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¿Sería todo tan perfecto alguna otra vez?

Las ventanillas del coche se empañaron con el calor.

– Me gustaría que tuviéramos algún sitio adonde ir -murmuró Teddy.

Ella estaba demasiado ocupada para responderle.

– ¡Espera! -Teddy ya estaba muy cerca.

Ethel se levantó despacio y le sonrió, el conquistador evaluando su tesoro. Se volvió entonces poniendo la cabeza bajo el volante y hacia la parte anterior del asiento. Teddy se incorporó liberando el brazo que ella necesitaba para escabullirse de sus bragas, que Ethel dejó colgando de un tobillo.

Teddy la balanceó hasta estar ambos agotados. Los pies de Ethel, enfundados en sus calcetines de adolescente, presionaban frenéticamente contra el cristal de la ventana.

Fue la primera vez que ella terminó antes que él.

Por un instante, demasiado corto para ser medido, durmieron.

Se despertaron al mismo tiempo.

– ¿Qué te sucedió esta noche? -Murmuró Ethel admirativamente.

Teddy se rió, orgulloso de su potencia.

– Vayamos a algún lugar -dijo Ethel.

Había chicas por todos los pisos de la casa de Ethel. Ella sugirió a Teddy que la hiciera entrar a hurtadillas en su barracón.

– Yo también tengo un compañero de cuarto. ¿Te acuerdas de Big Jack Block?

– Estará dormido.

– Tiene el sueño ligero.

– Vayamos a un motel entonces.

– Veinte pavos.

– Eres un vulgar bastardo.

– Además, a mí me gusta aquí en el auto; cada vez me gusta más.

Ethel se dio una vuelta en el asiento, se arremangó la falda azul celeste y ofreció dos perfectos bollos rosados. En la oscuridad resplandecían como flores nocturnas.

Ethel se agarró al volante. Teddy se agarró a Ethel.

Finalmente se sosegaron, satisfechos de estar uno junto al otro hablando.

– He de anunciarte un regalo de casamiento -dijo Ethel-. Iba a esperar un poco… pero, ¿estás dispuesto?

– ¿Es esto? ¿La sorpresa?

– Me he alistado. -Ethel esperó.- En la Marina -añadió.

Teddy siguió sin comprender.

– Teddy -le dijo Ethel-, me he alistado en tu Marina.

– ¿Cuándo?

– La semana pasada. Al día siguiente de llegar tu padre. Eso me hizo sentir segura.

– Estás bromeando.

Ethel rió nerviosamente.

– No estoy bromeando.

– ¿Has hecho eso de verdad, Ethel? -interrumpió Teddy. Ethel observó que Teddy estaba esforzándose por no perder el control-. ¿Es que estás loca o qué? ¿Por qué demonios hiciste tal cosa?

– Porque no quiero perderte de vista -dijo ella-. Porque allí donde estés tú, quiero estar yo.

Cuando Ethel intentó tocarlo, él se separó.

– Estás totalmente loca -dijo-. ¿Por qué puñetera razón?

– Porque me gustan los uniformes de la Marina; por esa puñetera razón.

– Vamos, Ethel -dijo Teddy-. ¿Cuál es la razón auténtica?

Ese era su primer altercado serio.

– Es como un instinto -dijo ella.

– ¿Qué es eso, un instinto?

– Estoy asustada.

– ¿De qué?

– De mí misma. De la manera que he sido. Quizá sea la Marina lo que yo necesito…

– ¿Has hecho eso de verdad, Ethel? -interrumpió Teddy.

– Sí -dijo ella-, y no sé por qué razón. ¿Te gusta más así?

– Estoy intentando entenderte, Ethel. Habíame con toda franqueza.

– De este modo, cuando salgas al mar -dijo Ethel- siempre sabrás dónde estoy y lo que estoy haciendo. ¿No deseas saber en todo momento lo que hago y dónde estoy?

– Claro -dijo él-. En mi casa, cuidando de mi hijo… allí es dónde y el qué.

Ella le tocó en medio de la frente.

– Siempre estás frunciendo el ceño -le dijo-. Vas a tener una arruga ahí, Teddy.

– ¿Has oído lo que acabo de decirte?

