Se había paralizado a mitad de trayecto y observaba desde prudente distancia.
No pronunciaron palabra en los diez minutos que permanecieron en la unidad, hasta que su madre lanzó a Alexis una mirada inquieta.
Estaba mortalmente pálida bajo el maquillaje.
– Tu hermana no debería estar aquí -susurró a Page.
“Ni Allie tampoco", quiso replicar ella, pero se limitó a asentir con la cabeza.
¿Por qué centraban toda su atención en ellas mismas, sin dejar ni siquiera migajas para el prójimo? ¿Por qué eran tan incapaces de sentir ni expresar nada genuino? Por un efímero instante, su madre había vislumbrado su dolor, había visto a Allyson tal y como estaba realmente, mas enseguida dio marcha atrás y buscó refugio en Alexis.
Así había sido toda la vida.
Nunca puso el menor empeño en comprender el sufrimiento de Page, tan sólo le interesó amparar a su otra hija, salvarla.
Y Alexis siempre había sido un caso perdido.
No había nada bajo su piel.
No era más que una muñeca Barbie vestida con ropa cara e impecablemente maquillada.
Salieron las tres al pasillo y Maribelle ciñó la cintura de su hija mayor.
No abrazó a Page, sino a Alexis.
– Algunas veces me olvido por completo de su aspecto -dijo Page a modo de disculpa-.
La veo tan a menudo…
No es que me haya acostumbrado, pero sé de antemano lo que me espera.
El otro día vino un profesor y casi se desmaya.
Siento mucho no haberos prevenido.
Aunque la habían decepcionado una vez más, sus palabras eran sinceras.
– Tiene muy buena cara -repuso su madre, todavía desencajada-.
Se diría que va a despertar de un momento a otro.
La verdad era que Allie parecía un cadáver y la máquina del oxígeno hacía el cuadro aún más horripilante, razón por la que Page no había dejado que Andy la visitara a pesar de su insistencia.
– Tiene una cara fatal -replicó-, asusta verla.
No hay nada de malo en reconocerlo.
– No quería seguir aquel juego, pero su madre le dio unas palmaditas en el brazo y persistió en su postura.
– Pronto estará en plena forma, te lo digo yo.
Y bien -añadió, sonriendo a sus dos hijas como para conjurar lo que acababan de ver-, ¿dónde vamos a comer? -Yo me quedo aquí.
– Page las observó con indignación.
No estaba en el hospital de paso, y no se dejaría arrastrar durante una semana entera a tomar tés con pastas y jugar al bridge.
Si habían venido a ver a Allyson, tendrían que bailar al son de esa música-.
Os llamaré un taxi.
Podéis almorzar donde os plazca.
Pero yo no pienso moverme de aquí.
– Te sentaría bien distraerte un poco.
Brad no se pasa todo el día aquí encerrado, ¿verdad? -Él no, pero yo sí.
– La boca de Page se torció en una sombría mueca, aunque nadie lo advirtió.
¿Por qué no almorzamos en algún sitio céntrico? -intentó tentarla Maribelle, pero Page no cedió.
No las acompañaría.
– Os conseguiré un taxi -dijo.
– ¿A qué hora volverás a casa? -Tengo que recoger a Andy y llevarle al entrenamiento de béisbol.
Solemos regresar a eso de las cinco.
– Bien, hasta entonces.
Page les explicó dónde encontrar la llave de la casa por si llegaban antes que ellos, pero sabía que era muy improbable.
Después de comer irían a I.
Magnim.
Se despidió y se dirigió de nuevo a la U C I para atender a Allyson.
Trygve pasó a verla a primera hora de la tarde.
Echó un vistazo a su alrededor, sorprendido de hallarla sola.
Esperaba encontrar a su madre y su hermana.
¿Dónde están? -preguntó con desconcierto.
Ella meneó lúgubremente la cabeza.
– La Novia de Frankenstein y su madre han ido a almorzar a la ciudad, y a realizar algunas compras.
– Pero habrán visto a Allyson, ¿no? -Thorensen no sabía a qué atenerse.
