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– ¿Qué era lo que tú necesitabas?

– El contacto de otro humano. ¿Puedes entender eso?

– Chiquillo, eso es todo lo que yo he deseado siempre de ti.

– Ya no fuiste más de esa manera… justo después de habernos casado.

– Lo mismo hiciste tú.

Permanecieron sentados en silencio.

– ¿Era ella tan bonita como yo?

– No. Pero eso no importa nada. Simplemente ella me dijo que sabía que yo necesitaba un contacto humano, del modo que tú… No des más vueltas, Ethel.

– Estoy sentada aquí.

– Tus ojos… están dando vueltas. ¿Qué demonios estás pensando?

– El café. Está saliendo. Ya debe de estar en este momento.

Ethel se levantó. Se detuvo entonces. Estaba muy irritada y muy cansada por todo. Nada iba a ser como ella había esperado.

– Acéptame de nuevo si piensas hacerlo -dijo- y si no quieres… ¡no lo hagas!

Teddy no respondió.

– Dime qué es lo que deseas; nunca me dices qué es lo que quieres. Yo no soy adivina, no leo el pensamiento. ¿Cómo puedo yo saber lo que tú sientes? Algunas veces desearía…

– ¿Qué? Me gustaría saberlo. ¿Qué?

– Me gustaría que me gritaras. Me gustaría que me pegaras. Zarandéame si estás enfadado.

– ¿De qué serviría eso?

– ¿Sabes lo que me preocupa? Que no me dirás nada, y seguirás sin decir nada, y un día, de aquí a unos cuantos años, mientras yo duerma, me cortarás en pedacitos…

– ¿De qué estás hablando?

– Estoy tratando de decirte que no sé lo que hay en tu cabeza. ¡No es posible que siempre estés tan controlado! Vamos. Aprovecha la oportunidad. Dime lo que esperas de mí antes de que sea demasiado tarde. Y si no quieres nada, ¡dímelo! Di algo, por favor, Teddy, ahora, Teddy, por favor.

Fue un esfuerzo.

– Me gusta este lugar -dijo Teddy.

– ¿Y qué?

– Voy a quedarme aquí.

– ¿Y?

– En la Marina.

– Eso ya lo sé.

– En lo que juntos comenzamos. ¿Recuerdas cómo hablabas tú?

– Y de mí, ¿qué es lo que quieres?

– Quiero que te decidas. No puedo vivir con esa especie de incertidumbre tuya. Me inquieta. No puedo trabajar. No quiero vivir con una persona que…

– ¿Quieres que me quede aquí contigo o no lo quieres? ¡Dímelo!

– Estoy tratando de ser justo contigo -dijo Teddy-. A lo mejor yo no deseo lo que tú deseas.

– Al cuerno lo que yo deseo. Yo quiero lo que tú quieras.

– Pero no es así. Me lo acabas de demostrar.

– El café está hecho.

Ethel corrió a la cocina, sacó el café del fuego, y volvió corriendo a la sala de estar y fue junto a Teddy, en el sofá, besándolo con toda su ansiedad para despertarlo a compartir sus sentimientos.

– Te quiero -le dijo ella-. Te quiero de verdad.

– No hagas eso, maldita sea, Ethel, no hagas eso. Porque no tenías por qué abandonarme como lo hiciste. Eso fue algo terrible, humillante frente a todos, dejándome que te hiciera quedar bien con mentira sobre mentira, sobre mentira…

– ¿Por qué no les dijiste la verdad… que yo soy una zorra inútil?

– No hagas eso, no me beses de ese modo. Eso no resuelve absolutamente nada.

– Cuando ella lo hizo, resolvió algunas cosas.

Ethel siguió besándolo insistentemente, no para engañarlo o seducirlo, sino porque parecía tan honesto y tan puro; estaba besando a un chiquillo perplejo.

– He de arreglar esto – dijo Teddy – para tener la seguridad de que no va a estallar otra vez en mi cara.

– Ya está arreglado.

– No para mí. Voy a dar un paseo. Y tú piensa sobre todo esto. Si quieres irte, vete ahora. No dentro de seis meses, ni cuando yo no lo espere, no en el momento en que más me duela. Ahora puedo aceptarlo. Tú no tienes que hacer nada por mí, o porque sientas pena de mí. Yo puedo vivir sin ti, he descubierto eso, y puede ser que esté mejor… mucho mejor, al menos respecto a mis estudios.

