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– Señor y señora Logan, tenemos noticias de su hijo Robbie.

¡Robbie! Trent se inclinó hacia delante en el asiento.

– ¿Noticias sobre Robbie? -repitió Leslie Logan-. Pero yo creía…

– Hace veintiocho años, ¿conocían ustedes a unas personas llamadas Joleen y Lester Baker?

Los Logan se miraron y sacudieron la cabeza.

El detective miró a Trent.

– ¿Y usted,, señor Crosby? ¿Le dicen algo esos nombres?

Trent reflexionó sobre ello un momento.

– No. Sólo tenía nueve años, pero no reconozco esos nombres.

– ¿Qué quiere decir? -le preguntó Terrence calmadamente al detective, y le tomó la mano a su mujer-. ¿Son ésas las personas que secuestraron a nuestro hijo?

– Sí -asintió el detective-. Hemos averiguado que Lester Baker atrajo a Robbie hasta su camioneta. A causa de su riqueza, los investigadores en aquel tiempo esperaron que el secuestrador pidiera un rescate, pero la verdad es que Lester salió rápidamente de la ciudad para volver con su mujer, Joleen. Años antes habían perdido un hijo, y Lester pensó que Robbie podría reemplazarlo.

– ¿Son… gente buena? -susurró Leslie.

El detective Levine hizo un gesto apesadumbrado.

– Por la información que tenemos, ambos han muerto, pero no, señora Logan, no puedo decir que fueran buena gente. Bebían y salían huyendo cuando la ley o los caseros se les acercaban demasiado. Estuvieron viviendo en Ohio, Michigan e Indiana. Diez años después del secuestro, Lester abandonó a su mujer y al chico, y más tarde se mató en un accidente. Joleen vivió hasta el año dos mil uno. Entonces, murió de cáncer de hígado.

– ¿Y mi hijo? -preguntó Leslie, que se había quedado muy pálida.

– Justo antes de que Joleen Baker muriera, él descubrió lo que le había ocurrido cuando era pequeño.

– ¿Qué quiere decir? -intervino Terrence-. ¿No lo recordaba?

El detective Levine sacudió la cabeza y señaló a su compañera.

– Señor y señora Logan -comenzó a decir la joven-. Además de detective de la policía de Portland, soy psicóloga. Se me ha pedido que fuera asesora en este caso. Tienen que entender que en el viaje que hizo su hijo mientras lo alejaban de su casa aquel noviembre de hace veintiocho años, le dieron sedantes. Y durante los días siguientes recibió más dosis. Las drogas y el trauma fueron las primeras herramientas, muy efectivas, para lavarle el cerebro al niño. La mente humana es elástica y resistente, y la de Robbie hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir -les explicó, e hizo una pausa.

– Por favor, continúe -le pidió Terrence.

– Los Baker le dijeron a Robbie que había sido malo. Que sus padres ya no lo querían.

Leslie emitió un jadeo.

– ¡Robbie no pudo creerse eso! ¡Él sabía que lo adorábamos!

La detective Slater asintió.

– En cierto modo, eso hizo más imperativo aún que Robbie enterrara su antigua vida y aceptara la nueva. Ese amor que él recordaba le hacía mucho daño, porque él veía que el regresar no estaba al alcance de su mano. Así que aceptó aquella nueva identidad como protección hacia los Baker, que tenían un comportamiento violento, y como protección hacia los recuerdos agridulces del pasado.

Leslie se tapó la boca con la mano. Peter se acercó rápidamente a su madre.

– ¿Mamá? ¿Te traigo algo? -le dijo. Miró a su padre, cuya expresión no había vacilado-. Papá, ¿estás bien?

– Sí, hijo, estoy bien -respondió Terrence Logan, y tomó aire-. ¿Y qué pasó después?

La detective miró a Leslie y titubeó.

Trent apretó los puños sin poder evitarlo. ¿Qué le había ocurrido al pequeño Robbie? Terrence Logan debía de tener agua helada en las venas si podía seguir sentado allí tan tranquilo, como si fuera de piedra.

