Выбрать главу

Annotation

El autor llega a Moscú para hacer estudios de postgrado, y lentamente va descubriendo una Unión Soviética fascinante, llena de injusticias y contradicciones, irritante y amable al mismo tiempo, absurda y lógica simultáneamente. La ciudad primero y el país después se transforman en una verdadera obsesión hasta que aparece Anastasia. Amarla exige una dedicación constante, nada la satisface si no es en inmensas cantidades, nada le agrada si no constituye una avalancha de sensaciones. Anastasia es una disidente que expresa su disconformidad con el sistema haciendo el amor. Su encuentro con el estadounidense provoca una verdadera explosión de pasiones.

Las aventuras de los protagonistas tienen por escenario una ciudad enigmática y fantástica, poblada de gente a la que se tarda mucho en conocer. Y como el autor tiene Moscú y a sus habitantes grabados a luego en su corazón el resultado es una novela sorprendente, audaz en sus descripciones, inteligente en sus plantea-mientos, verdadera en sus denuncias, conmovedora por el hondo afecto con que ha sido escrita.

GEORGE FEIFER

 

 

Adiós a Moscú

 

 

 

 

Traducción de Eduardo Goligorsky

 

 

 

EDITORIAL POMAIRE, S. A.

Sinopsis

 

El autor llega a Moscú para hacer estudios de postgrado, y lentamente va descubriendo una Unión Soviética fascinante, llena de injusticias y contradicciones, irritante y amable al mismo tiempo, absurda y lógica simultáneamente. La ciudad primero y el país después se transforman en una verdadera obsesión hasta que aparece Anastasia. Amarla exige una dedicación constante, nada la satisface si no es en inmensas cantidades, nada le agrada si no constituye una avalancha de sensaciones. Anastasia es una disidente que expresa su disconformidad con el sistema haciendo el amor. Su encuentro con el estadounidense provoca una verdadera explosión de pasiones.

Las aventuras de los protagonistas tienen por escenario una ciudad enigmática y fantástica, poblada de gente a la que se tarda mucho en conocer. Y como el autor tiene Moscú y a sus habitantes grabados a luego en su corazón el resultado es una novela sorprendente, audaz en sus descripciones, inteligente en sus plantea-mientos, verdadera en sus denuncias, conmovedora por el hondo afecto con que ha sido escrita.

 

 

 

Título Originaclass="underline" Moscow Farewell

Traductor: Goligorsky, Eduardo

©1976, Feifer, George

©1977, EDITORIAL POMAIRE, S. A.

ISBN: 9788428601986

Generado con: QualityEbook v0.87

George Feifer

Adiós a Moscú

TÍTULO originaclass="underline"

Moscow Farewell, 1976

Traducción:

Eduardo Goligorsky

1977 EDITORIAL POMAIRE, S. A.

ISBN: 84-286-0198-4

 

 

 

Para Tania

 

 

 

índice

1 Apuntes desde mi ventana

2 A la ciudad

3 La Biblioteca Lenin

4 Aliosha

5 Anastasia

6 El día del Presidente

7 Interludio

8 Medalla de oro

9 ¿Volver?

Nota del autor

 

PARA proteger, sobre todo, a los moscovitas con los cuales viví esporádicamente desde 1959 hasta 1971 —incluyendo un año que pasé como estudiante graduado— en esta narración he alterado nombres, ocultado identidades y reordenado secuencias cronológicas. Si no hubiera introducido estos cambios, me habría apartado mucho más de la verdad textual al tener que eliminar material político comprometedor. Pero en la medida en que nada ha sido inventado, lo que sigue es un reportaje acerca de las vidas de mis amigos rusos y acerca de mis observaciones. Modificando lo que Christopher Isherwood dijo sobre su descripción de Berlín, hace cuarenta años, ésta es la crónica de lo que me sucedió y no de lo que podría haberme sucedido en el extranjero.

