Por fin, supo quién era.
– Page.
¿Qué ocurre? -inquirió, alarmado por su tono de angustia.
– No lo sé.
– Page sollozaba y apenas podía hilvanar las frases-.
Es Andy…
me han llamado de la escuela…
está herido…
se ha caído de las barras…
– Su llanto recrudeció, temiendo lo peor.
Trygve se levantó raudamente de su asiento.
– Voy enseguida.
¿Dónde estás? -En la sala de urgencias del hospital.
Era un lugar familiar para ambos, y Thorensen hizo el trayecto a toda velocidad.
Estacionó el coche en el momento en que un profesor bajaba a Andy de su coche particular.
Corrió al encuentro del niño.
Estaba asustado, pálido y con la cara contraída por el dolor, pero no había perdido el conocimiento ni se apreciaba un peligro aparente.
¿Qué haces tú aquí, jovencito? Este sitio es para los enfermos y yo te veo muy saludable.
Trygve examinó al pequeño con la mirada.
– Me duele el brazo…
y también la espalda.
Me caí de las barras de gimnasia -dijo Andy con voz débil mientras Trygve le abría la puerta al profesor, que debía de ser el de educación física a juzgar por las zapatillas de tenis y el silbato que colgaba de su cuello.
Parecía muy preocupado.
– Mamá te espera dentro -le tranquilizó Thorensen con una sonrisa cariñosa.
Les siguió al interior y enseguida divisó a Page.
Tenía un aspecto deplorable y experimentaba espasmos nerviosos.
Rompió a llorar en cuanto les vio.
Se diría que todo el coraje que había acopiado con Allie la había abandonado de pronto.
Trygve la sujetó por el hombro y la atrajo hacia él, en un intento de mitigar sus temblores, mientras el profesor llevaba al pequeño hasta la sala de reconocimiento, donde les aguardaba la enfermera encargada de verificar las constantes vitales y evaluar su estado.
Era una mujer alegre y guapa.
Palpó la zona dolorida y comprobó que Andy se había fracturado el brazo y dislocado el hombro.
Luego exploró sus córneas y descartó una posible lesión cerebral.
– ¡Pero bueno! -bromeó Trygve-.
Eres tan calamitoso como Chloe.
Ella no puede andar, y tu vas y te rompes el brazo.
¡ Qué par de ineptos! Tendré que mandaros a Bjorn para que ponga un poco de orden.
– Hizo una mueca divertida.
Andy intentó sonreír entre las lágrimas, pero el brazo le dolía mucho.
Le sentaron en una silla de ruedas y le llevaron a radiología.
Thorensen no se separó de Page ni un instante.
– No es nada serio, Page.
Tienes que tranquilizarte -la confortó durante la sesión de rayos X.
– No sé qué me ha pasado -dijo ella, aún temblorosa y con expresión demudada-.
Me he dejado dominar por el pánico.
Siento de veras haberte llamado.
Había sido su primer impulso al enterarse de la noticia.
Sintió la urgente necesidad de tener a Trygve a su lado, igual que durante los días infernales en que Allie se agravó, y también después.
Era a Thorensen a quien quería, no a Brad, y ella misma se asombró al darse cuenta.
Sabía que con Trygve podía contar y, además, él había acudido encantado.
– Yo no lo siento en absoluto.
Lo lamento sólo por el pobre Andy, pero estoy seguro de que no será nada.
El profesor de gimnasia ya había vuelto a la escuela, así que Trygve acompañó a Andy y sostuvo su mano cuando le escayolaron el brazo.
Luego le encajaron la articulación del hombro, una operación muy dolorosa, le pusieron la extremidad en cabestrillo y le inyectaron un analgésico.
Le recomendaron que guardase un día de cama, tras lo cual debía sentirse como nuevo.
Le quitarían el yeso al cabo de seis semanas.
Era una fractura más bien delicada, pero, a su edad, no había que prever secuelas a largo plazo.
– Os llevaré en mi coche -propuso, solícito, Trygve.
