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– ¿Es que tú no lo haces también, Brad? ¿Acaso temes que entorpezcan tu vida social, ahora que has roto las cadenas? Una vez más, había estallado la guerra, tras el remanso de paz con ocasión del viaje a Chicago.

– He tenido mucho trabajo en la agencia.

– ¡Y un cuerno! Apuesto la mano derecha a que en Chicago sí has estado muy activo.

Brad le clavó una mirada fulgurante para advertirle que no hurgase más en la herida.

Aunque era él quien había fallado, no toleraba el agobio de Page.

Era injusto, y lo sabía, pero no pensaba ceder.

– No es asunto tuyo -dijo con tirantez.

¿Por qué? -Los acontecimientos van demasiado deprisa para mi gusto.

También para Page corrían demasiado.

Las dos últimas semanas habían sido más fulminantes que un rayo, y no por culpa suya.

– Quiero que las aguas se calmen un poco antes de tomar una decisión definitiva -agregó Brad y se giró hacia ella-.

He comprendido que no puedo mudarme todavía.

Page, sorprendida, le estudió en silencio, preguntándose si habían cambiado sus sentimientos o si ahora se peleaba también con Stephanie, o bien, sencillamente, si le había acobardado todo lo que entrañaba una separación.

¿Por razones de índole geográfica, o tiene algo que ver con nuestro matrimonio? -inquirió, sintiendo en el corazón una punzada de ansiedad.

Pese al daño que le había hecho en los últimos tiempos, Brad era su marido y quizás aún le amaba.

– No lo sé -admitió Brad compungido, pero sin acercarse a ella-.

Irme de esta casa es un paso trascendental, y me da pavor.

Me temo que he sido un cretino…

Estoy en un mar de dudas, aunque confieso que tampoco me veo capaz de reemprender nuestra vida de antes.

Ambos eran conscientes de que nada volvería a ser igual.

Page no confiaría en él nunca más, y Brad sabía que no rompería con Stephanie.

Aquélla era la clave de todo.

Sin embargo, abandonar a Page significaba perder a Andy.

En la última semana había pensado mucho en su hijo, y casi enloqueció.

Stephanie no parecía entenderlo.

Decía que Andy les visitaría a menudo, pero no era lo mismo, y él lo sabía muy bien.

– Todavía no he resuelto el dilema -dijo Brad, y miró a Page con desazón-.

No sé por dónde camino.

Se sentó en la cama y se mesó el cabello, bajo la mirada de su mujer.

Estaba recelosa frente a un hombre que la había herido tanto, y que, a su modo, continuaba martirizándola día tras día.

– Bien, habrá que esperar.

– Quizá el accidente había influido en el talante de Clarke, aunque Page sabía que no era ésa la causa principal de su cambio-.

¿Quieres que acudamos a un psicólogo? -preguntó titubeante, pues ella misma no estaba segura de desearlo, pero la respuesta de Brad fue rápida y tajante: -No.

No iría si eso implicaba dejar a Stephanie.

No estaba dispuesto a perderla.

Tampoco quería dejar todavía a Page, pero no podía renunciar a su amante.

Era fundamental en su vida.

Para Brad personificaba la juventud, la esperanza y la fe en el futuro, casi tanto como Allie.

No obstante, incluso él veía que se debatía en un caos, y que todo lo que hacía aumentaba su incertidumbre.

– No sé qué más sugerirte, como no sea un abogado.

– Ni yo tampoco.

– Por fin, Clarke habló a su esposa con honestidad-.

¿Puedes seguir así durante algún tiempo, o te pesa demasiado? -No sabría decirlo.

No podré aceptarlo permanentemente, y hasta es posible que me harte muy pronto.

Desde luego, mucho tiempo no lo aguantaré.

– Ni yo -coincidió Clarke con expresión abatida.

Stephanie le estaba asediando para que abandonase a Page y se casara con ella, así que su decisión no podía demorarse mucho.

