– No importa, no importa. Ya está hecho y tú eres feliz. Bueno, ahora ya no puedes evitarlo más: dime cómo es.
– El padre es a la usanza antigua. Se supone que debo prepararte para su visita.
– ¿Tan formidable es?
– Es increíble. -Se acordó de Costa y se echó a reír.- Literalmente increíble.
– Pero tú vas a casarte con el hijo y no con el padre, ¿no es así?
Rieron juntos.
– Es más como si me casara con los dos. Voy a ingresar en una familia. El viejo es el último de una raza. Y se preocupa de su descendencia, le inquieta de verdad.
– ¿Y yo no?
– ¡Vaya, papá! ¡No quiero decir eso! -Se inclinó y lo besó.
– Estaba bromeando. ¿Y sobre tu joven enamorado?
– Teddy es… realmente lo creo… un santo.
– Sospecho de los santos, me divierto con los bribones. ¿Es un muchacho guapo?
– Mucho. Pero hay que mirarlo dos veces. Es un guapo a segunda vista. Pero, lo creas o no, eso a mí nunca me ha importado mucho. Teddy es justo lo que yo necesito.
– ¿Y qué es lo que ahora estás necesitando tanto?
– ¿Tanto que es preciso que me case?
– Yo no he dicho eso exactamente.
– Orden.
– ¿Qué es lo que me has dicho?
– Orden.
– ¿Has cambiado tus gustos?
– Finalmente,
– ¿Es eso bueno en un amante?
– Papá, estoy hablando de un marido.
– ¿Todavía…? -El doctor le cogió la mano y la besó.
– Sí, Teddy tiene otro lado. Auténtica Marina. Cuando lo conocí, me parece que estaba viéndose con centenares de chicas, y lo hacía de tal modo que nadie lo hubiera notado. Siempre muy correcto. Incluso en eso. Pero finalmente imaginé que esa postura indiferente, era una técnica, la técnica que utilizaba para que las chicas abrieran sus rodillas. ¡Oh, los usos del mando! ¡Bastardo!
– ¿Y ahora? ¿Es fiel contigo?
– Lo creo absolutamente.
– Es mejor que lo sea.
– No se parece a nadie que yo haya podido conocer, papá. Es decente, bajo cierto modo fundamental. Y yo lo quiero.
La llegada de Manuel con dos margaritas frescas le dio oportunidad de volver el rostro. Estaba a punto de llorar.
Juntos rompieron la costra de sal alrededor de los bordes de sus vasos y sorbieron el dulce licor dorado.
– Lo echo de menos, papá -dijo Ethel-, aunque sólo haya pasado un día y medio.
– ¿Qué marcas son esas que llevas en el cuello? -le preguntó su padre.
– La noche pasada estuve con Ernie.
– ¡Oh, pero cómo es posible! ¡Por el amor de Dios!
– ¿Puedo pedirte un favor ahora? -preguntó ella-. Verás, sea lo que fuere lo que yo espere ahora de la vida, lo espero de Teddy. Por favor, quiero pedirte que cuando venga, opines lo que opines de él, seas amable con él.
– Me preocupa que creas necesario pedirme eso.
– Pensé nada más que debía decirlo.
Manuel se acercó apresuradamente con los filetes.
– Creo que éstos son perfectos -dijo-. Quiero decir, que lo espero.
El doctor Laffey se puso sus lentes, cogió el cuchillo, hizo un corte en el filete y lo inspeccionó. Miró después a Manuel, con un signo de afirmación, dándole permiso para retirarse.
La carne era buena, y quedaron silenciosos.
– ¿Qué estás pensando? -preguntó el doctor.
– Que a los dos nos gusta la carne del mismo modo.
– Tú eres como yo en otro sentido. Piensas por partida doble. ¿Qué estabas pensando al mismo tiempo que te ocupabas de los filetes?
– Estaba pensando -dijo Ethel- lo que acababas de decir sobre Ernie, hace un momento. Has dicho: «Oh, pero, ¿cómo es posible?» Y «¡Por el amor de Dios!» ¿Te acuerdas que has dicho esto?
– ¿Sí?
– ¿Te has indignado realmente o lo has fingido?
– ¿Te importa si no respondo esa pregunta? Resulta insultante.
