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La ira podía aplacarse con el tiempo, pero no se imaginaba confiando nuevamente en Brad.

Y, tras tantas palabras y tantos actos, cuando todo se esclareciera quizás hasta habría dejado de amarle.

Ahora era imposible saberlo y no le quedaba sino especular sobre sus intenciones.

– No, no me interpretaste mal -aclaró Clarke con una nueva mueca de fastidio-.

No dije que fuese a romper.

Pero, aun así, opino que es prematuro tomar una decisión sobre nuestro futuro en un momento tan crítico, con Allie postrada en una cama de hospital.

– Ya -volvió a indignarse Page, aunque esta vez procuró guardar las formas -.

O sea que no quieres dejar de ver a tu amiguita, pero no toleras que yo te expulse de casa, ni haces el gesto tú mismo, porque no es el momento adecuado.

¡Cuánto lamento no haberte comprendido! Descuida, Brad, quédate todo el tiempo que gustes y no olvides cursarme una invitación formal para tu boda.

Las lágrimas inflamaban los ojos de Page y las imprecaciones aguijoneaban sus labios, mas ambos sabían que no resolverían sus desavenencias en el pasillo de la U C I, donde su hija yacía en coma.

Eran demasiados avatares, vivían una crisis demasiado explosiva.

– Creo que deberíamos darnos un compás de espera hasta ver cómo responde Allie.

– La propuesta de Brad era muy atinada, pero Page estaba tan iracunda que apenas la escuchó-.

Además, a Andy le afectaría negativamente si tomásemos ahora una medida drástica.

Aquellos razonamientos eran ciertamente lógicos, y Page, al fin, tuvo que doblegarse.

– Sí, tienes razón.

– Levantó la vista hacia su marido, con unos ojos donde bullían preguntas angustiosas-.

Así que tú prosigues con…

con tu historia, y en su día ya nos sentaremos a parlamentar.

¿Es eso? -Más o menos -contestó Brad, evasivo ante aquella mirada.

– Desde luego, es un pacto muy favorable para ti.

¿Qué he de hacer yo? ¿Ponerme de espaldas? -No sé por dónde navego, Page.

Tendrás que definirte tú -dijo casi inexpresivamente.

No deseaba arriesgar sus relaciones con Stephanie y, al mismo tiempo, parecía aferrarse a su matrimonio, al menos hasta haber dilucidado sus sentimientos.

Con aquel trato salía ganando, y a Page le exasperaba tener que acceder.

Pero ahora mismo no le quedaba otro remedio.

No podía enfrentarse simultáneamente a una separación matrimonial, al accidente de Allie y a las reacciones de Andy, por no mencionar las suyas.

No obstante, cualquiera que fuese su determinación sabía que pensaría de un modo obsesivo en lo que le deparaba el porvenir.

No era nada halagüeño en ninguna de sus facetas.

– Si buscas mi beneplácito, no voy a dártelo -dijo con extrema frialdad-.

No tienes ningún derecho a exigírmelo.

Tampoco has tenido mi permiso hasta ahora, y has hecho lo que te venía en gana.

Pero no esperes que te allane el terreno diciendo que lo apruebo, porque no es así.

Y, antes o después, tendrás que aceptar las consecuencias de tus acciones.

En cierto sentido, Brad tenía mucha suerte de que les absorbieran cuestiones más importantes y pudiese salir airoso sin haber de expiar el daño que había infligido a su matrimonio.

Pero más adelante, fuese cual fuese la evolución de Allie, tendrían que afrontarlo.

Era eso lo que atemorizaba a Brad y deprimía a Page en aquel corredor de la UCI del hospital de Marín.

Clarke miró a su mujer, sin saber qué decirle, y por fin consultó su reloj.

Necesitaba urgentemente un aplazamiento.

Todo aquello le superaba, sus emociones eran apabullantes y la realidad, aterradora.

Sus vidas habían cambiado en un abrir y cerrar de ojos, y todavía no se había reconciliado con tantos sucesos.

– Continuaremos hablando en otra ocasión.

Debo volver a la agencia.

¿Dónde estarás si te necesito? -preguntó Page con frialdad.