Sin duda todo lo que había compartido con su mujer se destruía irremisiblemente: su matrimonio, su hija mayor, la relación, la confianza mutua…

En su mente se había creado una extraña dicotomía en la que Page encarnaba el pasado y Stephanie el porvenir.

Mas aquella noche, al acostarse, el pasado renació.

Andy dormía y la puerta estaba cerrada.

Page leía cómodamente en el lecho, sin hacer caso de su marido, pero de repente él empezó a besarla como no lo había hecho en meses, con un fuego y una pasión ignorados.

Al principio ella se resistió, pero Brad estuvo tan enérgico y tan ardiente que, antes de que se diera cuenta, le había quitado el camisón y se restregaba contra su cuerpo.

Pese a que no deseaba en absoluto ha cer el amor, la resistencia de Page se diluyó.

Después de todo, todavía era su esposo, y unas semanas atrás creía amarle con locura.

Despacio, con exquisitez, Clarke la penetró, y al hacerlo murió su deseo tan súbitamente como la erección.

Intentó disimular unos minutos y avivar de nuevo la llama, pero quedó patente que sus indecisiones y su dolor habían afectado algo más que la convivencia doméstica.

– Lo lamento -dijo con rabia y acritud, tumbándose boca arriba en el lecho.

Ella estaba aún sofocada, y furiosa consigo misma por haber cedido a aquel arrebato.

Habida cuenta de todas sus divergencias, era impropio acostarse con Brad, aunque fuera legalmente su pareja.

Además, no quería formar parte de su harén ni exponerse a que la humillara de nuevo.

– Al cuerpo no se le puede engañar, Brad -sentenció con desánimo-.

Tal vez sea ésta la respuesta que buscas.

– Me siento como un imbécil -bramó él, paseándose por la habitación con su esbelta anatomía más espléndida que nunca.

Pero Page debía enfrentarse a la realidad.

Por mucho que hubiese querido a Brad todo había terminado, al menos de momento…

y seguramente para siempre.

– Convendría que aclares tus ideas antes de que embarullemos aún más la situación -le aconsejó con sensatez.

Brad asintió.

Aquello era ridículo y no favorecía a nadie.

Lo que más le extrañaba era que, durante cerca de un año, había pasado del lecho de Stephanie al matrimonial con cortos intervalos, quizá de horas, y nunca había tenido problemas.

Pero ahora que Page lo sabía todo era distinto.

Casi se arrepintió de habérselo dicho, salvo porque necesitaba su libertad.

También se debía a Stephanie, y lo cierto era que así no hacía justicia a ninguna de las dos.

No dejaba de asombrarle lo bien que se sentía con su amante, lo grata que era su compañía.

Ahora ella quería que se instalase en su casa, y recientemente incluso le había amenazado con romper si no se mudaba de inmediato.

No obstante, lo que Brad habría deseado era nneliminar" temporalmente a Page, encerrarla en una despensa, hibernarla o algo similar, para pasar un año junto a Stephanie y luego volver y encontrar su hogar idéntico.

Habría sido estupendo poder probarlo.

– Tal vez debería marcharme -dijo muy alicaído, y se sentó en la cama.

Sintió un repentino deseo de correr junto a Stephanie y demostrar que no era impotente.

Su pequeño fiasco con Page le había horrorizado.

– No voy a apremiarte -prometió Page serenamente, con su cuerpo largo y sinuoso desnudo sobre las sábanas, aunque él no la miró.

Se llamó estúpida a sí misma por haber permitido aquel contacto sexual, y sintió un inesperado anhelo de Trygve-.

Pero creo que, hagas lo que hagas, no debes aplazarlo.

Ni yo ni Andy podremos tragar mucho tiempo esta píldora.

Tus apariciones y tus ausencias son bastante fastidiosas.

– Lo sé -dijo Brad.

Durante las dos últimas semanas no había habido nada normal en su vida.

A su manera, él estaba tan traumatizado como Page y como su hijo, y encima no lograba tomar una resolución-.

Veremos qué sucede.

Ella asintió y se dirigió al cuarto de baño, donde tomó un larguísimo baño, pensando en Trygve.