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– Tu único problema es que tienes un alto grado de autocompasión, y por ello vas a tomar decisiones funestas.

El tiempo no se detendrá porque tú lo quieras, Brad.

No puedes nndarte un respiro" mientras solventas tu apetito sexual.

Allie te necesita, sean cuales sean tus ideas sobre su estado y su futuro.

Precisamente te necesita más por esa razón.

Y Andy se encuentra en el mismo caso.

El pobrecillo está aterrorizado viendo cómo la familia se desintegra ante sus propios ojos, sabiendo que su hermana podría morir, sufriendo tus ausencias y teniendo que vivir todo el día en casa de los vecinos.

– Entonces quizá deberías venir a dormir aquí -dijo Brad, y quedó paralizado cuando Page se levantó y avanzó unos metros hacia él.

– Entérate de una cosa, Brad: no dejaré a Allie hasta que sepa si va a recuperarse, o hasta que exhale el último suspiro.

Y si muere -añadió Page con ojos llorosos, pero con voz inquebrantable-, estaré a su lado, sostendré su mano y la ayudaré en su tránsito al otro mundo igual que la ayudé a venir a la vida.

No pienso quedarme contigo, a menos que sea en el hospital, ni siquiera con Andy.

Yo, por lo menos, no me refugio en un amante fingiendo que no pasa nada.

Se dio la vuelta.

No soportaba la cara de Brad, aquella expresión que hacía evidente que ya no le pertenecía.

– Page…

Ella se volvió hacia su esposo, sorprendida al percibir en su voz el temblor del llanto.

Clarke se desplomó en una silla y enterró el rostro entre las manos.

– No resisto verla tan maltrecha -dijo Brad-.

Es como si ya se hubiera ido…

¡No lo soporto! Page no comprendía aquella actitud.

¿Qué le hacía pensar que tenía otra opción? Tampoco ella lo aguantaba, pero debía sobreponerse.

Debía luchar por Allie.

– De momento, todavía está entre nosotros -dijo más apaciguada, con ánimo de alentarle, pero remisa a aproximarse a él.

Les separaban poderosos sentimientos de dolor, aversión y desengaño.

No confiaba en Brad, ni le creía.

Ni siquiera sabía – ya quién era-.

Le queda una última oportunidad.

No puedes desecharla.

– No tiene por qué ser así -replicó Clarke.

Él no era de los que se rendían fácilmente, y Page no entendía su postura.

Era como si buscase la salida más sencilla para él e incluso para Allie, aunque significara perderla, renunciar.

Ella jamás compartiría ese punto de vista-.

No sé cómo explicarlo…

Cuando la vi, tuve la impresión de que no se recuperaría nunca, y no quiero que sea un vegetal el resto de su vida.

Los médicos sólo hablan de comas, parálisis espástica, pérdida de motricidad, cerebro, cerebelo, neuronas, atrofia…

¿Cómo puedes oír tantas atrocidades y seguir pensando que volverá a ser normal? -Porque todavía conservo la esperanza.

Quizá sea un camino difícil, quizá su recuperación sea incompleta, o ¡qué demonios! quizá muera.

Pero en todo caso -dijo Page, y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas-, necesitará toda nuestra ayuda.

Brad miró a su mujer con desespero, llorando en silencio.

– Yo no podré ayudarla, Page.

Sé que no podré.

Estaba mortalmente asustado, y ella lo advirtió.

Se acercó a su butaca y le rodeó con ambos brazos.

él hundió la cabeza en su pecho.

Page acarició el negro cabello de Brad, y anheló no haber llegado tan lejos en su mutua destrucción.

Por desgracia, nada podía borrarse ya, de igual modo que no se podía conjurar el accidente de Allie.

– Tengo miedo -susurró Brad con la cabeza apoyada con= tra los mullidos senos-.

No quiero que mi hija muera, pero tampoco quiero que sobreviva en estas condiciones, Page.

Siento vértigo sólo de verla.

Y perdóname por lo de ayer.

