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– Amenazarme no cambia nada.

– No es un farol.

– Húndeme a mí y te hundiré yo a ti. Es lo que hay.

– Traicionarme no ha sido inteligente.

– Lo mismo digo. Yo no iré a los federales con lo que sé de ti y tú no irás con lo que sabes de mí. Tú has hecho cosas peores. Has atacado a una agente federal.

– Buenas noches, Cal; estaré en contacto -señaló la foto-. Sólo quería que supieras lo que hay.

Cal abrió la boca, pero no dijo nada, sino que avanzó por el pasillo llevando todavía en la mano la foto arrugada de su amante rubia.

Jesse esperó en la penumbra hasta que desapareció Cal. Luego salió al aparcamiento, al calor y a los olores de la ciudad. Su BMW seguía todavía algo fresco. Se sentó al volante, recordando la noche que había tomado la foto de Cal Benton y la atractiva y corrupta ayudante. Probablemente no se le había ocurrido a Cal que lo sorprenderían en la cama con ella ni que fuera tan importante que se cobrara en sexo algún favor para con ella. Se había largado a la casa de campo de su pronto ex mujer para alejarse de la curiosidad y los cotilleos de Washington.

Aunque no se le pudiera vincular con la muerte de la ayudante ni el chantaje, el escándalo lo hundiría y hundiría a Bernadette Peacham.

Ese hombre era un tonto, pero Jesse odiaba haber perdido el firme control que había tenido en otro tiempo sobre sus operaciones.

El coche se enfrió a una temperatura más de su agrado. Miró por el espejo retrovisor y pensó en Mackenzie Stewart con su bikini rosa. La curva de los pechos, la forma de las piernas. ¿La habría matado el viernes de haber podido?

Oh, sí.

Miró su reloj. Las diez. Tiempo de sobra para un viajecito rápido a Arlington. Mackenzie había vuelto a la ciudad. Se preguntó si se habría acostado ya o si estaría levantada mirando el dibujo de él e intentando recordar dónde lo había visto antes.

Diecinueve

Mackenzie, que sólo tenía encendida la lámpara del escritorio en su sala de estar, miraba los ojos del hombre en el dibujo de la policía. No podía dormir. No dejaba de pensar en Rook.

Decidió que se arrepentía de lo ocurrido. No por ella, ella estaba bien, aunque todavía le palpitara el cuerpo por los efectos del encuentro físico con él.

Su arrepentimiento, su miedo, era por él. Resultaba evidente que se hallaba en plena investigación de algo que envolvía a personas que ella conocía. Era ambicioso y bueno en su trabajo.

Mackenzie suspiró con frustración.

– Rook sabe lo que hace -dijo en voz alta.

Eso era algo que no debía olvidar.

Volvió su atención al dibujo. El boceto no transmitía lo extraño de los ojos de su atacante.

Intentó entender por qué se concentraba en ellos. ¿Eran la clave de por qué él le resultaba familiar?

¿Por qué la había atacado a ella y no a Carine? ¿Era porque sabía que Carine no lo reconocería? Pero no había parecido preocuparle que ella lo hiciera. Se había burlado, la había llamado por su nombre.

¿Por qué?

Sonó el teléfono fijo de la casa. Como sólo pensaba estar allí temporalmente, Mackenzie no se había molestado en cambiar la línea a su nombre y usaba el móvil para las llamadas personales. Levantó el auricular.

– Hoy no tienes sueño, ¿eh?

Era una voz de hombre, ronca e irreconocible.

– ¿Quién habla?

Colgaron.

¿Sabía ese hombre que estaba levantada o había marcado su número al azar? Recordó la llamada del número equivocado que había recibido en la casa del lago de Bernadette durante el fin de semana. Otra coincidencia que no le gustaba.

Tomó la pistola y salió al porche. ¿El que había llamado la estaba vigilando? El aire olía a lluvia y hierba mojada y las nubes creaban una noche oscura. Bajó los escalones, resbaladizos por la lluvia, y salió al camino de la entrada atenta al ruido de un coche o de un hombre escondido en los arbustos. Esa noche no pensaría en ardillas ni en pavos salvajes.

