Выбрать главу

Decidió servirse el tercer whisky, le preguntaría al chico si quería beber con él.

Un minuto antes de lo convenido, el chico llamó a la puerta. El Irlandés le abrió y se dio la vuelta, hablándole ya de espaldas camino del sofá.

– Cierra y ponte cómodo, ¿quieres tomar algo?

El chico pensó en no cerrar del todo por si Curto quería entrar, pero la puerta, muy pesada y con algún sistema de cierre automático, avanzó sola los últimos centímetros. Cuando el chico llegó al sofá encontró al Irlandés sentado en un sillón, el cuerpo demasiado relajado, cada uno de sus brazos sobre los brazos del sillón, las piernas estiradas, la espalda doblada como si se hubiera escurrido un poco; sujetaba un vaso en la mano izquierda, los ojos le brillaban.

– No, gracias -dijo el chico.

– Tú verás. ¿Qué se te ofrece entonces?

– Quiero que hagamos un trato. No necesito dinero, ni nada. Quiero que me taches de tu lista de colaboradores, que busquéis a otro tipo para mantener el sistema. Tienes que jurármelo, tienes que inventar algo con tus jefes.

– No quieres estar pillado, ¿no?

– Eso es, exacto.

– Muy exacto, sí. Solo que todos estamos pillados. Un coñazo, ya ves. Siempre hay un tipo que nos sujeta por el jersey y dice: Tú la llevas.

– Puede que todos tengamos que jugar. Pero no en el mismo sitio. Yo dejo este sitio.

– Ya, ¿tú crees que puedes elegir? Bah, no contestes. ¿Qué tienes para mí entonces, y para mis jefes? ¿Por qué iban a tolerarlo?

– Tengo algo para ti si me juras que quedará entre nosotros. Tienes que ser tú quien me liberes.

El Irlandés se incorporó y apuró el whisky.

– Estoy esperando -dijo.

– Tengo una puerta trasera. Una entrada en vuestro sistema. No quiero usarla. Quiero que sepas que la tengo y que si me pasa algo otros la tienen también.

– Qué bonito. ¿Seguro que no quieres una copa?

El Irlandés se levantó y volvió a llenar su vaso.

– No, no quiero -oyó decir al chico.

Volvió junto al sillón y sin sentarse dijo:

– No tienes nada, chaval. Nada. ¿Sabes por qué no tienes nada? Porque ya no hay sistema de teléfonos sombra. No lo necesitan. Misión cumplida, lograron lo que querían y cerraron el quiosco. Tu llave secreta se ha quedado sin puerta y sin casa.

El chico veía su disco con dos tintas de rotulador, vio su esfuerzo, tantas y tantas noches hasta conseguir la secuencia necesaria para evitar los sistemas de seguridad, estaba orgulloso de lo que había logrado y ahora se volvía completamente inútil. Se fijó por vez primera en el suelo del apartamento, muy liso, pintado de color granate como si fuera una pared. Sus zapatillas blancas parecían más sucias allí recortadas.

– Entonces, ¿me dejarás en paz? -dijo sin mirar al Irlandés.

– Yo sí. Ellos supongo que también, pero no te lo aseguro. Aquí todos estamos pillados, ya te lo he dicho.

El Irlandés se sentó de nuevo, otra vez las piernas estiradas, el cuerpo casi tumbado; la mano derecha sujetaba la copa mientras la izquierda daba leves golpeteos en el brazo del sillón, siguiendo el ritmo:

– «Whatever you need, whatever you use, whatever you win, whatever you lose…».

– ¿Sabes que han matado al abogado? -dijo el chico.

El Irlandés calló. Inclinó la cabeza hacia el chico, y aún medio tumbado preguntó:

– ¿Quiénes? ¿Los míos?

– No, o sí. Un pirado. Un loco que iba por libre. Quería matar a una amiga del abogado y él la cubrió.

– Entonces no han sido los míos. Demasiado rebuscado. Además, no sacaban nada matándole.