– Durante diez minutos exactos.
Mi madre se ha quedado lívida y mi hermana, que no ha traspuesto la puerta, se ha puesto verde, así que han decidido comer en San Francisco para olvidar el mal trago.
Page todavía echaba chispas, pese a que aquel tipo de cornportamiento era usual en ellas.
– No seas tan severa -intentó serenarla Trygve-.
Es difícil hacer frente a estas situaciones.
– Más lo es para mí, pero aquí estoy.
Y no será porque no hayan insistido en que me apuntara a la dichosa comida.
– Quizá te habrías despejado -sugirió Trygve con tono afable.
Ella se encogió de hombros.
Era obvio que él no las conocía.
Se entretuvo con Thorensen un rato más y luego fue a buscar a Andy.
Le acompañó a clase de béisbol y volvió a casa.
Tal y como había previsto, su madre y su hermana se presentaron pasadas las seis, cargadas con bolsas de boutique, un frasco de perfume para ella, un suéter francés de talla pequeña para Andy y un salto de cama rosa con entredoses y puntillas para Allyson que, en su actual postración, mal podía lucir.
– Es todo muy bonito, mamá, gracias.
No discutió con ella la superfluidad de aquellos regalos, y a su madre no podía importarle menos.
En I.
Nlagnim habían encontrado fabulosas ofertas de diseño especial.
– Es increíble lo que llegan a tener en ese lugar -dijo, totalmente ajena al semblante de su hija.
¿Verdad que sí? -replicó Page con frialdad.
Era como si de sus mentes se hubiera borrado el objetivo del viaje.
Page cocinó nuevamente la cena, aunque aquella noche Brad no apareció ni telefoneó.
Page pergeñó una excusa, pero más tarde vio que Andy estaba afligido y le llevó a su dormitorio para hablar con él.
La presencia de su madre la tenía nerviosa e irascible.
– Papá y tú os habéis vuelto a pelear, ¿no? -inquirió el niño.
– Nada de eso -fingió Page.
Le faltaban fuerzas para exponerle sus problemas conyugales.
De momento, con Allyson era más que suficiente-.
Papá tiene trabajo, eso es todo.
– No, no lo es.
Estos días he oído cómo le chillabas.
Y él también te gritaba a ti.
– Cariño, todos los matrimonios tienen sus discusiones.
– Page besó a su hijo en la cabeza y contuvo sus lágrimas.
– Vosotros nunca os habíais levantado la voz -dijo Andy.
Y agregó-: Bjorn me ha dicho que sus padres empezaron a reñir a todas horas y al final la madre se marchó de casa.
Se fue a vivir a Inglaterra, y ahora apenas la ve.
– Eso es distinto -afirmó Page, aunque no estaba muy segura.
En realidad no había ninguna diferencia-.
¿La echa mucho de menos? Sentía compasión por Bjorn.
El abandono debía de ser particularmente penoso para un chico como él, con sus limitaciones de entendimiento.
– ¡No! -exclamó Andy-.
Me ha contado que era antipática con él.
Su padre le trata mucho mejor.
A mí me cae de maravilla, es un tío genial.
– Page hizo un gesto de asentimiento, y el pequeño, alzando la cabeza, la miró con ojos llorosos-.
¿Va a dejarnos papá para irse a Inglaterra? -Claro que no -negó, aliviada de que no le hubiese preguntado sobre su relación con Trygve-.
¿Por qué habría de hacerlo? -No lo sé.
Como la madre de Bjorn se ha instalado allí…
Pero ccrees que se irá de casa? Aunque era enemiga de las ocultaciones, Page pensó que no podía ser más explícita.
Habría sido demasiado brutal para Andy y para todos los demás.
– No, creo que no.
– Era la primera vez que le mentía, pero no tenía otra opción.
Cuando hubo acostado al niño, su madre le pidió que, si no era mucha molestia, le preparara una taza de té a la menta, y que después le llevase a su hermana una infusión de manzanilla y una botella de agua Evian.
– Será un placer -respondió Page con una sonrisa cínica.
Eran tan estereotipadas…