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– Me encantaría, pero debo ir a casa por si se presenta Brad.

Aunque probablemente no lo haga, si apareciera a Andy le apenaría mucho no haberle visto.

Trygve no insistió y, desoyendo las protestas de los dos chicos, madre e hijo volvieron al hogar.

Brad no dio señales de vida hasta la mañana siguiente.

A pesar de todas las promesas que se había hecho a sí misma, Page explotó.

¿Qué eran todas aquellas monsergas de la otra noche, cuando dijiste que querías vivir aquí y que no estabas seguro de tus intenciones? ¿A quién pretendías engañar con tus patrañas? Tenía el rostro como la grana.

Se había hartado de vivir en la cuerda floja mientras él se divertía con otra mujer.

– Lo siento, debería haberte llamado.

No recuerdo qué ocurrió.

– Sí que se acordaba, por supuesto, sólo que no podía decírselo a Page.

Había hecho una escapada con Stephanie, y no hubo manera de telefonear desde el hotel donde pernoctaron.

Stephanie no le dejó solo ni un minuto y, encima, el domingo por la mañana se enfadó porque él quiso adelantar el regreso.

Sin embargo, el enfado de Stephanie fue muy inferior al de Page cuando Brad entró en su casa, a las doce del mediodía, sin haberla advertido.

Andy y ella se disponían a salir para el aeropuerto-.

Ya te he dicho que lo siento -repitió Brad, desvalido y apabullado.

Se debatía entre dos mundos, entre dos mujeres, y con ninguna prosperaba.

¿Por qué no te decides a preguntarme si Allie continúa viva? -le espetó Page con crueldad.

Aquello no era propio de ella, pero estaba harta.

– ¡Dios mío! ¿Es que…

que ha…? Los ojos de Clarke se inundaron de lágrimas.

Page le observaba gélidamente.

– No, no ha muerto.

Pero podría haber sucedido, y ya me dirás dónde iba a localizarte.

Una vez más, no me has llamado.

– ¡Eres una mujer malvada! Brad entró en el dormitorio y cerró con un sonoro portazo.

Andy se echó a llorar.

Sus peleas eran cada vez más violentas.

– Perdónanos, amor mío.

Page abrazó a su hijo para consolarle.

Clarke no volvió a salir de la alcoba.

Y ella no fue en su búsqueda.

Se marcharon al aeropuerto.

Andy permaneció callado durante todo el trayecto.

Page, también en silencio, pensó en la buena pinta que tenía Brad al llegar a casa.

Estaba rejuvenecido, fresco, pletórico…

hasta que la vio a ella.

Pero era Andy quien le inquietaba.

El niño miraba por la ventanilla del coche con expresión abatida.

La madre y la hermana de Page fueron de las primeras pasajeras en desembarcar.

Su madre iba tan acicalada como siempre, con el cabello cano primorosamente peinado y un vestido de color azul marino que realzaba su figura juncal.

Alexis estaba muy llamativa con su traje Chanel rosa pálido, su cabellera rubia de elegante corte y unas facciones exquisitas que, en su artificialidad, eran dignas de figurar en la portada de Vogue.

Llevaba un bolso de cocodrilo negro, modelo Hermes, y una bolsa de viaje a juego, que dejó en el suelo para besar el aire -que no la mejilla de Pagey saludar, esquiva, a Andy.

– Estás guapísima, querida -le dijo su madre jovialmente, y miró por encima del hombro-.

¿Dónde has dejado a Brad? -En casa.

No ha tenido tiempo de venir, pero me ha rogado que le disculpe.

Page ni siquiera sabía si Brad seguiría allí cuando volvieran.

En los últimos días era imposible predecir sus apariciones, y no iba a serle nada fácil disimularlo durante la visita de su madre.

Pero no le apetecía hablar con ella de sus desventuras matrimoniales y, además, Maribelle tampoco querría enterarse.

Aguardaron que saliera el equipaje por la cinta transportadora y, afortunadamente, todas las piezas llegaron intactas.

El mozo se tambaleó bajo la montaña de bultos que le cargaron.

