Era obvio que su breve lapso de intimidad había pasado-.
Se repetirá, y quiero tener su teléfono.
– Bien.
Te lo anotaré en la agenda.
Page asintió y bebió unos sorbos de humeante té.
¿Qué piensas hacer hoy? -Clarke suponía que volvería al hospital, y se sorprendió al comprobar que no.
– Dentro de un rato asistiré al entierro del joven Chapman.
¿Quieres acompañarme? -Ni lo sueñes.
Ese malnacido casi mató a mi hija.
¿Cómo tienes estómago para ir? Brad estaba congestionado y Page, impasible, se encogió de hombros.
– Los Chapman han perdido a su único hijo, y no hay pruebas de que el accidente fuera culpa suya.
¿Cómo puedes negarte a asistir? -No les debo nada -repuso Brad fríamente-.
Los análisis han demostrado que había bebido alcohol.
– En cantidades muy pequeñas.
¿Y qué me dices de la otra conductora? ¿No pudo ser ella la causante de todo? -Trygve se lo había planteado, y Page también, pero a Brad no se le había ocurrido.
– Laura Hutchinson es la mujer de un senador, tiene tres hijos crecidos y nunca rondaría por las calles borracha, al volante de un coche o cometiendo negligencias -sentenció Clarke con absoluta convicción.
¿Cómo lo sabes? -Page no habría puesto la mano en el fuego por nadie, ni por la esposa del senador ni siquiera por Brad-.
¿Cómo puedes defender tan seguro su inocencia? -Porque estoy seguro de ello, tanto como la policía.
No le hicieron la prueba de la alcoholemia, obviamente, porque no la consideraron necesaria; de lo contrario se la hubieran exigido.
No la han acusado de nada.
Sin duda a Brad le bastaba con eso.
– A lo mejor les impresionó su apellido.
– En los últimos días discutían por todo, y Page se alegró de que Andy estuviera en la escuela-.
Sea como fuere, pienso asistir al sepelio.
Trygve Thorensen pasará a recogerme a las dos y cuarto.
Brad enarcó las cejas.
¡Muy entrañable! -No seas impertinente.
– Page miró a su esposo con un peculiar brillo en los ojos, producto de la ira y el cansancioDurante tres días hemos pasado las horas muertas en ese hospital que tanto aborreces, atentos al más mínimo progreso de nuestras hijas.
Phillip Chapman conducía el coche donde viajaba Chloe, pero eso no le impide a Thorensen ofrecer sus condolencias a los padres del chico.
– Es un tipo fantástico.
Quizá lleguéis a haceros amigos íntimos ahora que yo he perdido todo mi atractivo.
Clarke estaba enfadado por el rechazo de antes, aunque en el fondo lo comprendía.
Pero le soliviantó que Page elogiara a Trygve.
– -Tienes razón, Brad, es fantástico.
Posee un gran sentido de la amistad.
Incluso se ha quedado en el hospital sólo para apoyarme.
Ayer, cuando nadie sabía dónde te habías metido, estuvo conmigo y me ofreció su mano, y también velamos juntos la noche del accidente, mientras tú te divertías con tu amiguita.
Ha sido una joya de hombre.
Y te diré más: es lo bastante cabal como para guardarse la virilidad en los pantalones y anteponer sus hijos al sexo.
Así que si pretendes hacerme sentir culpable o apurada, no te molestes.
Dudo mucho que a Trygve Thorensen yo le importe un comino como mujer, y así debe ser, porque no busco amante.
Sólo necesito un amigo que me preste su hombro, ya que no tengo marido.
Poca réplica podía presentar Brad a aquellas palabras, de modo que se encerró en el cuarto de baño.
Sin dirigirle la palabra a su mujer, diez minutos después salió de la casa dando un sonoro portazo.
Ella estaba tan furibunda que de buena gana le hubiera estrangulado, aunque también se sentía triste.
¡Su vida se había derrumbado tan precipitadamente! Era incomprensible.
