Más tarde la escayolarán, pero aún es pronto.
Aunque la he visto muy maltrecha, supongo que debo agradecer mi buena estrella.
– Eso es algo que siempre me ha chocado -respondió Page, con la voz igual de gastada que el resto de su persona-.
En situaciones como ésta la gente se empeña en decirte que tienes que estar agradecido.
Hace sólo veinticuatro horas Allie era una chica de quince años sana, exultante e ilusionada, que intentaba conquistarme para que le prestara un suéter rosa.
Hoy afronta una operación cerebral y lucha por salvar su vida, y yo he de dar gracias porque no ha muerto.
Pero, comparado con el día de ayer, esto es un asco.
¿Comprendes? Thorensen se echó a reír.
Las palabras de Page eran duras pero lógicas.
A él también le decían lo mismo en relación con Bjorn, que debía dar gracias al cielo porque su retraso era más bien leve.
¿Ah, sí? ¿Y por qué demonios había nacido retrasado? ¿Qué era lo que tenía que agradecer? Acaso mucho…
Tal y como ocurrieron las cosas, el destino podría haberse ensañado aún más.
Por fin, hacia las tres, Thorensen se marchó a casa para ducharse y hablar con sus hijos.
A última hora pensaba llevarles al hospital.
Nick le había dicho que Bjorn preguntaba mucho por Chloe y estaba muy inquieto, y Trygve creyó que verla le tranquilizaría.
Al chico le preocupaba mucho la muerte, algo típico en los niños y que, en su caso, no constituía una excepción aunque hubiera cumplido ya los dieciocho años.
Insistió a Page en que le llamara si necesitaba algo, y ella continuó sola su vigilia.
Estuvo dudando en avisar a su madre.
Pero no se vio con ánimos y, además, Brad todavía no sabía nada.
Era injusto contárselo primero a ella.
Pasó más de una hora inmóvil en su silla, anhelando que su marido telefonease.
Tuvo noticias de Allyson sobre las cuatro, cuando le anunciaron que la operación iba bien y que su estado era estable dentro de la gravedad.
Precisaría varias transfusiones más, y Page sintió un gran alivio al comprobar que tenía su mismo tipo de sangre.
Se prestó a que le extrajeran sangre enseguida, y luego, poco después de terminar, recibió la tan ansiada llamada.
Brad había marcado el número de la centralita, pero la recepcionista pasó la comunicación a un despacho privado.
– Dios mío, Page, cdónde estás? -Era obvio que Jane sólo le había dicho que llamara a aquel teléfono-.
He creído entender que es el hospital de Marín.
– Lo es, sí.
– Page trató de superar su fatiga, buscando las palabras adecuadas y fracasando en la primera intentona-.
Brad, amor mío…
Se echó a llorar y no pudo seguir.
¿Te encuentras mal? ¿Sucede algo? Por un momento, Brad se preguntó si se había quedado embarazada, o si se había caído otra vez de la escalera.
¿Qué más podía pasar? -Cariño, Allie ha tenido un percance.
Page hizo una pausa para respirar, y él le espetó la pregunta que más temía: -¿Está sana y salva? -No, Brad, no lo está.
– Page se sumió en un torrente de lágrimas-.
Anoche sufrió un accidente de coche.
No sabes cuánto siento tener que decírtelo así.
He removido cielo y tierra para encontrarte, pero como has suspendido tu partida de golf…
– ¡Ah! Sí, es verdad.
El director tenía otro compromiso.
¿A quién has llamado? -A Dan Ballantine.
Ha llamado a Cleveland para dejarle el recado a ese director.
No me anotaste en la libreta el número de tu hotel.
– Lo olvidé.
– La voz de Brad sonaba tensa y cortante, lo cual sorprendió a su esposa, como si se hubiera enfadado porque ella había llamado a Dan-.
¿Cómo está Allie? ¿Qué clase de accidente sufrió? ¿Quién conducía, Trygve Thorensen? -No.
En realidad salió con unos amigos.
