No obstante, calló y se concentró en la cena.
Como era de prever, la cena fue lastimosa.
Alexis se dedicó a cazar por el plato un pedazo diminuto de carne y una hoja de lechuga, sin probar apenas bocado.
Habló aún menos que comió, y su madre dominó la mayor parte de la conversación, parloteando sobre sus amistades, su piso de Nueva York y el jardín de ensueño que tenía Alexis en East Hampton.
Había contratado a tres jardineros japoneses, de modo que Alexis no hacía nada personalmente, y desde luego mostró mucho menos entusiasmo que su madre.
En realidad, no la motivaba nada ni nadie a excepción de Chanel.
Al término de la velada ninguna de las dos había mencionado a Allyson.
Se acostaron a la par que Andy, con el pretexto de que aún no se habían adaptado al horario de California.
A Page la irritó oír ruido en la habitación de Allie.
Cerró la puerta de su dormitorio para aislarse.
Le parecía un sacrilegio, una intromisión imperdonable.
Pasó largo tiempo tendida sobre el lecho, pensando en ellas, en lo desdichada que había sido su infancia.
Ellas habían convertido su vida en un bullente infierno hasta el día en que se fue.
Siempre que las veía, su memoria revivía aquel triste período.
Las lágrimas resbalaron lentamente por su rostro mientras lo rememoraba, y se instó a sí misma a volver al presente.
Brad regresó pasada la medianoche.
Page estaba despierta, pero tenía la luz apagada y se había arropado en la cama.
Se volvió en la oscuridad y le halló cansado y alicaído, lo que la sorprendió.
¿Lo has pasado bien? -inquirió.
Sabía con quién había salido.
Era mucho lo que Page tenía que absorber, y libraba un arduo combate.
Y, a juzgar por su expresión, él también lo libraba.
La observó largamente antes de responder.
Vivía dividido entre dos mujeres, y ambas le causaban dolor.
– No demasiado.
No es la estampa idílica y maravillosa que te imaginas.
– No, no lo es…
para ninguno de nosotros.
– Sé cuánto has de sufrir -musitó Brad.
Por unos segundos su tono fue el del hombre que Page conocía, aunque no se acercó a ella-.
Quizá habría sido mejor mantener el engaño un poco más…
o quizá no, y ya era tiempo de que lo supieras.
No podíamos seguir así eternamente.
– Lo malo era que Page sí podía.
En todos aquellos meses no había intuido su aventura-.
Sólo intento hacer lo más correcto para todos.
Sin embargo, no logro dilucidar qué es.
Page asintió.
No podía decirle nada útil.
Vivían suspendidos en el vacío.
– Quizá deberías centrarte en Allyson y olvidar temporalmente todo lo demás.
No es el momento idóneo para tomar decisiones.
– Lo sé.
Pero Stephanie se sentía insegura y se obstinaba en ponerle a prueba.
Aunque injusta, era su manera de abordar el conflicto, y Brad no quería perderla.
Stephanie no conocía a Allyson ni a Page, para ella sólo eran dos nombres.
Lo único que le importaba era su amante, y no consentiría que le diese más largas.
Durante casi un año había sido plenamente feliz compartiendo su lecho siempre que podían, gozando juntos de algún esporádico viaje de negocios, o escapándose en un fin de semana robado.
Pero tenía veintiséis años y había decidido que ya era hora de casarse y formar una familia.
Y el hombre que había escogido era Brad Clarke.
Page yació largo rato en silencio, y Brad fue por fin a la cama, aunque no la tocó.
Su masculinidad volvía a estar en auge, al menos con Stephanie, pero sabía que un nuevo chasco les marcaría tanto a él como a Page.
No tenía ninguna gana de arriesgarse.
Page no pudo conciliar el sueño hasta las tres de la madrugada, y a la mañana siguiente, cuando se levantó a las siete en punto para prepararle el desayuno a Andy, se sentía exhausta.