No debería haber desaparecido; si lo hice fue porque no podía afrontar la situación.

– Page asintió, comprensiva, aunque ella había sido la primera perjudicada.

Brad tuvo necesidad de huir y así lo hizo, pero la dejó sola y desvalida frente a la pesadilla que vivía con Allie-.

¿Y si se nos muere? Clarke dirigió a su esposa una mirada angustiada, y ella tragó saliva al pensarlo.

– No lo sé -admitió con voz entrecortada-.

Anoche creí que sucumbiría, pero se repuso.

Hemos ganado otro día, y sólo nos queda rezar.

él asintió con la cabeza, envidiando su entereza.

Todavía deseaba escapar, ¡y Stephanie se lo ponía tan fácil! Se compadecía de él y le ayudaba a evadirse del horror que afrontaba su hija.

Le permitía abandonarse a la idea de que él no podía hacer nada.

Le había dicho que Page sabría encargarse de todo y le urgió a dejarla actuar.

Pero cuando Brad vio a su mujer debatiéndose contra todo aquel dolor, de repente renació sú sentido de culpabilidad.

Ahora, apoyado en su cálido cuerpo, Brad sintió la punzada del deseo, una agitación interna que era el prólogo de un acercamiento.

La abrazó por la cintura e intentó sentarla en su falda para besarla.

Pero ella se puso rígida y le miró con rencor.

¿Cómo te atreves? Después de todo lo que había descubierto desde el accidente, le repelía el contacto con su marido.

– Te necesito, Page.

– Eres repugnante -replicó ella con vehemencia.

Ya tenía a Stephanie.

¿Qué más quería, un harén? Antes de saber lo de su amante, era diferente.

Pero ahora no podía aceptarle.

El la besó de todas formas, un beso de pasión y frenesí.

Aun así, no ablandó a Page, que se sintió más distante.

Brad Clarke se había convertido en un extraño.

Era la pareja de otra mujer, no la suya.

Se zafó bruscamente, retrocedió unos pasos y le dejó hundido en la silla, sin aliento.

– Lo siento -se disculpó Page por su vehemencia y se retiró.

Brad quedó con expresión de enfado y sensación de estúpido.

Sabía que obraba mal hiriendo a su mujer y aferrándose a Stephanie, pero, como la propia Page acababa de decirle, últimamente sólo tomaba decisiones nefastas.

Un poco más tarde, fue a la cocina en su busca.

Page se estaba preparando una taza de té, y no volvió la cabeza al oírle entrar.

– Lo lamento -dijo él-, me he dejado llevar.

He sido muy inoportuno con todo lo que está ocurriendo.

– A Page le parecía inverosímil que sólo una semana antes hubieran hecho el amor como si su matrimonio fuera viento en popa, sin albergar la menor sospecha de que Brad tenía una amante.

Pero ahora las cosas habían cambiado.

Y, dada su relación con Stephanie, Page no quería que él la tocase.

Habría sido distinto si, asolado por el arrepentimiento, le hubiera prometido poner fin al idilio.

Sin embargo, en ningún momento hizo esa promesa.

En todo caso, los que habían terminado eran ellos dos.

Tal era, al parecer, la voluntad de Clarke.

Ahora que su lío de faldas había salido a la luz, su primera reacción había sido marcharse de casa, indiferente a las necesidades de su familia, a una posible urgencia de Allyson e incluso a los sentimientos de Andy.

Stephanie se había impuesto a cualquier otra consideración.

La constatación de este hecho golpeó a Page como una roca de diez toneladas.

No podía ignorarlo.

– Creo que deberías darme su número.

Si sucede algo y estás con ella, sabré dónde informarte -dijo Page sin volverse, para que Brad no viera las lágrimas que se habían agolpado en sus ojos.

– Te aseguro que no se repetirá.

Esta noche me quedaré en casa con Andy.

– No me interesa lo que digas.

– Ahora Page se giró en redondo para encararse con Brad, y él se asustó al ver su expresión.

Estaba dolida, indignada y decidida más allá de las palabras.