Ahora les acuciaban tensiones muy agudas pero ya antes se habían deteriorado otros aspectos de su unión, y ella no lo supo ver.
El accidente fue el gran detonante, y había aportado sus nefastas consecuencias.
Page se duchó y se vistió para acudir el sepelio, y Trygve pasó a recogerla a las dos y cuarto en punto.
Llevaba un traje; azul marino, camisa blanca y corbata oscura, un atuendo sobrio pero que le favorecía mucho.
Page se puso un vestido negro de hilo que había comprado en Nueva York la última vez que fue a visitar a su madre.
Las exequias se celebraron en la iglesia episcopal de Saint John.
Page no estaba preparada para la multitud de adolescentes que había allí, con sus resplandecientes rostros juveniles ensombrecidos por la pérdida del amigo, sus corazones llenos de una aflicción avasalladora.
A modo de recordatorio, los maestros de ceremonias entregaron a los asistentes una bonita fotografía de Phillip con el equipo de natación.
Page comprobó que los chicos que las distribuían eran precisamente los miembros del equipo.
Vio también a Jamie Applegate.
Escoltado por su familia, era la imagen de la devastación.
No obstante, ellos le respaldaban.
Su padre le llevaba abrazado por el hombro.
Se emitieron canciones de estilo joven, y Page, al oírlas, notó en la garganta la contracción del llanto.
En la iglesia se habían congregado trescientos o cuatrocientos chicos, y Page supo que Allyson tampoco habría faltado de no yacer en coma en un hospital.
Al fin, con porte muy digno, aunque deshechos por la pena, hicieron su entrada los padres de Phillip y ocuparon sus lugares en el primer banco.
Les acompañaba una pareja bastante mayor, los abuelos.
Daba pena verlos.
La intensidad del golpe se hacía palpable en sus caras.
El oficiante habló emotivamente de los-misterios del amor divino y del gran dolor que siempre causa perder a un ser querido.
Platicó sobre el magnífico joven que había sido Phillip, admirado por todos y con un brillante futuro.
A Page la homilía le traspasó el alma, y pensó, entre sollozos, qué dirían de Allie si moría.
Sería algo parecido.
También la admiraban y querían todos sus conocidos.
Ella jamás se reharía de su pérdida.
La señora Chapman lloró profusamente durante toda la ceremonia.
Al final del servicio, el coro escolar en pleno cantó el Amazing Grace.
Luego, cada uno de sus componentes fue invitado a subir al altar para recitar una breve plegaria, un postrer tributo al compañero.
La iglesia entera estaba sumida en llanto, y Page, al mirar alrededor, quedó hondamente conmovida por la consternación que se reflejaba en aquellos semblantes casi infantiles.
Fue entonces cuando vio a Laura Hutchinson.
Estaba sollozando discretamente en un banco algo apartado.
Al parecer había venido sola y se sentía tan desolada como el resto de los presentes.
Page la observó largo rato, pero sólo vio a una doliente más, y muy afectada.
Sorprendentemente, la despedida de la ceremonia fue rápida.
La gente aún no había salido de su estupefacción.
¡Era tan doloroso! De repente, Page y Trygve detectaron la presencia de los periodistas.
Al principio persiguieron a la señora Hutchinson, pero ella se marchó en una limusina sin hacer declaraciones.
Después sacaron fotografías de algunos jóve – nes que lloraban en la acera.
De súbito, toda la prensa se arremolinó en torno a los Chapman.
El padre de Phillip se encolerizó y les espetó entre lágrimas que eran unos cerdos desalmados.
Ellos no se fueron, aunque retrocedieron ligeramente.
Phillip Chapman era todavía una noticia candente.
Después de las exequias había una recepción en la sala de actos del instituto, y más tarde los Chapman habían invitado a su casa a algunos amigos.
Page no fue ni a un sitio ni a otro.
Era superior a sus fuerzas.
Sólo ansiaba quedarse sola, aislarse, recuperarse de la tremenda conmoción que había supuesto el oficio fúnebre.
Consultó a Trygve con la mirada y descubrió que había llorado tanto como ella.