– Lo lamento, no quería importunar…
– ¡Ten! -chilló Page y le arrojó una botella de Evian.
Alexis la cogió en el aire-.
Mamá me estaba diciendo que papá nunca abusó de nosotras cuando éramos adolescentes.
¿Te acuerdas, Alex, o tienes también amnesia parcial? ¿Recuerdas cómo lo desviabas hacia mí para que no volviera a violarte? Dime, ¿lo recuerdas? -Las observó a las dos con un pesar infinito-.
Nos mancilló a su antojo hasta que cumplí dieciséis años y le amenacé con denunciarle a la policía, algo que ninguna de vosotras tuvo jamás la valentía de hacer.
¿Por qué no os rebelasteis? Callar equivalía a ayudarle -sentenció entre sollozos-.
Nunca logré comprenderlo.
– Y lo comprendió menos cuando ella tuvo sus propios hijos.
Brad sintió náuseas al escucharla.
Conocía la historia, pero Page nunca la había expuesto tan crudamente ni había provocado una confrontación de aquel orden.
– ¿Cómo puedes decir esas barbaridades? -le reprochó Alexis, escandalizada-.
Papá era médico.
– Sí -dijo Page con el tremor del llanto-.
Yo también creía que de alguna manera eso lo justificaba, pero más tarde supe que no.
A raíz de todo aquello, tardé varios años en pisar una consulta.
Pensaba que el doctor me sobaría o se propasaría.
Ni siquiera fui al ginecólogo en los primeros meses de embarazo, porque temía lo peor.
Nuestro padre fue un tipo colosal, un hombre magnífico y el orgullo de la clase médica.
– Fue un santo varón -le defendió Maribelle Addison.
Alexis se le había arrimado instintivamente y ambas mujeres formaban una piña que dejaba bien en evidencia su negativa de admitir la realidad.
– ¿Sabéis qué es lo más lamentable? -prosiguió Page, sin dejar de escrutarlas-.
Que tú, Alex, dejaste de existir.
Te casaste con David a los dieciocho años y te creaste una nueva identidad, con otras facciones, otro busto, otros ojos y otro todo, para no tener que ser Alexis.
Querías transformarte en un ser distinto y renegar del pasado.
Alexis escuchaba sin mover una pestaña.
Aquellas verdades eran amenazadoras para ella, ahora más que nunca.
– Vamos -terció Brad-, no te atormentes más.
– ¿Por qué no? -replicó Page-.
¿Prefieres que finja que nunca ocurrió, como hacen ellas? Quizá debería probar esa táctica también contigo, aparentar que no te ausentas todas las noches para acostarte con tu amiguita y que mi vida es perfecta y maravillosa.
¡Maravilloso! El único inconveniente es que sería peor que un suicidio.
Todo este tiempo, no he repudiado la mentira, ni he llegado tan lejos, ni he sufrido tanto, para ahora tragarme un montón de sórdidas patrañas.
¿Se te ha ocurrido que ciertas personas no soportan tanta honestidad? -la increpó Brad con más pesar que rabia.
– Sí, muchas veces.
– Necesitan cobijarse en algún lugar.
– Yo no puedo vivir así, Brad.
– Lo sé -contestó él-, por eso me enamoré de ti.
Brad hablaba en pretérito, y Page lo advirtió.
La madre y la hermana aprovecharon la circunstancia para escapar de la cocina.
Page permaneció inmóvil unos segundos, recobrando el aliento, bajo la mirada de su marido.
¿Cómo te encuentras? -preguntó Brad.
Estaba preocupado por Page, pero no podía darle lo que ella precisaba.
No es posible transmitir lo que ya no se tiene.
No había vuelta de hoja.
Por una vez, se imponía la sinceridad.
– No lo sé -respondió Page-.
Creo que me alegro de haber estallado.
Siempre me he preguntado si, a fuerza de decirlas, mi madre ha acabado por creerse todas esas falsedades, o si miente a conciencia para encubrir a su marido, como hizo entonces.
– Tal vez no importa.
Jamás reconocerá la verdad ante ti, Page, y Alexis tampoco.