El niño había metido a Lizzie en su cama.
Brad dijo que tenía una reunión de trabajo a primera hora, y ella no lo cuestionó.
Al menos había pasado la noche en casa y ahora no tendría que inventar explicaciones para su madre.
De todos modos, quizá ni siquiera habría notado la ausencia de su yerno.
Acompañó a Andy a la escuela y luego volvió a casa para recoger a las neoyorquinas.
Ordenó algunos papeles, y se ocupó de las facturas, pero a las once aún no estaban listas.
Alexis tenía que hacer su gimnasia cotidiana y llevaba rulos eléctricos en el cabello.
Aunque ya se había bañado y maquillado, cuando Page se lo preguntó estimó que tardaría como mínimo una hora más en terminar su arreglo.
– Mamá -dijo Page, impacientándose-, quiero estar con Allie.
– Por supuesto, hijita.
Pero antes tendremos que comer.
Podrías cocinar algo en casa.
Page temió que, entre las dos, irían atrapándola en aquella red hasta que fuera demasiado tarde.
Habían viajado a Ross para ver a Allyson, no para frecuentar los restaurantes locales o volverla loca a ella.
Pero estaba ocurriendo exactamente lo que Page había previsto.
Bien, no se sometería.
– Si tenéis apetito, podemos almorzar en la cafetería.
– Pero, cariño, sería criminal para el estómago de Alexis.
Ya sabes lo indigesta que es la comida de las clínicas.
– Eso no lo puedo remediar.
– Page consultó su reloj con desespero.
Eran las doce menos cinco.
Habían desperdiciado la mitad del día, y Andy salía de clase a las tres y media-.
¿Preferís tomar un taxi después de comer o queréis ir con Brad esta noche, en caso de que vaya? -Ni una cosa ni la otra.
Iremos contigo.
Las dos mujeres conferenciaron largo y tendido en el cuarto de Allyson, y salieron finalmente a las doce y media.
Alexis quedaba muy distinguida con su conjunto Chanel de seda blanca.
Completaban el atuendo unos zapatos y bolso negros de diseño exclusivo, y un vistoso sombrero de paja totalmente inadecuado pero muy coqueto.
Su madre llevaba un vestido de seda roja.
Parecía que tenían una cita en Le Cirque, el famoso local de Nueva York, y no en la U C I del hospital de Marín.
– Estáis las dos elegantísimas -dijo Page mientras subían al coche.
Ella vestía los mismos vaqueros y mocasines que habían constituido su uniforme durante quince días.
Se había quitado los pantalones el tiempo justo de lavarlos, y los acompañaba siempre con sus suéteres más viejos y raídos.
Eran cómodos y calientes para los ventilados pasillos del hospital y, además, en las presentes circunstancias su apariencia la traía sin cuidado.
Ver a su madre y su hermana tan atildadas le divertía, pero no la asombraba.
Por el camino, su madre ensalzó el cálido clima y le preguntó dónde pasarían las vacaciones aquel año.
Quería que Brad y ella fueran al Este.
Sería estupendo si alquilaban un chalet en Long Island.
Aparcaron en el estacionamiento del hospital y Page encabezó la marcha, lamentando una vez más tenerlas allí.
Su simple presencia le parecía una intrusión.
Allyson era nieta y sobrina de aquellas mujeres, pero Page se sentía posesiva, como si en esas circunstancias Allie le perteneciera a ella, a Brad y a nadie más.
Aunque quizá exageraba en su sentir, su madre y su hermana no merecían a Allyson.
Las enfermeras de la UCI las saludaron, y Page llevó a sus familiares hasta la cama de Allie.
Su madre palideció y graznó una débil exclamación.
Page le ofreció una silla, pero Maribelle rehusó y por un instante se compadeció de ella y rodeó su hombro con el brazo.
Alexis ni siquiera se atrevió a aproximarse.