personas implicadas y confío en vosotros para que no se lo contéis a nadie, pero hubo un problema con un par de inseminaciones y las muestras de semen que se utilizaron.

Rebecca notó que se le cortaba el aliento. No se atrevió a mirar a Trent.

– Al principio pensaron que había sido accidental -prosiguió Terrence-. Pero después investigaron los procesos de inseminación recientes. Llegaron a la conclusión de que esos cambios de esperma no eran fortuitos y, después, la confesión de Everett confirmó lo que sospechaban. Lo que ocurrió con el esperma no fue algo accidental. Fue algo…

– Malicioso -terminó Rebecca. No puedo evitarlo.

Tampoco pudo mirar a Trent. No estaban juntos por un accidente, ni por un simple error humano.

Y tampoco a causa del destino.

Capítulo 8

Después de la cena en casa de Katie y Peter, Trent llevó a Rebecca a su casa. En el hogar de la hermana de Trent, Rebecca había estado bastante relajada y animada, pero en el coche, de vuelta, se había quedado totalmente callada y parecía que estaba muy tensa. Él hizo que se sentara en una silla de la cocina, sacó una caja de galletas y sirvió un par de vasos de limonada. Después se sentó frente a ella.

– Muy bien, suéltalo.

Ella suspiró.

– Esta noche…

– Ha sido un éxito. A mi hermana le has caído estupendamente, Rebecca. Y Peter te ha preguntado cientos de cosas sobre el cuidado de un bebé -dijo Trent, y sacudió la cabeza-. Creo que va a ser un padre muy protector.

Ella se quedó en silencio, mirando fijamente el vaso.

– No es justo para ti.

– ¿Qué?

– No es justo que vayas a ser padre. Tú no querías tener un hijo en este momento. La que quería era yo.

– ¿Y?

– Pues que esto no es nada mágico ni espiritual. No fue el destino el que quiso que me quedara embarazada de un hijo tuyo. ¡Fue un acto feo y malvado de alguien!

– No hay nada feo que forme parte de nuestro bebé, Rebecca.

– Yo no quiero que sea así -susurró ella-. Ojalá no lo fuera.

Él le tomó la mano.

– Nada que tenga que ver contigo podrá ser feo. Yo no he podido apartar la vista de ti en toda la noche.

Ella lo miró tímidamente.

– Gracias.

Gracias, pero nada más. Claramente, Rebecca no estaba buscando cumplidos.

– ¿Qué necesitas, Rebecca? ¿Puedes decírmelo?

– Tú no querías un hijo. No querías tener una mujer.

– Te deseo a ti.

Aquellos enormes ojos castaños se cruzaron con los de Trent durante un instante y volvieron a bajar la mirada.

– Claro.

– Todos los días, Rebecca. Todas las noches.

Ella sacudió la cabeza.

– No tienes por qué decir eso.

Pero él necesitaba hacer algo. Eso estaba claro. Y lo que necesitaba y deseaba, de repente, se unieron en su cabeza y dieron lugar a algo que le pareció perfecto.

– Cuéntame cómo fue el proceso de la inseminación, Rebecca.

Rebecca lo miró, pasmada.

– ¿Qué?

– Bueno, supongo que hubo una habitación, una camilla y un cuentagotas o algo así, ¿no?

– ¡Trent! -dijo ella, con las mejillas enrojecidas.

– No habría música, ni velas encendidas, ni besos y caricias, supongo.

– Claro que no. Sólo recuerdo que yo tarareaba mientras esperaba a que llegara el médico.

Él se puso en pie e hizo que Rebecca lo imitara.

– Tararea ahora, cariño, y bailaremos.

Trent sintió su cuerpo tenso al abrazarla.

– ¿Qué estás haciendo?

Como no parecía que ella quisiera cooperar, él comenzó a tararear suavemente una canción de los Beatles y a moverse por la cocina con ella. Bailando, Trent se acercó con Rebecca hasta la puerta y apagó la luz. Después pasaron dando vueltas por el vestíbulo y él comenzó a bailar lentamente junto a las escaleras.

Trent rozaba con su mejilla la coronilla de Rebecca mientras inhalaba su olor, aquella dulzura que había llenado su casa y sus pensamientos, que lo había impregnado todo, hasta la almohada de su cama. Le rozó la sien con los labios y después, lentamente, deslizó la boca por su mejilla hasta que llegó junto a su oído.

– Rebecca, hagamos un bebé esta noche -le susurró.

Ella intentó apartarse bruscamente, pero él la acarició por toda la espalda hasta las caderas, y después subió las manos hacia arriba nuevamente, de una manera calmante.

– Shh -siseo- Tranquila…

– Trent…

– Sé lo que estás pensando. Aparte de lo guapo que soy, claro. Estás pensando en que ya hay un bebé. Pero no lo hicimos juntos. Fue algo entre tú y el cuentagotas, y tengo que confesar que me siento desplazado.