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Estaba extrañamente tranquila, consciente de lo que se avecinaba.

Lo había esperado sin apenas saberlo.

Había estado con Allie cuando Vino al mundo, y la acompañaría también en su despedida.

Corrieron las lágrimas, pero Page conservó la calma mientras la enfermera la conducía hasta el ascensor.

Page asintió, sabiendo que Brad podía haber recurrido a Jane, pero que tenía pánico a venir.

Incluso comprendió a su marido.

Ahora ya lo había aceptado.

Brad no podía afrontar aquel momento decisivo.

– Será mejor que subamos.

Si quiere, nosotras telefonearemos.

A Page no le agradaba que Brad se enterase por una enfermera, ya que sería más llevadero si se lo comunicaba ella misma, pero no podía llegar tarde a su cita con Allie.

Su hija iba a emprender un viaje sin retorno, y quería decirle adiós.

– Hemos llamado a su esposo -la informó en voz baja una enfermera, mientras Page sostenía la mano de Allie y le prodigaba caricias.

– ¿Va a venir? -preguntó ella impertérrita.

.

– Ha dicho que no quería dejar solo a su hijo.

La enfermera apoyó la mano en el hombro de Page y lo apretó ligeramente.

Había presenciado muchas escenas similares, pero no lograba acostumbrarse, y menos aún cuando los pacientes eran jóvenes.

En la entrada de la sala le pusieron una bata y una mascarilla.

Siguió a otra enfermera y finalmente la vio.

Yacía rodeada Deseaba de aparatos y con la cabeza vendada, pero súbitamente a su madre se le antojó más pequeña, más plácida que nunca.

Ya no estaba asustada, sino llena de paz, y más.

cerca de Allie que en ningún otro período de su vida.

Madre e hija estaban juntas, unidas para siempre en un instante que, a su manera, tenía tanta significación como su nacimiento.

En cierto sentido, no había diferencia.

Existió un principio, y ahora se acercaba el fin.

Habían completado el ciclo.

Fue más corto de lo que habían planeado, pero eso no menoscababa la solidez de sus vínculos.

– Hola, cariño mío -susurró junto a su cabecera, llorando, sí, pero contenta de verla, no atormentada como hasta ahora-.

Quiero que sepas que papá y yo te queremos con toda el alma…

y Andy también.

Te echa mucho de menos, y yo, y tu padre…

Te añoramos, Allie.

Pero sé que siempre estarás con nosotros.

Sabía que, de alguna forma, su hija la oiría.

– ¿Allie? -musitó Page-.

Todo irá bien, amor mío, no tengas miedo.

Yo estaré a tu lado si me necesitas.

Allyson siempre fue reacia a los lugares nuevos, y ahora debía emprender un viaje a lo desconocido donde no podría contar con su ayuda.

Sin embargo, la acompañaría en espíritu, de igual modo que Allie jamás se separaría de su madre.

¿Señora Clarke? -Era el doctor Hammerman.

Page no le había oído acercarse-.

La estamos perdiendo -dijo débilmente.

Una enfermera le proporcionó una banqueta.

Page se sentó y asió la mano de su hija.

La sintió muy frágil y agarrotada.

Tenía los dedos rígidos y los brazos anquilosados, como síntomas de las lesiones de su cerebro.

Aquél era, justamente, uno de los motivos por los que Page no quería que Andy viese a su hermana.

Las consecuencias del accidente causaban honda impresión.

– Lo sé.

– Las lágrimas brotaban de sus ojos.

Miró al cirujano con una sonrisa y una mirada que a Hammerman lo conmovieron.

– Hemos hecho todo lo humanamente posible.

Las lesiones son irreversibles.

Esta tarde he creído que podría sobreponerse, pero…

Lo siento, señora Clarke.

El médico guardó una respetuosa distancia y vigiló los monitores.

Él mismo comprobó las pulsaciones, analizó las cintas grabadas en los sucesivos controles y celebró consulta con el personal de guardia.

Su conclusión fue que no duraría más de unos minutos.

