Comenzó entonces un golpeo rítmico que culminó en unos gritos de dolor extremo o de exultación, era difícil decirlo.
– Te digo que le está haciendo daño -dijo Teddy.
– Es él el que hace ese sonido -dijo Ethel.
– Es ella.
– Es él. Algunos hombres hacen ese ruido cuando terminan.
Inmediatamente Ethel supo que había dicho algo que no debía. No tenía que mirar la cara de Teddy para saberlo.
– Ya han acabado -dijo Teddy-. ¿Crees que ahora podremos terminar esto?
– ¡Claro!
– De modo que nuestro alquiler se lleva por lo menos la mitad de lo que conseguimos de nuestra generosa Marina norteamericana. Ahora viene otra página en la que he anotado…
– Teddy. -¿Qué?
– Es mejor que termines tus matemáticas antes de que ese sinvergonzón comience otra vez ahí arriba.
– ¡Te he dicho que no hicieras eso!
– Ni tan siquiera me he dado cuenta que lo hacía.
– Aquí. ¡Mira aquí! Esto es la suma y sigue. ¿Lo ves? Vamos a tener que pensar cómo lo hacemos para usar únicamente un auto.
– ¿Por qué? ¿Y cuál de los dos?
– El porqué es obvio. ¿Cuál? Cualquiera.
– No podemos hacer eso.
– Vamos a tener que hacerlo.
– Ahora me gustaría haber guardado ese cheque. Estoy bromeando. Ah, ¿por eso estás furioso conmigo? Porque yo rompí…
– Yo no estoy furioso contigo. Oye. Mira. Esta cifra es el dinero que necesitamos si más adelante hacemos un viaje a Florida. Esto es para la cuenta del supermercado. Me gustaría que cancelaras también esa cuenta de crédito.
– De acuerdo. Por eso estás furioso conmigo.
– Ya te he dicho que yo no estoy…
– Pero has estado rechazándome toda la noche.
– Pues si quieres saber lo que pensé cuando rompiste el cheque de tu padre, te lo diré. He observado que sólo los que son muy ricos y los que son muy pobres tienen esas ideas tan puras sobre el dinero. Los pordioseros y los multimillonarios. Mi padre y tú. Pero, para mí, la psicología no se mezcla con el dinero. El dinero es dinero nada más. Como el dinero que gano en un juego de póquer. No tiene rostro. Y es mejor tenerlo que no tenerlo. ¿En qué te hubiera perjudicado aceptar ese cheque? ¿Por qué tenía que preocuparte? No tienes que alimentarlo, ni se ensucia, así que no tienes que sacarlo a pasear tres veces al día. Se queda ahí quietecito y espera tranquilamente el día en que lo necesites. Tú, no yo. Para el día en que yo esté realmente furioso contigo.
– ¿Qué demonios están haciendo ésos ahí arriba ahora? -preguntó Ethel.
Se oían risas y charla rápida e íntima. Y más risas.
– Seguro que se están felicitando mutuamente -dijo Teddy con sequedad-. De acuerdo. No has oído lo que te he dicho. De acuerdo. Ahora mira, aquí hay toda una lista de artículos, y cuando lo sumas todo, que es lo que he hecho yo aquí y lo restas de la suma de la cifra de lo que ha quedado después que hemos restado el alquiler de la cantidad que la Marina nos da y dividimos la cifra restante por treinta…
– ¿Treinta?
– En un mes hay treinta días y algunas veces treinta y uno, lo que nos da unos catorce dólares por día, según me sale a mí, para comer. Alimento. ¿Has entendido hasta aquí?
– Me he perdido en la mitad de alguna parte.
– El punto importante, es que hemos de conseguir un apartamento. No podemos seguir pagando la mitad de nuestros ingresos para vivir en una covacha con una asquerosa piscina comunitaria y una pringosa barbacoa a un lado, un aparcamiento que funciona las veinticuatro horas de un día al otro, y un conejo supersexuado encima que cada media hora satisface sus apetencias. Maldita sea, Ethel, necesito que tú me ayudes en esto; quiero que me ayudes a mantener el equilibrio.