– Robbie supo la verdad por Joleen poco antes de que ella muriera. Él ya había terminado la universidad y tenía un buen trabajo en St. Louis. Al saberlo todo, se quedó asombrado. Los recuerdos que había tenido durante su vida los había descartado como si fueran fantasías.

– Pero… el dos mil uno -dijo Peter-. Eso fue hace poco. ¿Por qué no se puso en contacto con papá y mamá?

– Había pasado por muchas cosas con los Baker -dijo la detective Slater-. Más que muchas cosas. Después de todo lo que tuvo que experimentar, sentía que no era lo suficientemente bueno para su familia verdadera.

– ¿Que no era lo suficientemente bueno? -Katie se levantó para acercarse a su suegra y le puso las manos sobre los hombros-. Eso no tiene sentido.

– En parte, se culpaba a sí mismo por lo que sucedió. Pensaba que debía haber sido capaz de escapar y de encontrar la manera de volver con su familia -le explicó la detective.

Leslie se hundió entre los cojines del sofá.

– Mi niño -dijo, llorando-. Mi pobre niño…

Katie miró a Trent. Ella también estaba llorando. Y Trent sabía que estaba pensando lo mismo que él. ¿Y si su sobrino, el hijo de Danny, estaba en manos de gente como los Baker? Peter miró a su mujer, se dio cuenta de la angustia que sentía y se acercó a ella para abrazarla.

Trent apretó los puños y se preguntó por qué hacía tanto frío en aquella esquina. Katie y Peter tenían una casa con muchas corrientes.

– Señor y señora Logan -dijo el detective Levine-. No sé cómo decirles lo siguiente…

– Sin rodeos -le indicó Terrence Logan-. Díganoslo sin rodeos.

El detective asintió.

– Su hijo se mudó a Portland, pero no se atrevió a ponerse en contacto con ustedes. Se mezcló con mala gente, señores Logan. Con muy mala gente.

Terrence asintió.

– Me está diciendo que Robbie no está muerto.

– No. Robbie está bajo custodia policial, acusado de varios delitos cometidos con el nombre de Everett Baker.

– ¿Everett Baker? -preguntó Leslie, abrumada.

¡Everett Baker! Trent no podía creerlo. Cuando la policía le había preguntado por Joleen y Lester Baker, Trent no había relacionado los apellidos.

– ¿Everett Baker? -dijo Terrence. Era imposible saber lo que estaba pensando. Tenía el rostro sin expresión y la voz neutral.

Trent pensó de nuevo que le corría agua helada por las venas. Rebecca lo había acusado de no tener emociones, pero Terrence Logan era el verdadero robot de Portland.

«Pero así es como te ve Rebecca a ti».

Leslie miró a su marido y después a Peter y a Katie.

– ¡Está vivo! -dijo, y se desmayó.

Todo el mundo se acercó rápidamente a ella, pero sólo tardó uno o dos segundos en recuperar el conocimiento. Katie y Peter quisieron llamar a una ambulancia, pero Leslie les aseguró que estaba bien.

– Ha sido la excitación -les dijo.

Ellos la taparon con una manta y, al cabo de unos instantes, su rostro recuperó algo de color. Después extendió una mano hacia Terrence.

– ¡Querido, nuestro Robbie! ¡Nuestro Robbie!

Él se llevó la mano de su mujer a los labios y sonrió. Era la primera emoción que Trent había percibido en él. Después, Terrence comenzó a llorar, con la misma sonrisa en la cara.

Atónito por el cambio del semblante de Terrence, Trent dio un paso atrás y se topó con Peter.

– Tu padre… ¿está bien?

Peter asintió.

– Mi padre consigue mantener la cabeza fría durante mucho tiempo, pero no cometas el error de pensar que no tiene corazón.

«No cometas el error de pensar que no tiene corazón».

Con sólo ver a Terrence compartiendo aquellas emociones con su mujer, uno podía darse cuenta de que sí tenía corazón.

Terrence miró hacia arriba, hacia Peter y Trent.

– ¡Nuestro hijo está vivo!

Y Trent creyó que entendía un poco la alegría del otro hombre, porque su hijo no estaba vivo.