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– ¿Cómo vamos, cariño? -preguntó Page lánguidamente, y se sentó en el borde de la cama.

Se alegraba de haber pasado unas horas en casa con su hijo, pues había comprobado cuán afectado estaba y cuán necesitado de cariño y atención.

Se felicitó por haber tomado la decisión de dormir los tres en casa.

Andy lo necesitaba más que nunca, y era positivo que Brad estuviera allí, aunque no se mostrara precisamente simpático.

¿Por qué papá y tú os peleáis tanto? -preguntó Andy, apenado-.

Antes no erais así.

– Estamos nerviosos…

por lo de Allie.

Las personas mayores, cuando tienen preocupaciones o algo les asusta, no saben demostrar sus sentimientos y empiezan a criticarse entre ellas, incluso se gritan.

Perdónanos, amor mío.

No queremos entristecerte.

Page acarició la cabeza de su hijo.

– ¡Te pones tan agresiva cuando le hablas! ¿Cómo iba a explicarle al niño que su padre la había traicionado, que había tirado por la ventana todos aquellos años de matrimonio? No debía, y no lo haría.

– Es muy duro estar en el hospital con Allie.

¿Cómo es posible, si no hace más que dormir? Andy estaba sumido en un mar de confusiones.

Todo resultaba tan difícil, tan enrevesado, y sus propios padres se cornportaban de un modo tan extraño…

– Es que sufro mucho por ella, igual que sufro por ti.

Page sonrió, pero Andy continuó ceñudo.

– Y papá, ctambién sufres por papá? -Claro que sí.

Padezco por todos vosotros.

Es mi oficio -dijo ella con una sonrisa forzada.

Unos minutos más tarde, llenó la bañera del niño.

Después del baño le leyó un cuento.

Luego, Andy fue a dar las buenas noches a su padre, pero Brad estaba ocupado con una conferencia telefónica y le hizo una desabrida señal de que se alejara.

Tenía los nervios de punta no sólo con Page, sino también con su hijo.

Cenar en casa no le había resultado fácil, y todavía no sabía si había hecho bien.

Page acostó a Andy y le arropó.

El pequeño le suplicó que dejase encendida la luz del pasillo, algo inusual en él.

Tan sólo se lo pedía cuando sentía mucho miedo o cuando estaba muy enfermo, pero en aquel momento los tres tenían síntomas de todo.

– Como quieras, cariño.

Hasta mañana.

Page volvió a besar a su hijo y, mientras se encaminaba a la cocina para acabar de recogerla, dio gracias por tenerle.

Entrevió la figura de Brad en el salón, pero no le dirigió la palabra.

No les quedaba ya nada por decir.

Había intuido, correctamente, que hablaba con Stephanie cuando Andy le interrumpió.

Vació el lavavajillas, pasó la bayeta, contestó algunas llamadas más y preparó una nueva cafetera.

Alrededor de las diez, Brad, ansioso y desdichado, asomó la cabeza.

Ambos habían superado otro día de prueba, con sus confrontaciones, el sepelio de Phillip Chapman y una cena familiar que distó mucho de ser relajante.

Page estaba revisando el correo de varios días.

Alzó la vista al oírle.

– Las cosas no marchan -dijo Brad con decaimiento al encontrarse sus miradas.

Vestía pantalones vaqueros y una camiseta, y por un instante Page recordó los intensos sentimientos que durante años había suscitado en ella, y se preguntó si en todo ese tiempo habían sido ya unos extraños.

Habían tenido dos hijos y compartido dieciséis años, y de la noche a la mañana Brad se le había revelado como un hombre diametralmente distinto de aquel con el que siempre creyó vivir.

– Ya puedes decirlo -convino con voz plomiza, a la vez que se servía café.

Tenía los nervios tan desquiciados que ni siquiera la cafeína le producía efecto-.

Y Andy empieza a darse cuenta.

¿Quién no? El aire que les rodeaba podía cortarse con su carga de sufrimiento, cólera y decepción.

– Hemos tenido una semana terrible.

– Sí, un cortocircuito de doble corriente.

