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– Todo.

Lo que son y lo que nunca serán, lo que hacen y lo que omiten.

Están podridas tanto una como la otra, y me disgusta su mera presencia.

Detesto incluso que se acerquen a mis hijos.

– No pueden ser tan viles.

A Trygve le sorprendía la fuerza que Page imprimía a sus críticas.

Era evidente que en su familia había alguna lacra que la perturbaba profundamente.

– Ellas fueron la causa primera de que me viniese a vivir a California.

Coyunturalmente lo hice por Brad, pero habría dejado Nueva York de todos modos.

Quería alejarme de mi familia.

Y me salió bien.

– Era indiscutible que, hasta cierto punto, se había casado con Clarke por este motivo, y al principio había sido una solución óptima-.

Ahora también él me da quebraderos de cabeza, y empiezo a cansarme.

Su comportamiento me agobia y está trastornando a Andy.

Es una crueldad.

– Lo sé -asintió Thorensen-, Andy se confió con Bjorn la última vez que se vieron.

Dijo que desde el accidente os pasáis la vida riñendo, y teme que su hermana esté más grave de lo que le habéis contado.

– Mi madre no deja de repetirle que Allie se recuperará.

Me saca de quicio.

Page posó los ojos en su amigo, y él pudo advertir lo destrozada que estaba.

Era mucho más que agotamiento.

Tres semanas vividas en aquella agonía eran demasiado extenúantes para no dejar una profunda huella en cualquier persona, y en Page su marca se hacía patente.

– Quizá ha llegado el momento de que se vayan.

Si aquél era el efecto que sus parientes producían en Page, la medida se había colmado.

Pero Trygve no podía ayudarla a librarse de ellas.

Era un compañero invisible, cuya existencia ni siquiera conocían.

– Así se lo dije anoche, pero mi madre afirmó que no puede dejarme sola con Allie.

Page rió al recordar aquel desatino.

Thorensen la arropó en sus brazos y la besó.

– Siento mucho lo que estás pasando.

La angustia por Allie es más que suficiente sin tener que añadir nuevos engorros.

– A veces creo que el destino me está poniendo a prueba, o algo parecido.

Y voy a suspender el examen -dijo Page con lágrimas en los ojos.

Trygve la atrajo hacia sí y volvió a besarla en aquella desierta sala de espera de la UCI.

– Yo pienso que no sólo aprobarás, sino que sacarás matrícula de honor.

– Eso demuestra lo ignorante que eres -bromeó ella.

Se enjugó el llanto, apoyó la cabeza en el pecho de Trygve y cerró los ojos, apesadumbrada porque la situación no tenía visos de mejorar-.

Estoy cansada de todo…

¿Es que nunca va a acabar, Trygve? -De momento no existía ninguna salida sencilla para sus problemas, y ambos eran conscientes.

– Dentro de un año recordarás todo esto y te preguntarás cómo pudiste sobrellevarlo.

¿Crees que viviré tanto tiempo? dijo Page, solazada por tener un hombro donde cobijarse.

Thorensen la estrechó aún más y le habló con dulce firmeza.

– Yo cuento contigo, Page…

y no soy el único.

Ella asintió, y estuvieron un rato abrazados en silencio antes de que Page regresara junto a Allie.

El teléfono estaba sonando cuando entró en casa unas horas después.

Era una conocida de la ciudad a la que no veía desde hacía meses.

Allyson y su hija habían asistido juntas a la escuela de danza dos años atrás y, aunque no eran íntimas, se profesaban mutuo afecto.

La mujer se había enterado del accidente y ofreció su ayuda incondicional, pero Page le aseguró que no necesitaba nada.

– Si puedo hacer algo por ti, no dudes en avisarme -insistió ella, y vaciló un instante antes de agregar-: Por cierto, cqué te ha ocurrido con Brad? ¿Estáis tramitando el divorcio? -No, ¿por qué lo dices? -replicó Page, azorada y de una pieza.

Aquella mujer sabía algo.

Era obvio por el tono de su pregunta.

Quizá debería mantener la boca cerrada, pero en los últimos tiempos me lo encuentro muy a menudo en compañía de una joven veinteañera.