No se habría fiado de Page ni aún conduciendo un triciclo.
Ella aceptó, pero antes subió a la U C I para recoger su bolso y anunciar que se iba.
Trygve también se detuvo brevemente en la habitación de Chloe, le dio un beso y le dijo que regresaría más tarde.
Le contó el incidente de Andy y ella le envió muchos recuerdos, además de sorprenderse por la mala suerte que últimamente les perseguía a todos.
– Dile que cuando nos veamos le firmaré la escayola.
– Así lo haré.
Hasta luego, cariño.
Trygve volvió presuroso a la sala de urgencias y fue con Andy hasta el coche.
El niño estaba aletargado tras la inyección que le habían puesto, y Page llevaba unas píldoras para administrarle en casa.
Pasaría el día adormecido, sin duda lo más aconsejable.
Thorensen le entró en volandas en su dormitorio, después de que Page abriera las puertas intermedias.
Entre los dos le desvistieron y acostaron.
Andy rebulló un poco mientras lo preparaban, pero se quedó dormido antes de tocar la almohada.
No era él quien preocupaba a Trygve, sino su madre.
Estaba muy desmejorada.
– Quiero que tú también te tiendas un rato.
Tienes un aspecto preocupante.
– He tenido un terrible sobresalto, eso es todo.
No sabía con qué me iba a encontrar.
Creí…
– Lo veo claramente en tu cara -cortó Trygve, mirando su tez grisácea-.
Venga, cdónde está tu habitación? Page le guió por el pasillo y él no se movió hasta que se hubo tendido sobre el lecho con la ropa puesta.
– Me siento un poco ridícula, pero estoy bien.
– Pues no lo parece.
¿Quieres un poco de coñac? Te reconfortará ofreció Trygve.
Ella rehusó con una sonrisa e, incorporando la espalda, escudriñó al hombre que lo había dejado todo para ayudarla.
– Gracias por ser tan buen amigo.
Marqué tu número casi involuntariamente.
Supe de un modo instintivo que te necesitaba.
Thorensen se sentó en una butaca amplia y mullida que había junto a la cama y miró a Page con afecto.
– Me alegro de que me hayas llamado.
Ya has sufrido bastante tú sola.
– Le asaltó un nuevo pensamiento, y halló interesante que no se le hubiera ocurrido a ella-.
¿Quieres que telefonee a Brad? -Está en Chicago.
Ya le llamaré yo dentro de un rato -dijo Page.
Instintivamente, pensó lo mismo que Thorensen-.
Cuando me telefonearon a la UCI, ni siquiera se me ocurrió ponerme en contacto con él -agregó.
Deseaba que Trygve lo supiera-.
Fui directamente a un teléfono y te llamé.
Fue un acto reflejo.
– Un reflejo muy atinado -afirmó él con dulzura, inclinándose hacia Page.
En su interior hormigueaban unos sentimientos que no había tenido en años, y ella, al observarle, se sintió confundida por sus propias emociones.
– Page, no quiero hacer nada contra tu voluntad -susurró, pero de repente se sintió incapaz de seguir alejado de ella.
Le empujaba una fuerza magnética cada vez que dirigía la vista a Page, la cual, al mirarle, comprendió que no se había imaginado nada la otra noche en el jardín.
Trygve había estado a punto de besarla.
Y ahora también.
Había suspirado por darle un beso durante varios días, mientras, sentados hora tras hora en las dependencias del hospital, compartían su desconsolada vigilia.
– No sé cuál es mi voluntad, Trygve.
– Page alzó hacia él sus ojos grandes azules, rebosantes de honestidad-.
Hace tan sólo diez días creía estar felizmente casada.
Luego descubrí que todo era mentira, que mi matrimonio había terminado…
Y en medio de ese mare mágnum apareces tú, la única persona en quien he podido confiar, el único amigo que sabe cómo me siento y el único, sí, el único hombre con el que deseo estar -dijo con el rostro vuelto hacia Thorensen, que se había acercado más-.