Al mismo tiempo, mis reminiscencias no intentan describir la vida moscovita «típica» —tema de muchos libros de fácil obtención— sino sólo lo que vi, oí y sentí.

 

Detrás del aparato estatal bizantino, la vida seguía su curso.

Vassili O: Klyuchevski, historiador ruso del siglo XIX.

 

Miente como un testigo ocular.

Antiguo proverbio ruso.

1

 

Apuntes desde mi ventana

DESDE mi ventana, a través de dos hojas de vidrio precariamente implantadas, distingo un rincón de esta Universidad, de esta ciudad, de este país caviloso. A lo lejos, las cúpulas del Kremlin, joyas de aristócratas alucinados, envueltas por una bruma helada. La sede de la autoridad temporal y espiritual en su esplendor medieval, recubierta cada año con una nueva capa de oro y equipada con altavoces para el hermano grande Muzak.

Fuera de sus muros de color sepia, el expandido centro de la ciudad, huraño para armonizar con el ambiente y el estado de ánimo. Un paisaje urbano desprovisto de neón y de vida metropolitana, como si muchos kilómetros cuadrados de edificios chatos hubieran sido abandonados al primer atisbo de las nevadas de noviembre. No se oyen estridencias de aviones ni de tránsito, sino sólo una canción popular norteña que aúlla allá dentro, en mi mente. Una tristeza y una fuerza abrumadoras en medio del silencio subyugador de la inmensidad rusa.

Una ancha arteria, un rayo de la rueda del centro urbano, conduce, en esta dirección, hacia el único puente del río Moscova, y cuatro camiones solitarios de la industria de la construcción y cinco autobuses se deslizan a lo largo de su curso nevado, pasando frente a bocacalles vacías y a claudicantes cartelones que proclaman «Gloria a Lenin». El río está quieto y resignado, como las cafeterías de verano ya tapiadas que se levantan sobre sus márgenes en el Parque Gorki, como las ancianas que, suspendidas en el tiempo y el espacio, montan guardia junto a los portones de dicho parque. De los témpanos del río se desprende un vapor congelado que flota, se oscurece y se posa sobre los terrenos nevados del estadio Lenin desierto. Uno de los mayores del mundo, se haya perdido en este continente blanco. «En el alma rusa —dijo Berdiaiev—, hay algo que se conjuga con la inmensidad, la vaguedad, la infinitud de la tierra rusa». Esta convicción me remonta a las alturas y me echa a pique.

Sobre esta margen del río todo ha cambiado y al mismo tiempo permanece igual.t Campos llanos, finas banderas rojas, edificios de apartamentos prefabricados; y una dispersión de figuras furtivas que se encorvan debajo de sus solapas deshilachadas y de los abrigos que les cuelgan hasta los tobillos. Esta sección de la ciudad es un escaparate destinado a exhibir la arquitectura soviética de posguerra, pero el invierno hace estragos en los nuevos edificios de ladrillo y bloques de cemento tan implacablemente como en cualquier cabaña del Volga. Los ladrillos se desprenden de las hoscas fachadas y caen sobre las redes tendidas con urgencia para proteger a los transeúntes. Las junturas se parten, las aceras se disgregan entre la nieve. Se gasta una fortuna en la reparación de ubicuas grietas, y de paredes desconchadas y hendidas, y muchos remiendos quedan inconclusos cuando los grupos de trabajadores reciben la orden de atender emergencias más apremiantes y abandonan a mitad lo que estaban haciendo. Incluso el nuevo Palacio de los Pioneros, astro de mil notas periodísticas, ha perdido la batalla contra el invierno, y se desmenuza antes de estar cabalmente equipado. Pero los niños a los que les corren los mocos, y que, a fuerza de envolverse en pieles parecen casi esféricos, ululan como indios mientras se deslizan con sus trineos caseros sobre las montañas de arena y grava, cubiertas de nieve, que han dejado atrás los albañiles.