– Nadie va a volverse atrás – dijo Coach-. ¿Es que no estamos todavía en la Marina? ¿Has dicho que estuviste razonando con ella? ¡Cristo! ¡Razonando! -El rostro de Coach se puso rojo, una demostración biológica que informaba a todos los que le veían que el pequeño fusible del hombre estaba a punto de fundirse. – ¿Por qué, de pronto, estamos obligados a razonar con un miembro de la Marina? ¡Se le dice que es una orden y se ha terminado, muchacho! -Miró su reloj de pulsera.
– No creo que eso dé resultado, Coach -dijo el teniente de RP-. Creo que lo que aquí tenemos es un trabajo doméstico. -Se volvió a Teddy. -Este es un asunto en el que tú debes meter mano, Avaliotis.
Teddy asintió, mirando después ansiosamente a su oficial de servicios educativos.
– Coach -dijo el teniente de RP- quiero que comprendas por qué estoy tan alterado y preocupado que te he mezclado en esto. La Prensa nos dedicará más tinta con Avaliotis, hembra, que con cualquier otra E-Uno que haya ingresado en la base este año. Quiero decir, publicarán estas fotografías -dio una palmada en su ejemplar del Hoist- ¡en cualquier parte! Esta condenada chica es una belleza. -Golpeó nuevamente las fotografías.- ¡Y quiero decir una belleza!
– Deja el asunto en manos de mi muchacho aquí -dijo Coach. Sonrió a Teddy amistosamente-. Porque este muchacho es un muchacho griego y ellos son quizá los últimos que se resisten a la ola femenina que va a arrollarnos a todos. -Se levantó. La reunión había terminado.
– Yo me dejaría arrollar por ella en cualquier momento -dijo el teniente a Teddy mientras cruzaban el umbral de la puerta.
Camino de casa, Teddy estuvo pensando en la manera de enfocar el asunto con Ethel. No iba a resultar fácil. Esta era ya la segunda vez que había salido su fotografía en el Hoist. La primera vez no estuvo en absoluto satisfecha. Y tampoco él.
Dos números antes, antes de todo ese jaleo de la Reina del Baile, el Hoist había publicado su fotografía juntos en su primera página. Teddy estaba de pie junto a su «Ampex» y Ethel a su lado, mirándolo admirativamente. Teddy, la mano en una «abrazadera» parecía un modelo de lo mejor que la Marina podía ofrecer, y Ethel como lo que se la llamaba, un Kiwi, que significaba «criatura sexy». Todo eso estaba muy bien.
Era el comentario lo que había enfurecido a Teddy.
El titular decía: PROBABLEMENTE NO SE PASAN LAS VEINTICUATRO HORAS DEL DÍA ESTUDIANDO. El párrafo que seguía era en la misma línea. «Pero, por lo menos, tienen una nueva oportunidad ante ellos. Se trata de Teddy y Ethel Avaliotis. El estudia para NROTC. Ella es radar B en la escuela y progresa excelentemente en sus estudios.»
Se citaban entonces las palabras de Etheclass="underline"
«Creo que al estar ambos aquí, esto nos une más. Si yo no estuviera también en la Marina no tendría ninguna idea de por qué a veces viene a casa tan preocupado y no podría ayudarlo.»
– ¿Y cuándo demonios he regresado a casa angustiado? -Teddy había inquirido.
– Yo no dije angustiado -respondió Ethel -. Esa palabra la pusieron ellos; ellos la imaginaron.
– No es posible que ellos la imaginaran -dijo Teddy-. Yo ¡angustiado! Santo Dios, todo el mundo en la base lee este periódico.
Y había continuado, muy irritado con el asunto, diciendo que, en lo sucesivo, no volvería a repetirse esa publicidad asquerosa de él-ella, nunca más.
Esto le haría difícil que ahora tuviera que volverse atrás y convencerla de que había prometido a su oficial de servicios educativos de que él, Teddy, convencería a su esposa.
Estaban cenando en el restaurante del motel.
Cierto instinto masculino de griego hizo presentir a Teddy que su táctica debería encaminarse a hacer sentir a Ethel culpable de algo, y atacarla entonces por el flanco.