No era que se hubieran enfadado. Nadie hubiera podido decir qué era lo que hizo imposible que esa noche se amaran. Pero por primera vez estuvieron tendidos en la cama, uno junto al otro, entre las frescas sábanas, se desearon las buenas noches, y se durmieron.
Al día siguiente Ethel preparó el café mientras él se puso una bata y bajó a buscar los periódicos. Teddy estuvo leyendo los resultados de la pelota mientras ella preparaba pancakes. Eran buenas y cuando Ethel vio que él estaba satisfecho y complacido, se arrodilló al lado de su silla y le dijo algo que le hizo sentir mejor todavía.
– ¿Por qué no te cuidas tú de nuestras finanzas? -dijo ella-. Dame cada día lo que corresponda. Dime cuánto puedo gastar ese día y ni un céntimo más. Yo no pasaré de la raya si tú me dices dónde llega. No habrá más carne porque tú no me habrás dado suficiente dinero para comprar carne y yo iré a la tienda y buscaré las gangas y me olvidaré del vino. De acuerdo. Ahora todo está en tus manos.
– ¿Estás segura de que estarás conforme con eso?
– Esto es lo que he deseado siempre… que me dijeran el qué y el cómo y el cuándo y cuánto. Así que dímelo.
Teddy seguía dudando. Pensó que a ella debía de parecerle que perdía algo de su dignidad.
– ¿Realmente es eso lo que quieres? -preguntó.
– Esto es lo que quiero -respondió ella-. De este modo tú serás feliz, que es todo lo que yo deseo en este mundo. Que tú seas feliz.
Ahora Ethel volvía a convertirse en su novia-niña y Teddy estaba contento con ella. Ella se sintió complacida de que él la deseara en mitad del día. Hasta renunció a mirar el juego de los «Rams» por ella.
No se levantaron de la cama hasta las tres y media de la tarde. Ya era demasiado tarde para salir a buscar un apartamento.
En la primera página del Hoist, el semanario del centro de entrenamiento naval, se leía en grandes titulares: EL MARINERO ETHEL AVALIOTIS ESCOGIDA POR LAS ABEJAS MARINERAS COMO REINA PARA PRESIDIR LOS ACONTECIMIENTOS DE GALA DEL PRÓXIMO MES. Debajo, al lado de dos atractivas fotografías, se decía: «La joven de veintiún años miembro del centro ha sido nombrada Reina de las Abejas del Mar 1975 para la zona de San Diego. Comenzará su reinado en los dos acontecimientos de gala del próximo mes, según ha anunciado hoy el club CPO de Anfibios.»
– ¿Es ésta tu mujer, Avaliotis? -le preguntó el oficial de educación. Tenían una reunión en el despacho del oficial.
– Sí, señor -respondió Teddy.
– Es muy atractiva -dijo el oficial.
– Sí, señor -respondió Teddy.
El teniente de relaciones públicas que es quien había solicitado la reunión, dijo:
– Mira estos retratos, Coach.
– Los veo.
Uno era de Ethel, unos dos metros y medio por encima del suelo, en la silla de un contramaestre, y el fotógrafo retratándola, desde abajo. La otra, muy cercana, destacaba su pecho en silueta.
– ¿Cuál es el problema? -El oficial de educación dejó el periódico.
– Ella aceptó. Dijo que lo haría, señor -respondió Teddy-. Pero cuando vio esas fotografías cambió de opinión.
– He estado razonando con ella, Coach -dijo el teniente de relaciones públicas-. Le he soltado el discurso del almirante Zumwalt, de cómo debemos llevar nuestro servicio hasta el corazón de la vida americana, etcétera. La aturrullé de verdad, honestamente claro. Pero ella seguía sacudiendo su cabeza, que, no me importa decirlo Avaliotis, es una cabecita muy linda. Espero que sepas apreciar lo que tienes, chico.
– Lo aprecio -dijo Teddy.
– Sigo sin comprender en dónde está el problema -dijo Coach.
– Bueno, aquí, señor. -El teniente de RP cogió el Hoist y leyó: «Reinará en el baile de las Abejas del Mar de San Diego dentro de dos semanas a partir de mañana, y tres semanas después en el baile de los Ingenieros Civiles de la Marina.» Estos tipos ya se han comprometido haciendo propaganda, y pasaremos nuestros apuros para dar la marcha atrás en este asunto.