– Bueno, yo no estaba segura. Lo siento.
– Se acepta la disculpa. A propósito, no me has dicho si te gusta el oficio de enfermera.
– Papá, sé demasiado sobre tu profesión para que me guste ser enfermera.
– ¿Así que fue únicamente un capricho?
– No. Lo hice en un momento en que lo necesitaba. Y te doy las gracias por ello
– Kit, espera un poco más; no te precipites a…
– Papá, ¡hacer de enfermera no es para mí!
– Bueno, entonces, ¿qué piensas hacer, ahora que ya has llegado a la madurez?
– Nada. Ser una esposa. Lo que significa ser nada. Tener hijos. Ayudar a Teddy para que sea todo lo que pueda ser. Esa es mi mayor esperanza… que yo sea buena para él.
– Vaya, ciertamente eres una chica distinta. ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar? ¿Tu nuevo enamorado?
– A propósito, su nombre es Teddy. Voy a hacer todo lo que pueda por Teddy. Incluyendo dar hijos a Teddy. El padre de Teddy me lo hizo prometer, un juramento sagrado. Y yo lo prometí.
– Eso es maravilloso. Pero… perdóname por mencionarlo… lo primero que has hecho cuando has regresado ha sido ir a ver a ese…
– Tenía que hacerlo. Acabé con Ernie la pasada noche. Tú tenías razón en lo que dijiste una vez, que yo me parecía a Ernie más de lo que creía. Un vagabundo, dijiste. Y había una razón para ello. Pero, desde la noche pasada, se acabó el vagabundeo.
– Muy bien. Eres diferente Kit. Más dura. Solías ser tan cariñosa. Pero ahora… Bueno, supongo que ahora eres una adulta.
– Es a causa de Teddy. ¿Sabes, papá, que realmente yo nunca tuve un amigo? Los muchachos siempre iban tras lo que tú sabes y las chicas se resentían conmigo porque los chicos iban detrás del mío y no del de ellas. Pero Teddy es un amigo. Aparte todo lo demás, le gusto lo suficiente para pelearse conmigo y seguir a mi lado.
– Ese pequeño judío listo, también se peleaba contigo.
– Sí, por cierto que he recibido una carta suya.
– Espero que desde Israel.
– Sí. Se mostraba muy insultante, pero cuando reflexioné sobre lo que me había dicho, decidí que tenía razón.
– ¿Qué es lo que te dijo?
– Que tú me mimabas demasiado. Que no soy más que una especie de animalito doméstico.
– ¡Maldito bastardo! ^
– Creo que tiene razón. La única cosa que llegaste a enseñarme, papá, fue a sentarme erguida sobre un caballo y agarrarlo con las rodillas. Pero todo eso ahora va a cambiar. Por este motivo te he pedido que hagas que Teddy crea que te parece bien, te guste o no te guste.
– Si con ello quieres decir portarme cordialmente, siempre lo he hecho, siempre lo hago. Pero si quieres decir que ponga de lado mis facultades críticas…
– Sabes bien lo que quiero decir. No quiero que Teddy se sienta rechazado.
– Yo nunca he…
Ella lo interrumpió.
– Otra cosa. El viejo habla de los linajes de la sangre como si estuviera escogiendo una yegua de cría. Te parecerá primitivo, lo sé. Porque a mí me lo pareció. Pero muéstrate formal con ellos, su orgullo familiar, y…
– ¿Vas a decirle que has sido adoptada?
– No me atrevo a decirlo al padre. Pero si consiguiera decírselo a Teddy, junto con algunas otras cosas, me sentiría mejor. No quiero secretos ocultos que más tarde pudieran salir a la luz. Especialmente porque vamos a tener un hijo tan pronto como sea posible.
– Yo no se lo diría. No, siendo como parece que son.
– Tendré que hacerlo. Y ya que estamos hablando, deseo que saques ese maldito álbum fotográfico, la historia gráfica de mi vida, antes de que llegue la familia Avaliotis.
– ¡Oh, ya está bien! ¡Ese álbum es de gran importancia para mi!
– Hazlo, papá; hazlo simplemente porque yo te pido que lo hagas. Porque si tú no lo haces, lo haré yo. Y esta vez voy a quemarlo yo misma.