Creí que era una amiga de Allie, pero luego observé que era un poco mayor.

Vive a una manzana de nuestra casa, y saqué la conclusión de que formaban pareja.

Esta misma mañana les he visto haciendo jogging antes de desayunar.

¡ Qué delicadeza por parte de Brad! ¡ Qué gentil era poniéndola en evidencia de aquella manera! Vivían en una comunidad pequeña y él no paraba de exhibirse con una chica…

¿de la edad de Allie? ¡Dios! Page se sintió como si tuviera mil años al explicar a la otra mujer que se trataba de una compañera de la agencia, que trabajaban en proyectos conjuntos y que no pasaba nada irregular.

Sabía que no la había convencido, pero no quería admitir en público que Brad estaba liado con otra.

Y también estaba enfadada por aquella llamada mezquina.

Además, al negar ella que iban a divorciarse, su “amiga" debería haber tenido la decencia de callar.

¿ Cómo está Allyson? -preguntó su madre al verla apare, cer en la cocina.

– Igual -repuso Page distraídamente-.

¿Cómo te ha ido con Andy? ¿Ha sabido encontrar el cuarto de baño? -Sonrió.

La madre soltó una carcajada.

– ¡Claro que sí! Es un niño muy bien dispuesto.

Nos ha preparado el almuerzo a tía Alexis y a mí, y nos lo ha servido en el jardín.

“¡Dios las guarde de hacer ellas el más mínimo esfuerzo!", caviló Page.

Andy estaba jugando en su habitación, y alzó la mirada al oírla.

Sus ojos transmitían desasosiego y tristeza.

A Page le dio un vuelco el corazón.

Sus vidas habían cambiado brutalmente en tres semanas, y ni ellos mismos enten! dían lo acontecido.

Eran náufragos a la deriva.

Se sentó en el borde de la cama y estiró la mano hacia su hijo.

– ¿Cómo se ha portado la abuela? -Es bastante inepta -dijo el niño con una de sus sonrisas cautivadoras, y ella sintió deseos de estrecharle en sus bra; zos-.

No sabe hacer nada.

Y tía Alexis tampoco, tiene las uñas tan largas que no puede agarrar los objetos.

Ni siquiera ha sido capaz de destapar la botella de Evian.

Y la abuela me ha pedido que le pusiese el reloj en hora.

Dice que no distingue bien las manecillas, y había perdido las gafas.

– Tras tan perfecta descripción, Andy miró a su madre visiblemente preocupado-.

¿Dónde está papá? -En la ciudad, trabajando -mintió Page.

– Hoy es domingo.

– Andy no era tonto, pero ella se resistía a decirle la verdad.

– Tiene mucho que hacer.

– “¡Maldito cabrón!", pensó.

¿Vendrá a cenar? -No lo sé.

El niño se encaramó hasta su falda y ella le abrazó con ternura.

Le habría gustado decirle que siempre le querría, al margen de las jugarretas que les hiciera su padre, pero no deseaba excederse, así que se limitó a manifestarle su amor sin más.

Luego fue a ocuparse de la cena.

Brad les dio una sorpresa y se presentó, sumándose a lo que empezó como una grata velada.

Clarke encendió la barbacoa y se mostró sobrio y educado.

Rehuyó la mirada de Page, pero se esforzó en ser amable con su suegra y dejó que Andy le ayudara a preparar hamburguesas, bistecs y pollo.

Alexis les comunicó que era su día vegetariano, y pidió a Andy que le abriera una botella de Evian.

En un instante en que se quedaron los dos solos, Page hizo alusión a la llamada telefónica que había recibido aquella tarde.

– Tengo entendido que hoy has estado corriendo antes de desayunar.

Brad miró a su mujer sin pronunciar palabra.

No se le había ocurrido que alguna alma caritativa pudiera irle con el cuento.

¿Quién te lo dijo? -Su voz sonó furibunda y culpable.

¿Qué más da eso? ¿Y a ti qué coño te importa lo que yo haga? -Son nuestras vidas las que estás destruyendo, Brad, la mía, la de Allie y la de Andy.