Colisionaron de frente y…
Page se sintió desfallecer, pero tenía que explicárselo.
– Ha sufrido una grave herida cerebral, Brad.
Se encuentra en estado crítico, y ahora mismo la están operando.
¿Les has dejado intervenir sin consultarme? Por todos los demonios, ncómo has podido hacer eso? -No he tenido otra opción.
El cirujano me advirtió que, si no daba mi permiso, Allyson moriría antes de las seis de esta mañana.
– ¡Mentira! Tenías todo el derecho a solicitar un segundo dictamen.
Y nos lo debía a ambos, tanto a Allie como a mí.
Brad no reaccionaba racionalmente, pero Page sabía que era sólo un escudo protector.
El impacto de la noticia era demasiado brutal para resistirlo en el primer embate.
– No había tiempo, Brad.
No había tiempo para nada, salvo para las plegarias y los milagros.
Todo estaba en manos de Dios…
y en las del cirujano.
– ¿Cómo está ahora? -Continúa en el quirófano.
Hace casi doce horas que empezaron.
– ¡Dios mío! -Hubo un prolongado silencio al otro lado del hilo, y Page dedujo que su marido estaba llorando-.
¿Cómo ocurrió? ¿Quién conducía el coche? “¿Y qué más da?", pensó Page.
– Un chico llamado Phillip Chapman.
– ¡Maldito hijo de puta! ¿Estaba borracho? Le voy a demandar, le despellejaré vivo…
La voz de Brad temblaba y Page hubo de desengañarle.
– Phillip ha muerto, querido.
En el vehículo viajaban dos parejas.
El otro muchacho tuvo una simple contusión.
Chloe también está malherida, pero se recuperará.
En cuanto a Allie, probablemente no lo supere, Brad, o si lo hace podría no quedar bien.
Tienes que volver, amor mío, te necesitamos.
– No tardaré ni una hora -prometió él.
Los dos sabían que era imposible, pero quizá llegaría en seis si cogía un avión inmediatamente.
Page estaba segura de que Brad podía tocar algunas teclas y conseguir una plaza en el primer vuelo de Cleveland, puesto que las circunstancias lo justificaban, y se alegró de que por fin la hubiera llamado.
Le necesitaba desesperadamente.
Trygve había sido una bendición, pero Brad era su marido.
– Estaré contigo lo antes que pueda -repitió Brad atribulado.
– Te quiero -balbuceó ella-.
Estoy deseando que vuelvas.
– Yo también -contestó Brad, y colgó.
Asombrosamente, Brad atravesaba la puerta del hospital a las seis de la tarde, una hora después de su conversación telefónica, y cuando hacía apenas unos minutos que habían informado a Page de que, hasta entonces, todo iba bien y Allyson había sobrevivido a la operación.
Pero la auténtica prueba vendría en las cuarenta y ocho horas siguientes, o incluso en los próximos días.
Tan grave estaba Allyson, que el peligro perduraría durante un tiempo y no había manera de predecir hasta qué punto se recobraría.
Lo único que sabían era que de momento vivía y que, daba su crítica condición, los resultados eran satisfactorios, lo cual ya era mucho decir.
Al menos Page tenía algo bueno que anunciar a su esposo, aunque no comprendía cómo había llegado al hospital al cabo de una hora de telefonear desde Cleveland.
Brad habló con el equipo médico e interrogó a todo el mundo, pero no le permitieron ver a Allie.
Su hija estaría en reanimación hasta el lunes por la mañana.
¿Cómo lo has hecho? -le preguntó Page dulcemente, mientras tomaban café de máquina en la sala de espera.
No había probado bocado en todo el día y la comida le repelía.
Lo único que admitía su estómago era café y unas galletas saladas que Trygve, solícito, le había instado a comer-.
¿Cómo has hecho para venir tan deprisa? -él se encogió de hombros y bebió otro sorbo de café.
Sus miradas no se habían cruzado en ningún instante, y Brad tan sólo había hablado de Allyson.
De repente, Page tuvo un raro presentimiento-.