Clarke rehuía de Page, de Allie, de un hospital que a ambos desazonaba y, por supuesto, de la confrontación abierta respecto a su ilícita aventura.

Se iba sin más, corría a la oficina para esconderse y a los brazos consoladores de Stephanie.

Casi sin querer, Page se preguntó cómo sería aquella mujer.

¿Cómo que dónde estaré? -replicó él ásperamente-.

Acabo de decirte que en el despacho.

– Sólo quería saberlo por si tienes que salir de improviso.

– Brad entendió la indirecta y su cara enrojeció en un arranque de vergüenza y de cólera-.

Si sales, deja recado en la recepción de la UCI para que pueda localizarte.

– Por supuesto -repuso él con voz gélida.

Page estuvo a punto de preguntarle si iría a casa aquella noche, pero pensó que era mejor no indagar.

No quería escuchar más embustes, ni prolongar la pelea, ni insultarle, ni oír el desdén y el tono defensivo de su voz.

Su conversación la había minado totalmente.

– Te llamaré más tarde -dijo Clarke, y se alejó presuroso hasta desaparecer al final del pasillo.

Page le vio partir y sintió una oleada de sentimientos encontrados: enfado, tristeza, confusión, dolor, rencor, humillación, una rabia suprema, miedo…

y soledad.

Regresó al lado de Allyson.

Luego, a las tres en punto, fue a la escuela primaria de Ross para recoger a Andy.

Le resultó tonificante seguir aquel amago de rutina, estar un rato con su hijo y llevarle en el coche a los sitios habituales.

Pasó toda la tarde con él y a la hora de cenar le dejó en casa de Jane Gilson.

Brad iría a buscarle allí en cuanto saliera del despacho.

– Nos veremos mañana -se despidió del niño, besándole e impregnándose del dulce aroma de su piel, de la suavidad de su cabello y de la ternura con que se abrazó a ella para devolverle el beso-.

Te quiero.

– Y yo a ti, mamá.

Besa a Allie de mi parte.

– Lo haré, cariño mío.

Dio las gracias a Jane Gilson, quien la sermoneó, como había hecho Trygve, para que no se excediera en su vigilia.

– ¿Y qué queréis que haga -se soliviantó-, quedarme en casa viendo la televisión? ¿Con mi hija en esas condiciones, dónde puedo estar más que en el hospital? -Te comprendo, Page, pero debes usar la cabeza.

No adelantarás nada si te agotas inútilmente.

Sin embargo, era tarde para consejos.

El coche de Page vomitó humo por el escape y arrancó raudamente.

Tenía que acompañar a Allyson.

Regresó al hospital hacia las siete y cuarto.

Estuvo con Allie en la UCI mientras pudo y luego salió al pasillo.

Se sentó en una silla rígida y apoyó la cabeza contra la pared, con los ojos cerrados.

Pasó largo rato inmóvil, esperando que la dejasen volver a entrar.

No podía quedarse en la unidad constantemente, pues el personal tenía mucho trabajo y la mayoría de los pacientes estaban demasiado mal para recibir visitas.

– No parece muy confortable -murmuró la voz de Trygve muy cerca de su oído.

Despacio, Page abrió los ojos y sonrió al verle.

Estaba exhausta.

Había tenido un día agotador y Allyson aún no había recobrado el conocimiento.

Nadie esperaba grandes progresos, ni siquiera que despertase, pero los médicos buscaban algún indicio fehaciente de que el cerebro no había muerto y, aun estando en coma, le hacían incesantes pruebas.

¿Cómo te ha ido? -preguntó Thorensen, y se sentó en la silla vecina.

Tampoco él había tenido un día fácil.

Chloe sufría dolores terribles a pesar de la medicación.

– No ha sido nada glorioso.

– Page recordó entonces los mensajes de su contestador.

Para su perplejidad, los compañeros de Allie habían ocupado toda la cinta-.

¿Has recibido tantas llamadas de teléfono como yo? -Probablemente -repuso él sonriente-.

Después de clase incluso se ha presentado un grupo de compañeros en el hospital, pero no les han autorizado a entrar en la U C I.