– Yo sí creo que han sido los tuyos. No tus jefes sino tu bando. Gente hecha polvo que va a lo suyo. Pagáis con cualquiera lo que os ha pasado.

– «Nosotros», qué plural tan lejano. ¿Y qué crees que me han hecho a mí?

– Está en la red. Tenías un hijo, se murió pronto.

– Pero eso no fue culpa de nadie. Estaba escrito.

– ¿También estaba escrito que te convirtieras en un sicario?

– En esta vida conviene ser precisos. Un sicario es un asesino a sueldo. Yo soy un apoderado, tengo poderes de otras personas para proceder en su nombre. No digo que no sean cosas parecidas, pero no es lo mismo.

– ¿Estaba escrito que lo fueras?

– Supongo. Por eso estamos aquí.

– Hay gente que reacciona de otra manera. Podrías haberte hecho filántropo o lo que sea.

– También soy filántropo, lo habrás visto en internet. ¿No dijo Balzac: «Detrás de cada filántropo hay varios crímenes»? Lo dijo de otra forma, pero vale igual.

– ¿También estaba escrito que mataran al abogado?

– Probablemente.

– ¿Y por qué te levantas cada mañana?

– Porque está escrito que no puedo no levantarme, hasta que un día esté escrito que ya no pueda levantarme más.

– Es muy cómodo ser fatalista.

– No creas. Imagina que vivir consiste en averiguar lo que tienes que hacer, no en elegirlo.

– Pero lo harás de todos modos.

– Bueno, digamos que hay un porcentaje aleatorio de conciencia. Puedes ser un vendido a secas, o serlo, y al mismo tiempo saber que lo eres.

– ¿Eso qué cambia?

– Por ejemplo, yo sé que hay un amigo tuyo en este edificio. ¿Cambia algo que yo lo sepa?

– ¿Nos estás amenazando?

– No, por Dios. Estoy bebido. Y siento que mataran al abogado.

– Gracias. Ahora tengo que irme.

El chico se levantó.

– A lo mejor hay encrucijadas -dijo el Irlandés puesto de pie, con la voz menos gangosa y el cuerpo recto, firme-. Un punto donde la partícula no tiene asignada su trayectoria.

– A lo mejor -dijo el chico.

El Irlandés le tendió la mano y el chico la estrechó.

– En otro universo… -dijo.

– … nos habríamos llevado bien -terminó el Irlandés mientras abría la puerta.

Eran casi las doce cuando el «hola» en minúsculas se recortó sobre la pantalla. La vicepresidenta había encendido el portátil a las once y había escrito su saludo sin recibir respuesta. Había estado vagando por la casa, había salido a la terraza e intentado leer, entrando de nuevo cada cierto tiempo para asomarse a la pantalla por si llegaba la flecha. Ahora casi se emocionó al ver las cuatro letras y el puntero moviéndose a su albedrío.

– hola.

– Ha pasado algo.

– sí.

– ¿A ti también?

– hablamos de ti.

– Mañana miércoles dejaré oficialmente de ser vicepresidenta. El jueves habrá una despedida pública y kaput, todo acabado.

– ¿por qué?

– La política es el escenario donde se libran batallas que vienen de otros lugares. Nuestra batalla la han ganado otros. No sé si al mismo tiempo que mi cese o un poco después, se anunciarán los nuevos planes para las cajas.

Amaya y el chico se miraron. La conversación no seguía ninguno de los cauces que habían previsto. Estaban dentro del coche, en una calle solitaria entre dos colegios mayores. Hasta ese momento había tecleado el chico, ahora Amaya le relevó.

– ¿qué vas a hacer?

– ¿Todavía esperas que haga algo? -Las manos de la vicepresidenta temblaron un poco. Yo esperaba que lo esperases, quiso añadir, pero se contuvo.

– claro que lo espero.

– No hay mucho que hacer,

– siempre hay algo que hacer.

– ¿Contarlo? No creas que no lo he pensado. Pero de qué serviría,

– prueba.