– Sí. Y estaré en donde tú has dicho. Voy a trabajar hasta el octavo mes. Muchas chicas lo hacen. Tu hijo nacerá en la Marina. Me prometieron que me destinarían en donde tú estés en el puerto de base. Quizá me especialice en criptografía. Nos podemos mandar mensajes secretos, del barco a tierra. Juntaremos nuestros salarios y tendremos nuestra propia casa. Y allí es donde él estará. ¿Teddy? -Ethel esperó.

Teddy tenía la cabeza baja; estaba tragando su bilis.

– Si tú querías ese otro tipo de esposa, Teddy -le dijo Ethel- tenías que haberte casado con tu virgen griega.

Se le acercó más y acomodó el brazo de Teddy entre sus pechos.

– Ya has visto cómo son mi padre y mi madre -dijo ella-.Por la mañana él se va antes de que ella baje. Por la noche ella se come su cena en una bandeja antes de que él regrese. Una vez por semana ella intenta suicidarse. Yo no voy a casarme en ese estilo. Yo voy a estar contigo día y noche. Esta es la cuestión, ¿no es así?

Ethel se inclinó y le besó en mitad de la frente.

– Querido mío, otra vez estás frunciendo el ceño. Lo haré desaparecer con un beso. Es tan dulce… También sueles hacerlo cuando hacemos el amor. No te preocupes. Voy a hacerte feliz, Teddy. Haré más que eso. Haré que te sientas orgulloso de mí.

– Ya estoy orgulloso de ti ahora, por el amor de Dios.

– Yo quiero decir orgulloso de verdad. Durante toda mi vida he sido una persona inútil. Nunca tuve una profesión, Teddy, quiero decir una auténtica profesión. No como hacer de enfermera. Quiero ser capaz de hacer algo. En la escuela obtuve buenas notas. Incluso en mates. Mis notas eran Bes. ¡En matemáticas! Así que, ya ves, durante el día trabajaremos juntos, y por la noche, cada noche, estaremos… como estamos hoy. ¿Lo ves cómo seremos muy felices? Hay una cosa únicamente que es mala: tendré que estar nueve semanas en el campo de reclutas, reclutas femeninos, en Orlando, Florida.

– ¡La madre!

– Únicamente nueve semanas. Primero yo pensaba que podíamos casarnos antes, pero tu padre dijo que necesitaba tiempo, por lo menos dos meses, dijo, para arreglar las cosas. Por eso no puse objeción. No te preocupes, allí, hasta las aceras están segregadas por sexos. Te escribiré cada día, y cuando regrese nos casaremos y nunca más nos separaremos.

Teddy seguía mirando al suelo, resentido. Pero ella no le permitió ponerse mohíno, abrazándole fuerte y besándolo una y otra vez. En sus ojos había una luz salvaje, como si estuviera contemplando un incendio.

– Vaya, ¡esto sí que ha sido una buena sorpresa! -dijo Teddy.

– No lo ha sido -dijo ella-. Tengo otra. Voy a decirte la razón de verdad, la auténtica.

– ¿Cuál es? ¿Cómo? ¿Ethel? ¿Vamos, qué es?

– Estoy asustada -respondió ella-. Bueno, aquí va. Quiero que seas oficial. Me refiero a un oficial con alta graduación. Por lo menos. No, escucha, por favor. ¡Cuando camino por esta base y veo los individuos que todo el mundo saluda! ¡Tú eres mejor que cualquiera de ellos! Así que he sabido qué es lo que se necesita para llegar. Trabajar tan sólo. Nadie trabajó tanto como tú. Tú mismo has de haber pensado alguna vez en ello, alguna vez. Es el siguiente paso más natural.

– Pero yo no quiero ser un chusquero, Ethel. Soy feliz con lo que tengo. Y te aseguro que no quiero de ninguna manera que estés empujándome como otras esposas de oficiales que yo conozco.

– Esa es la especie de esposa que te has ganado, Teddy. Cuando nuestro hijo crezca, quiero oírle decir que su padre es un oficial. ¿No suena eso mucho mejor que suboficial? ¿Tercera clase?

– Has estado hablando con el doctor Ed Laffey, ¿verdad?

– ¿Qué te hace suponer eso?

– Porque cada vez que decía «suboficial» añadía «tercera clase», rápidamente. No me gustó que dijera eso ni la expresión de su cara cuando lo decía.

– Esto no tiene nada que ver con él. Lo quiero por ti. Y por Costa. Espera que le diga…

– ¡Tú no harás eso! -Quiero decir cuando le diga.

– No cuándo. Si le dices. Se lo diré yo. No intentes manejarme, Kitten.