– ¿Cómo está el filete suizo? -preguntó.
– No está mal -dijo ella-. ¿Y qué tal tu pastelillo de queso?
– Horrible. Precocinado. Pesado y húmedo. -Rechazó la mitad que no había comido. – Estoy deseando comida casera.
– Tan pronto como tengamos un lugar…
– Estoy empezando a creer que este maldito motel te gusta…
– No, no es así.
– Esta mañana he visto a uno de esos pequeños bastardos del otro edificio meándose en la piscina.
– Bueno, nosotros no nos metemos en la piscina. Y en cuanto a la comida casera, también me gustaría. Pero estoy ocupada todo el día en la base. No sé de dónde podría sacar el tiempo para trasladarnos, aunque encontrara un sitio que nos gustase. A propósito, he hecho lo que me dijiste: he anulado nuestra cuenta de crédito del supermercado.
– Ya era hora. Este final de semana busquemos de verdad… ¿querrás hacer eso por mí? Aunque no creo que ese apartamento que vimos el domingo pasado estuviese tan mal.
– ¿No?
– A ti parecía gustarte también. Al principio. Miraste hacia fuera por la ventana; estuviste ahí mirando mucho rato.
– Debajo de aquella ventana no había piscina, era un alivio.
– Entonces, al parecer, cambiaste de idea. Ya sabes que no vas a encontrar un lugar que te guste tanto, como aquellos a los que estabas acostumbrada, ¿ya sabes eso, verdad?
– ¿Estás diciéndome otra vez que soy una niña mimada? Durante toda mi vida todos me han estado diciendo lo mismo. Estoy empezando a creerlo… -Suspiró. – Dios mío, esta noche me gustaría escuchar un poco de música. Subamos y veamos si en la radio hay un poco de música de otros tiempos, que sea muy antigua.
– ¿Y qué hay de lo que te he preguntado?
– No me quedan fuerzas para discutir esta noche, Teddy. Encuentras un lugar, me dices que te gusta y nos cambiamos. Yo iré adonde tú quieras que vaya… ¿Te parece bien así?
– No te estaba riñendo, Kit.
– Ethel. Has hablado como si yo tuviese la culpa de que estemos aquí todavía. A lo mejor la tengo.
– A propósito, han estado hablándome sobre tu cambio de parecer respecto a ese asunto de ser reina.
– Teddy, por favor, no quiero hablar de ello esta noche.
– ¿Leíste el artículo del Hoist o únicamente miraste las fotografías?
– Leí el artículo. Hasta donde pude resistir. ¿Cómo es que en la Marina te endosan las mismas patrañas como lo hacen fuera?
– Porque es la «nueva Marina… parte del corazón de la vida americana».
– Ese tipo de relaciones públicas habló y habló sobre eso. No sabría decir si hablaba en serio.
– Están intentando hacer el servicio más atractivo para mucha gente, ahora que ha terminado la obligatoriedad y todo eso. Lo que no está mal, supongo que estarás de acuerdo. Así que creo que deberías pensarlo otra vez…
– Yo creía que a ti no te gustaba que yo hiciera ese papel.
– Bueno, generalmente hablando no, pero…
– Pero esta vez han estado hablando contigo.
– Sí. Así que, maldita sea, creo que deberías pensarlo otra vez.
Ethel se levantó y salió del restaurante.
Teddy se comió su pastelito de fresas. Después se comió el de Ethel.
– ¿No va a volver la señora? -preguntó la camarera.
– Está enfadada conmigo -dijo Teddy-. Y ahora yo estoy enfadado por ello. ¿Cómo has conseguido estar casada durante tantos años, Ginny?
– Mi marido es portugués. Me rompería todos los huesos si fuera por ahí haciendo el tonto. Esto es lo que consigue mantener unido un matrimonio: el terror.
Arriba, Teddy la vio, encogida como un puño, en su lado de la cama, dando la espalda al lado en que él solía dormir.
Teddy decidió que la camarera tenía su punto de razón. Terror, del tipo silencioso. Abrió el cajón inferior del escritorio, sacó la manta extra y se fue al saloncito, cerrando la puerta tras sí, y tendiéndose en el sofá.