Lucette cerró los ojos. Y crispó los nervios de Van al reproducir con diabólica exactitud el suspiro con que Ada acompañaba el colmo de la dicha final.
En aquel momento, como en una obra de teatro bien construida, cuyo desarrollo va alternándose con intermedios cómicos, el campófono de bronce se puso a zumbar y su intervención fue coreada no sólo por el glu-glu de los radiadores, sino también por la botella destapada, de soda, que empezó a chisporrotear por simpatía.
Van (malhumorado):
—No he entendido la primera palabra. ¿Cómo dice? L'adorée? Un momento, por favor. (A Lucette:) Estáte quieta, Lucette. (Lucette susurra una palabra infantil con dos pes.) Está bien (indicando hacia el pasillo). Lo siento, Polly. Pero ¿es l'adorée? ¿No? Dígame el contexto. ¡Ah, la durée! ¿La duréeno es más... qué? ¡Ah, «sinónimo»! Sinónimo de «duración». Perdone otra vez, no tengo más remedio que poner fin a esa orgía de la soda. No cuelgue. (Grita en dirección del W.C., el «ve dobla», como decían en Ardis.) Lucette, deja que se desborde, ¡qué le vamos a hacer!
Van se sirvió otra copa de coñac, y durante un absurdo intervalo estuvo preguntándose qué demonios estaba haciendo. ¡Ah, sí, el polífono!
El polífono ya no daba señales de vida. Pero volvió a zumbar en cuanto Van colocó el receptor en su cuna. Al mismo tiempo, Lucette llamó discretamente a la puerta.
— La durée... por el amor de Dios, ¡entra sin llamar!... No, Polly, eso no va por usted, sino por mi primita. La duréeno es sinónimo de duración, porque ya está saturada —sí, como en Saturno— del pensamiento de ese filósofo. ¿Qué es lo que ahora no va? ¿No sabe si es doréeo durée? D-U-R. Creí que usted sabía francés... Ah, comprendo. Hasta la vista. Mi mecanógrafa, una rubia insignificante pero siempre disponible, no acierta a leer la palabra duréeescrita con mi mejor caligrafía, porque, según dice, sabe francés, pero no el francés científico.
—A decir verdad —observó Lucette, secando el sobre alargado, en el que había caído una gota de soda—, Bergson sólo es para gente muy joven o muy desgraciada, como esa rubia disponible.
—Conocer Bergson —dijo el profesor auxiliar libertino— merece todo lo más, en tu caso, un pequeño B. ¿O debo recompensarte dando un beso a tu krestik, sea lo que sea eso?
Nuestro joven Vandemonio volvió a cruzar las piernas y maldijo en voz baja el estado en que le había puesto la imagen de cuatro ascuas de una cruz: The Manly State..., como el desgraciado Lowden ha traducido el título de esa novela barata del malheureux Pompier La condición humana, en la que el autor, dicho sea de paso, da esta hilarante definición del término «Vandemonio»: «kulak tasmaniano de origen holandés». «Hay que echarla a puntapiés antes de que sea demasiado tarde.»
—Si hablas en serio —dijo Lucette, pasándose la lengua por los labios y arrugando los ojos ensombrecidos—, entonces, amor mío, puedes hacerlo... y en seguida. Pero si estás burlándote de mí, no eres más que un vandemonio abominablemente cruel.
—Vamos, vamos, Lucette. Esa palabra misteriosa significa en ruso «crucecita», y nada más, que yo sepa. ¿O puede ser algo más? ¿Un amuleto? Acabas de mencionar un gemelo de cuello, o un pequeño peón rojo. ¿Es un objeto que llevas, o llevabas, colgado del cuello por una cadenita? ¿Un pequeño glande de coral, la glandulellade las vestales de la antigua Roma? ¿Qué es, Lucette?
Lucette observaba a Van con circunspección.
—Voy a arriesgarme —dijo—. Te lo voy a explicar, aunque en realidad sólo se trata de una palabra inventada por nuestra hermana, una de sus palabras. Suponía que estabas familiarizado con su vocabulario.
—¡Ah, empiezo a adivinar! —exclamó Van, estremeciéndose de sarcástica malignidad, hirviendo de rabia misteriosa (vengándose inicuamente de sus sinsabores en el chivo expiatorio que era para él la ingenua Lucette, nimbada por el aura de los labios innumerables de la Otra, pues ése y sólo ése era su crimen)—. Ahora me acuerdo bien. Lo que es una mancha obscena en singular puede ser en plural una marca sagrada. Te refieres, sin duda, a esos estigmas que les salen entre las cejas a las monjas jóvenes puras y dolientes a las que los sacerdotes han sobreungido por todas partes haciéndoles, con mirra, la señal de la cruz.
—No, es algo mucho más sencillo —dijo la paciente Lucette—. Volvamos a la biblioteca donde encontraste esa cosita todavía enhiesta en su cajón...
—¡Los Zemski ganan! Como yo esperaba, te pareces a Dolly, tal como la vemos en ese retrato colgado en la pared, encima de su «inscritorio», todavía vestida con sus lindas pantalettesy con un clavel flamenco entre los dedos.
—No, no —dijo Lucette—. Aquel óleo indiferente vigilaba vuestros estudios y vuestros retozos desde el otro extremo de la sala, cerca de la alacena.
¿Cuándo acabará este suplicio? Ni siquiera puedo abrir esta carta delante de ella y leerla en alta voz para edificación de mi público. Carezco de arte para darle ritmo a mis gemidos.
—Un día, en la biblioteca, arrodillada en una silla Chippendale con cojín amarillo, ante una mesa ovalada con patas de garra de león...
[El estilo epitético de esta frase nos hace creer que está inspirada en una fuente epistolar. Editor.]
—...al terminar una partida de Flavita, me encontré ante seis Buchstabencon las que no sabía qué hacer. Ten en cuenta que tenía ocho años y nunca había estudiado anatomía, pero hacía todo lo que podía, lo poco que podía, para mostrarme a la altura de mis dos Wunderkinder. Tú examinabas, con ojos y dedos, el caballete en que disponía mis letras y redistribuías el orden fortuito en que se encontraban (algo así como LIKROT, o ROTIKL, o...), y Ada, asomando sobre nuestras cabezas, nos inundaba con sus sedas de cuervo. Apenas habías acabado tu pequeña metomorfosis cuando los dos caísteis sobre la alfombra negra en un acceso de hilaridad tan violento como incomprensible. Por fin, yo compuse tranquilamente la palabra ROTIK (boquita), sin saber qué hacer con mi miserable inicial, que me sobraba. Van, supongo que he embrollado las cosas todo lo posible. Es verdad que la plus laide fille du monde peut donner beaucoup plus quelle n’a... Y ahora, digámonos adiós. Tuya para siempre.
—...«mientras esta máquina le pertenezca» —murmuró Van.
—Hamlet —proclamó la más brillante alumna del conferenciante.
—De acuerdo, de acuerdo —asintió su verdugo (y verdugo de sí mismo)—, pero observa que un jugador de Scrabbleinglés de mentalidad inclinada a cuestiones médicas y que dispusiese de dos letras más, habría podido encontrar, por ejemplo, STIRCOIL (famoso estimulante de las glándulas sudoríparas) o CITROILS (ese producto que emplean los mozos de cuadra para frotar a sus potras).