Teddy se levantó y quedó de pie, casi formal.

Ethel se echó a llorar.

– No llores -dijo Teddy-. ¡No sigas! Por favor. -Añadió entonces. – Cuando vuelva, si te has ido, no me enfadaré contigo. Admiraré tu sinceridad. Entenderé por qué te has ido.

– Eres tan bueno, Teddy…

– ¡No lo soy! ¡Lo que tú llamas bondad es debilidad! Lo he descubierto, de modo que hoy, esta noche, la cosa va a quedar resuelta de uno u otro modo. ¡Esta noche! Yo voy a salir y…

– No tienes por qué salir.

– Tengo ganas de salir.

– Estaré aquí cuando regreses, así que, ¿para qué el paseo?

Teddy se detuvo en la puerta.

– ¿Sabes? -le dijo ella-, es la primera vez, desde que nos hemos casado, que me has dicho sinceramente lo que sentías.

– Así lo creo.

Teddy no se fue.

– Debió de ser un infierno hacerlo. Pero es la primera vez que has roto tu silencio y es la primera vez que yo me he sentido cerca de ti. ¿No te das cuenta, chiquillo, lo que fue para mí?

Ethel se levantó y se dirigió lentamente hasta Teddy. Se quedó frente a él sin tocarlo.

Pronunció las palabras siguientes como si fuesen un mensaje de amor.

– Vivir con alguien y no tener ni la menor idea de sus sentimientos. Cuando alza una muralla frente a él.

– Lo siento.

– ¡Trabajador! ¡Laborioso! ¡Aplicado! ¡Respetuoso!

– Lo siento.

– ¡Disciplinado! ¡Siempre correcto! ¡Nunca expresando lo que piensa! ¿Cómo he de saber yo lo que he de hacer? Esto es lo que yo digo: hazte cargo de mí.

– Lo intentaré.

– ¡Sé como tu padre! ¡Ordéname! ¡Lo necesito!

Había una habitación sobrante, un dormitorio o un posible cuarto para niños, sin muebles. Estaba oscuro y los últimos inquilinos habían dejado una alfombra en el suelo. Ethel lo llevó allí y lo desnudó.

Cuando terminaron, Teddy salió de la habitación.

Ethel lo siguió. Teddy estaba en el cuarto de baño, de puntillas, lavando su pene en el lavabo como era su costumbre. Cuando comenzó a secarlo con la toalla, Ethel se fue al dormitorio. Teddy había hecho las camas al estilo de los barracones. Ella se metió entre las sábanas suaves y frías.

Le podía oír lavándose los dientes. Siguió el silencio; Teddy estaba usando las cerdas suaves. Teddy hacía lo que el dentista de la base le había dicho.

– Estos últimos días no he podido trabajar bien -dijo mientras se metía en la cama-. Estaba pensando en tu regreso.

Ethel se colocó contra él, poniendo una pierna sobre las de Teddy.

– Gracias -dijo él- por comprender.

– ¿Qué?

– A mí. Tenía que dejar las cosas arregladas, ¿sabes…?

– Hum…

Teddy le sonrió y la besó.

– Estoy intentando prepararme para los exámenes -dijo-. Son fuertes. Supongo que tú has quedado atrás.

– ¿Atrás, dónde?

– En tu trabajo.

– Supongo que sí -respondió Ethel-. Bastante atrás.

– Estoy contento de que hayas vuelto -dijo él.

– También yo -respondió Ethel.

Ella creía que Teddy se había dormido, pero él dijo:

– ¿Sabes lo que estuve pensando mientras estabas fuera? Por qué demonios llegaste a ingresar…

– Para que estuviéramos juntos.

– Podíamos estar juntos sin necesidad de ingresar.

– Y porque en la Marina te dicen exactamente lo que has de hacer y pensé que yo necesitaba eso. Pero resultó que no era así. Yo no deseaba hacer nada de lo que la Marina me decía debía hacer. Yo quería hacer lo que tú me dijeras que hiciera. Y tu padre. Quiero formar parte de tu familia. Pero, principalmente, de ti, chiquillo, completamente de ti, en todos los aspectos, de ti y de nadie más y de nada más. Por eso quiero irme de la Marina, porque deseo estar contigo completamente y en todos…

Teddy se había dormido; Ethel le oyó la respiración. No roncaba como su padre. El sonido que Teddy hacía era el de un bebé, la misma respiración suave de inspiración y espiración.