No esperes un milagro.
Ella convino con un movimiento de la cabeza.
Aunque había sido una velada terrible, en algunos aspectos la había liberado.
Salió al jardín en busca de soledad.
De pronto, decidió ir al hospital.
Era tarde, pero necesitaba ver a Allyson.
Se lo dijo a Brad y, poco después, estaba en la UCI.
Esta vez no habló.
Se quedó en silencio junto a su hija, rememorando cómo había sido antes del accidente y echándola de menos.
Habían transcurrido más de tres semanas.
Hacia las nueve, una enfermera del turno de noche la vio allí sentada y fue hacia ella.
Page estaba pálida, desmejorada, rígida como una estatua y mirando absorta a su hija.
¿Le ocurre algo, señora Clarke? Page le indicó que no y continuó en la misma postura.
Media hora más tarde, apareció Trygve.
– Supuse que estarías aquí -dijo con voz queda entre el zumbar y resoplar de las máquinas-.
No sé por qué, tuve el presentimiento de que habías venido al hospital.
He pensado mucho en ti.
– Esbozó una sonrisa, que quedó en suspenso al ver los ojos de su amiga: los tenía hundidos y era obvio que había llorado-.
¿Te encuentras bien, Page? -Más o menos -dijo ella con una sonrisa exhausta-.
Esta noche me he despachado a gusto.
¿Te ha servido de algo? -No lo sé.
Me temo que no.
No cambiará nada, aunque me he liberado de un gran peso.
– En ese caso, ha merecido la pena.
– Quizá sí.
Page miró a Thorensen dubitativa, y él comprobó su inmenso dolor.
Allyson permanecía estacionaria, así que no era ella la causante, sino todo lo demás.
– ¿Quieres que tomemos un café? Page se encogió de hombros, pero siguió a Trygve hacia el pasillo.
La enfermera de guardia los contempló.
La señora Clarke le daba mucha lástima.
La espera se alargaba y de momento no había muchas esperanzas de que su hija fuera a recuperarse.
La enfermera odiaba los casos como aquél, que tantos estragos hacían en las familias, sobre todo cuando el paciente era joven.
En su opinión, era más sencillo perderlos.
No obstante, jamás se lo habría dicho a los padres.
Trygve le dio a Page un café de máquina.
Ella permanecía en silencio.
Trygve se sentía angustiado por su amiga.
Se sentaron en la sala de espera y sus ojos aún dilatados se le aparecieron enormes, y más azules que en días anteriores.
– ¿Qué te sucede? -le preguntó mientras ella bebía un sorbo del humeante café.
– No lo sé.
Allie, Brad, mi madre…
entre todos van a enterrarme.
– Pero ¿ha pasado algo en concreto? Trygve intentaba situarse y ella no le daba ninguna pista, pese a lo mucho que deseaba ayudarla.
– Nada que no hubiera ocurrido anteriormente.
Mi madre jugaba al nnpaís de nunca jamás", como tiene por costumbre, y yo he perdido los estribos.
– Page miró a Thorensen avergonzada-.
Quizá no he obrado bien, pero no me detuve a reflexionar.
Le he contado que Brad y yo atravesamos una crisis, lo cual ha sido una idiotez por mi parte, y ella ha mencionado a mi padre.
– Page no sabía cómo plantearlo-.
Mi padre y yo…
– comenzó, e hizo una pausa para beber más cafétuvimos…
ccómo decirlo?…
tuvimos una extraña relación.
Entornó los ojos y rompió a llorar antes de proseguir.
Al principio no había querido confesarle su secreto a Trygve, y en cambio ahora ansiaba hacerlo.
Debía ser franca con él, y sabía que no traicionaría su confianza.
– No tienes que decirme nada si no lo deseas, Page.
– Él había captado perfectamente su zozobra.
– Prefiero explicártelo -repuso ella, mirándole a través de las lágrimas-.
Contigo no hay nada que me asuste.
– Respiró hondo y atacó-: Mi padre se propasó conmigo cuando yo tenía trece años…
O sea, que me hizo el amor, que practicamos el sexo.