Compadeció a aquella pobre madre.

– ¿Señora Clarke? -dijo al fin-.

Estamos a su entera disposición.

¿Hay algo que desee pedirnos? ¿Quiere que venga un sacerdote? -Estamos bien así -respondió ella mientras recordaba la primera vez que había acunado a Allie en sus brazos.

Fue un bebé sano y rollizo, una perfecta bolita con la cara sonrosada, vivaz, enmarcada en una pelusa de cabello rubio.

Pese a lo laborioso que había resultado su alumbramiento, Page había intentado cogerla en el instante mismo del nacimiento.

Rememorarlo ahora la hizo sonreír, y se centró en Allyson para contarle la historia, como había hecho en un centenar de ocasiones.

Dos enfermeras se enjugaban las lágrimas y fueron a atender a otro paciente, pero el cirujano permaneció allí.

Una hora después de su llegada, al examinar nuevamente los monitores, comprobó que no había cambios.

Las constantes no habían mejorado, pero tampoco estaban peor.

En algún recóndito lugar de su ser, Allyson luchaba.

Page permaneció sentada en la banqueta, sosteniendo su mano y hablándole con ternura.

Había abierto las compuertas de su corazón y liberado, por fin, a su hija.

No tenía derecho a retenerla si no era ése su destino.

Para ella, Allie era como un ángel y sentirla próxima le daba una gran felicidad.

– Te quiero, preciosa mía.

– No se cansaba de repetirlo, necesitaba imperiosamente decírselo mil veces más antes de que Allyson les dejase-.

Te quiero, Allie.

– Una parte de Page todavía esperaba que despertara, le sonriera y contestase: “Yo también te quiero, mamá”, aunque sabía que no sería así.

El doctor Hammerman la mantenía bajo continua observación, y de vez en cuando palpaba sus manos, ajustaba unanmáquina, verificaba la respiración y volvía a retirarse.

Estas idas y venidas duraron un par de horas.

Page se afligió de la ausencia de Brad, que no se despidiera de su hija también él.

El médico se acercó con andar sigiloso y dijo: ¿Ve ese artilugio? -Señaló uno de los monitores-.

Indica que el pulso se ha regularizado.

Nos ha tenido a todos en jaque pero, en mi opinión, lo está superando.

Los ojos de Page se empañaron con la emoción y le vino a la memoria un día ya remoto en el que Allyson se había caído en una piscina y casi se ahogó.

Al tenerla de nuevo en sus brazos, el primer impulso de Page fue darle una tunda por el mal rato que le había hecho pasar.

Ahora la miró, con una sonrisa desvaída, y lamentó no poder vapulearla, pegarle, llenarla de besos, abrazarla o llorar las dos juntas.

¿Está seguro? -Vigilemos un poco más.

Page le susurró a su niña sobre el episodio de la piscina y del susto que se habían llevado.

Por aquel entonces Allie tenía sólo cuatro o cinco años.

Más tarde les había dado otro sobresalto, metiéndose en el tráfico de Ross montada en bicicleta cuando su madre estaba embarazada de Andy.

Page también le contó esa historia, y le recordó una y otra vez cuánto la quería.

Cuando el sol empezaba a elevarse sobre las colinas de Marín, Allyson pareció amagar un suspiro y abandonarse a un pacífico sueño.

Se diría que había partido para luego regresar, exhausta tras la aventura.

Page casi percibió cómo se trasladaba de un espacio a otro.

No tenía ya aquella indefinible sensación de que Allyson se les iba.

Su hija había vuelto al mundo de los vivos.

– En mi profesión vemos muchos milagros -afirmó el doctor Hammerman, entre un corrillo de enfermeras que observaban y cuchicheaban.

Horas antes, todas ellas estaban convencidas de que Allyson Clarke no viviría hasta el amanecer-.

Esta jovencita es muy obstinada.

No quiere darse por vencida…

y yo tampoco.

– Gracias -dijo Page, abrumada por sus sentimientos.

Había pasado la noche más extraordinaria de su vida.