¿Qué significa eso? -preguntó Brad con expresión de desconcierto.

– Allie por un lado y nuestro matrimonio por el otro.

– Quizá ambos forman parte de un mismo problema -sugirió Clarke-.

Es posible que, en cuanto Allyson se recobre, podamos resolver este embrollo.

A Page le extrañó oírle hablar así, más aún tras su categórica negativa del domingo a romper con Stephanie.

Caviló qué era lo que intentaba darle a entender.

¿Quedaba un resquicio – de esperanza entre ellos? ¿Brad había cambiado de opinión? ¿Había ocurrido algo? Su marido se había convertido en un libro cerrado, y ni siquiera estaba segura de querer abrirlo.

– Tal vez podamos llegar a un acuerdo -insistió él con tono poco convincente-.

Pero sólo si ponemos buena voluntad.

– ¿Y quién se sentará a parlamentar, tú, yo y Stephanie? ¿Es eso lo que quieres, Brad? -le increpó Page, tan harta como exhausta-.

No volvamos a enredarnos en trifulcas, ni a zaherirnos con pullas y falsedades.

Primero devolvámosle la vida a Allie, y luego ya concentraremos la atención en nuestro problema.

Ahora mismo, y perdona la franqueza, no tengo ninguna gana de hablar de ello.

Brad asintió.

Page tenía razón, pero repentinamente Stephanie había comenzado a atosigarle.

Era como si se sintiera desbancada por Allyson, y de repente le presentaba exigencias inusuales.

Quería pasar más tiempo a su lado, verle constantemente y hacerle dormir en su casa.

Se diría que pretendía demostrar algo, que se había empeñado en dejar en claro que Brad le pertenecía a ella, no a Page.

Aquel asedio a dos bandas acabaría por volver loco a Brad.

Antes de que pudiera dar respuesta a su mujer, oyeron un chillido aterrador procedente del dormitorio de Andy.

Los dos acudieron a todo correr, pero Brad llegó primero.

Encontraron al niño medio dormido, presa de un acceso de histeria.

Había tenido una pesadilla.

– Cálmate, campeón…

tranquilo…

No pasa nada, sólo ha sido un mal sueño.

Pero ni Brad ni Page pudieron sosegarle.

El pequeño había soñado que toda la familia sufría un accidente, y los únicos que se salvaban eran Lizzie y él.

Dijo que había visto ríos de sangre y muchos cristales rotos.

Se habían estrellado, según Andy, porque mamá y papá se enzarzaron en una gran trifulca.

Ambos adultos se miraron avergonzados por encima de su cabeza, y al fin el pequeño se apaciguó, aunque Page comprobó que había mojado la cama; habría que cambiarle las sábanas.

No le sucedía desde los cuatro años, lo cual la preocupó.

Su hijo estaba trastornado incluso a un nivel subconsciente.

– No hace falta ser psiquiatra para interpretar esas imágenes -comentó Brad en voz baja, camino ya de su habitación.

– Está sugestionado por lo de Allie.

Para él ha sido muy brutal.

Nos oye hablar de su gravedad y ni siquiera la ha visto.

En su mente es como si hubiera muerto.

– Sabes tan bien como yo que eso no es lo único que le perturba dijo Brad.

– Cierto -admitió ella-.

Deberíamos tener más cuidado.

Era evidente que Andy les había oído discutir.

– Detesto decirlo -masculló Brad, mirando a su mujer con cara de circunstancias-, pero quizá sería bueno que me mudara por unos días, hasta que nos hayamos serenado un poco y podamos hacer frente a todo esto.

¿Te instalarás con ella? -preguntó Page, disgustada por la sugerencia.

– Puedo hospedarme en un hotel o alquilar un piso amueblado en la ciudad, en Zooo Broadway -contestó él.

Page comprendió que aquélla era la oportunidad perfecta para verse con Stephanie sin tener que escuchar los reproches y las imprecaciones de su esposa.

De todas maneras, en la presente situación tampoco se atrevía a criticárselo, aunque sería difícil explicarle su ausencia a Andy.

– No sé qué decir -reconoció, y miró a Brad, dolida por su actitud.