Alexis viajaba con una colección completa de maletas Gucci.

cCómo está Allyson? -preguntó con reticencia una vez en el coche.

Page comenzó a darles el parte de la enferma, pero su madre la cortó antes de que pudiera pronunciar la palabra “coma", y comentó el tiempo maravilloso que hacía en Nueva York y lo precioso que estaba el piso de Alexis tras las últimas reformas.

– Estupendo -masculló Page.

Nada había cambiado.

Era la misma pareja de la que se había despedido tiempo atrás.

El único enigma estribaba en por qué Page esperaba encontrar algo distinto.

Durante toda su vida se había empeñado en cambiar a su madre, convertirla en una mujer hogareña y afectuosa, capaz de escuchar los asuntos ajenos y de solidarizarse.

Y se había empecinado en que Alexis fuese una chica normal y de corazón sensible.

Pero eran inmutables.

A su madre sólo le interesaban las trivialidades, y Alexis apenas abría la boca en su constante afán de parecer perfecta, de resultar guapa.

Page se preguntaba de qué hablaban con David, si es que se dirigían la palabra.

él era mucho mayor que su hermana y vivía metido en los quirófanos, la mayor parte de las veces, ciertamente, ocupado en recomponer a su esposa, lo que al parecer era su gran vocación.

¿Qué tiempo ha hecho por aquí? -inquirió su madre mientras cruzaban el puente donde había ocurrido el accidente de Allyson.

Page no podía pasar por él sin tener náuseas o vahídos.

– ¿El tiempo? -dijo con la mente en blanco.

¿Cómo saberlo? Su vida discurría entre la UCI y las trifulcas con Brad.

¿Qué le importaba a ella la meteorología?-.

Creo que ha sido bueno.

No me he fijado.

– Andy, ccómo va tu brazo? ¡Mira que eres tonto! -regañó Maribelle a su nieto, que le estaba enseñando a Alexis las firmas de su escayola.

Bjorn incluso le había dibujado un perrito, y Andy solía decir, con una sonrisa traviesa, que era idéntico al hámster de Richie Green.

Pero apreciaba a Bjorn y se sentía orgulloso de su buena camaradería.

Le gustaba poder contar a sus compañeros de clase que tenía un amigo de dieciocho años.

Evidentemente, nadie le creía.

A Page le extrañó que Brad estuviese en casa.

Además, se mostró muy cordial con las recién llegadas.

Sacó del vehículo su voluminoso equipaje y llevó el de Maribelle hasta la habitación de huéspedes, donde su suegra dormiría en la espaciosa cama doble.

Alexis normalmente, se habría instalado con ella, pero esta vez había pedido que le dejasen utilizar la habitación de Allie.

Page no quería, ya que conservaba – aquel dormitorio como un santuario.

No había tocado nada desde la funesta noche del accidente.

Sin embargo, Brad dijo que no veía inconveniente.

Page se esforzó en vencer sus reparos.

Era ilógico que ella y Brad durmieran en la misma cama habiendo un cuarto vacante.

Además, a Page le disgustaba que otra persona ocupase el reducto de su hija, pero no podía negarse, y sabía que era infantil resentirse por ello.

Alexis pidió un vaso de agua.

Tenía que ser Evian fresca y sin hielo.

Su madre dijo que tomaría muy a gusto una taza de café y un bocadito mientras deshacía las maletas.

Era una petición típica de ellas, y Page fue a la cocina y preparó lo que querían.

Eran las cuatro y media de la tarde y estaba ansiosa de ir al hospital.

No había ido en todo el día y suponía que su madre y su hermana desearían ver a Allie.

Se lo mencionó tan pronto se reunieron las tres en la sala y su madre la hubo felicitado por el nuevo tresillo, las cortinas y los cuadros.

– Haces auténticas monerías, cariño.

Al igual que Brad, consideraba el trabajo de Page como un pasatiempo insustancial.

La breve incursión de Page en el teatro la había horrorizado, y fue un alivio para ella que no intentara reincidir en California.

– Podríamos ir al hospital -dijo Page, consultando nerviosa su reloj-.