Fue hasta el final del camino de entrada. La luz de las farolas creaba sombras tétricas y las casas cercanas tenían encendidas luces en la sala de estar. Los únicos coches visibles estaban aparcados delante de las casas.

¿La observaba ese hombre desde un coche oculto y a oscuras?

Volvió a la casa y, cuando se sentó en la mesa de la cocina, tenía las zapatillas empapadas. Se las quitó, sacó el móvil y marcó el número de Nate.

– ¿Sarah y tú recibíais llamadas raras aquí? -preguntó cuando contestó él.

– No. ¿Qué sucede?

Ella le habló de la llamada. Cuando terminó, decidió que no quería parecer paranoica y añadió:

– Puede haber sido cualquiera. No pretendo insinuar que fuera el hombre que me atacó.

Nate guardó silencio un momento.

– ¿Quieres que vaya?

– ¿Para qué? Aquí no hay nada que hacer ahora. No me ha llamado por mi nombre de pila. En otro momento ni siquiera me habría resultado raro.

– Mackenzie…

– Estoy bien. Perdona la molestia.

– Cuando quieras -contestó él con suavidad-. Ya lo sabes. Pero has tenido una semana difícil. Tienes que darte tiempo…

– Sólo quiero recordar dónde he visto al hombre que me atacó. Tenemos que encontrarlo antes de que repita sus ataques. Porque lo hará, Nate. Sé que lo hará.

– Si lo hace, no será culpa tuya. Será sólo suya.

– Yo lo tenía. Lo tenía y se me escapó.

– Entonces no lo tenías, ¿verdad?

Mackenzie suspiró.

– No, supongo que no.

– No tengas miedo de pedir ayuda. No estás sola en esto. ¿Entendido?

– Sí, entendido -pero sabía, como sabía Nate, que dar la voz de alarma por una llamada tan dudosa como la que acababa de recibir, no inspiraría confianza en ella-. Saluda a Sarah de mi parte. ¿Se encuentra bien?

– Mañana irá allí a revisar unas cosas.

– ¿Sola?

Nate no contestó de inmediato.

– No -dijo al fin-. No irá sola.

Cuando Mackenzie colgó el teléfono, se dio cuenta de que tenía los pies fríos, cosa sorprendente teniendo en cuenta el calor implacable. Fue al dormitorio preguntándose si su reacción a la llamada había sido exagerada. En ese momento estaba estudiando el dibujo del atacante y eso la habría influido.

Se metió en la cama e imaginó un instante a Rook con ella. Haber estado a punto de hacer el amor con él no la había ayudado a centrarse precisamente. ¿Qué debía pensar de su relación?

Suspiró.

– Nada. Eso es lo que debes pensar de la relación.

Porque otra cosa la distraería a ella, lo distraería a él y se arriesgaría a otro plante por teléfono. Había demasiadas cosas en el aire. Esa noche se habían dejado llevar por las hormonas y emociones, pero había llegado el momento de ser sensatos. Ella tenía que concentrarse en su trabajo y en curarse. Y en ayudar a los investigadores todo lo que pudiera para encontrar al acuchillador de New Hampshire. Sin cruzar demasiadas líneas en el proceso. Aunque presentarse en casa de Harris cuando el FBI la estaba registrando no había sido cruzar una línea. Ella no sabía que había un registro en marcha, ¿verdad? Cal Benton había ido a su casa a preguntar por Harris y Rook había ido a New Hampshire a buscarlo.

Estaba más que justificado que se hubiera pasado por su casa después del trabajo.

En cuanto a Rook… trabajaba en una investigación. Era un agente de la ley concienzudo y centrado. Si creía que ella poseía información que él tenía derecho a saber, la interrogaría sin piedad.

Cal.

Pero el fin de semana ilícito de Cal era un asunto personal sin relación con la investigación de Rook.

Aun así, quizá debería reconsiderar su decisión de guardarle el secreto a Cal. ¿A quién protegía con su silencio? De haber sido una investigación suya, habría querido saber todos los detalles de las personas implicadas y decidir por sí misma cuáles eran importantes y cuáles no.