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Los ojos de Laurie pasaron de Jack a Chet. Los dos la miraban expectantes. Aquella era la pregunta que temía, de modo que intentó pensar en una respuesta sin tener que mentir, pero no acudió nada a su mente.

– Fui al Manhattan General… -empezó a decir, pero Jack la interrumpió.

– ¡Bingo! -exclamó haciendo un gesto con los dedos como si disparara a su colega Chet-. Me debes cinco pavos, colega.

Chet alzó los ojos con decepción. Cambió el peso para sacar la cartera del bolsillo trasero y extrajo un billete de cinco que aplastó en la mano de Jack.

Este blandió el dinero triunfalmente y se volvió hacia Laurie.

– Parece que al final voy a sacar algún provecho de tu cita.

Laurie notó que la ira la invadía, pero mantuvo el control. No le gustaban aquellas bromas a sus expensas.

– Fui al Manhattan General porque se me había ocurrido una idea que puede que nos ayude a resolver nuestra serie de misteriosas muertes.

– ¡Claro! -repuso Jack-. Y por casualidad tenías que compartir tu descubrimiento con tu actual amorcito.

– Creo que bajaré por café -dijo Chet poniéndose apresuradamente en pie.

– No tienes que irte por mí -le dijo Laurie.

– Me parece que iré de todos modos -contestó Chet-. Es hora de comer. -Salió de la oficina cerrando la puerta tras él.

Jack y Laurie se miraron a los ojos un momento.

– Digámoslo de este modo -dijo Jack rompiendo el silencio-: encuentro ofensivo que dediques un esfuerzo considerable a convencerme para que cenemos juntos y que, acto seguido, desaparezcas durante horas para ir a ver al hombre con el que estás teniendo una aventura.

– Te entiendo. Lo siento. No se me ocurrió que pudiera afectarte así.

– ¡Venga ya! ¡Ponte en mi lugar!

– Bueno, después de todo debo reconocer que temía que me preguntaras dónde había ido; pero Jack, escucha, fui únicamente por la razón que te he contado: los casos de Queens me dieron una idea de cómo conseguir una lista de sospechosos. No se trataba de ninguna cita amorosa. No me menosprecies con tus palabras.

Jack arrojó el billete de Chet sobre la mesa, bajó la vista y se masajeó la frente.

– ¡Jack, créeme! La idea que tuve se me ocurrió en parte gracias a tus comentarios acerca de que la trama se complicaba y que arrojaba sombras sobre AmeriCare. La verdad es que quería preguntártelo más concretamente.

– No estoy seguro de que tuviera una idea concreta en la cabeza -repuso Jack sin retirar la mano de la frente-. Es que si tu serie suma trece casos entre dos centros que pertenecen a AmeriCare, es algo que da que pensar.

Laurie asintió.

– Creía que tenías algo en mente acerca de esa compañía. Si estamos ante una serie de asesinatos, me da la impresión de que no han sido al azar. Los perfiles son demasiado parecidos. Por ejemplo, hoy he averiguado que todas las víctimas del Manhattan General eran abonados relativamente recientes de AmeriCare. Lo que no sé es cómo encaja eso en el panorama.

Jack retiró la mano de la frente y miró a Laurie.

– O sea que ahora estás pensando que puede haber algún tipo de conspiración.

Laurie asintió.

– Eso pensé que me dabas a entender con tus comentarios.

– No exactamente, y desde el punto de vista de la captación de recursos no tiene sentido, o sea que no puede tener nada que ver con esa empresa por ella misma. Por otra parte, la medicina se ha convertido en un gran negocio, y AmeriCare es una organización enorme. Eso significa que tiene al frente gente y ejecutivos que están tan alejados del contacto con los pacientes que al final se olvidan de cuál es realmente el producto de la compañía. Lo ven todo en términos de números.

– Eso puede que sea cierto -dijo Laurie-, pero eliminar a nuevos y saludables pacientes es contraproducente desde el punto de vista de cualquier objetivo empresarial.

– A lo mejor es así para nosotros, pero lo que quiero decir es que en los altos niveles hay gente a la que quizá no comprendamos. Es posible que nos enfrentemos a algún tipo de conspiración cuya lógica se nos escapa.

– Puede -repuso Laurie vagamente. Se sentía decepcionada porque había creído que Jack tenía algo más concreto que decirle.

Los dos se miraron sin decir palabra durante unos segundos. Por fin Jack rompió el silencio.

– Deja que te pregunte sin rodeos algo a lo que ya aludí cuando estábamos en el foso: ¿la cita de esta noche es alguna especie de montaje para decirme que te vas a casar?; porque si lo es, voy a pillar un rebote que no te quiero ni contar. Solo quería prevenirte.

Laurie no respondió enseguida ya que el comentario le recordaba lo complicada que se había vuelto su vida. Le costaba mantener las cosas y a las personas en la debida perspectiva.

– Tu silencio no me da buena espina -comentó Jack.

– ¡No voy a casarme! -respondió Laurie con repentina vehemencia y señalándolo con el dedo-. Te lo dije de forma bastante clara en la sala de autopsias. Te dije que tenía que hablar contigo de algo que nos afecta a ti, a mí y a nadie más.

– No creo que incluyeras eso de «nadie más» cuando me lo dijiste.

– ¡Pues te lo digo ahora! -espetó Laurie.

– ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Tranquila, se supone que soy yo el que está molesto, no tú!

– Si estuvieras en mi lugar, sí que estarías molesto.

– Vaya, eso es algo que me cuesta interpretar sin un poco más de información. Pero escucha, Laurie, no me gusta que nos tiremos los trastos a la cabeza de esta manera. Parecemos dos ciegos tropezando en la oscuridad.

– No puedo estar más de acuerdo.

– Vale; entonces, ¿por qué no me dices lo que tengas que decirme y nos olvidamos del asunto?

– No quiero hablar en un lugar como este. Quiero estar lejos de la oficina. No tiene nada que ver con el trabajo. He reservado una mesa en Elios a las seis menos cuarto.

– ¡Caray! ¿Vamos a cenar o a merendar?

– ¡Qué gracioso! -protestó Laurie-. Ya te advertí que iba a ser temprano. Es viernes por la noche y lo tenían todo reservado. Tuve suerte de que me dieran mesa. ¿Vas a venir o no?

– Allí estaré, pero va a ser un gran sacrificio. Warren se va a llevar un chasco si no aparezco por la cancha para el gran partido de los viernes. Bueno, en realidad miento. Desde que te marchaste he estado jugando tan mal que nadie me quiere en su equipo. Me he convertido en persona non grata en mi propia cancha.

– Bueno, nos veremos en Elios suponiendo que te dignes aparecer -dijo Laurie mientras daba media vuelta para salir del despacho.

Jack se levantó de la silla y se asomó al pasillo. Laurie ya estaba a cierta distancia, camino de su oficina. Caminaba con paso firme y vivo.

– ¡Oye! -la llamó Jack-. Lo del sacrificio era una broma.

Laurie no frenó ni se dio la vuelta, y enseguida desapareció de la vista en su despacho.

Jack regresó a su escritorio preguntándose si no habría llevado demasiado lejos el sarcasmo; pero acabó encogiéndose de hombros porque sabía que le habría resultado imposible comportarse de otro modo. Aquella actitud se había convertido en su defensa ante las incertidumbres de la vida. En su situación temía que Laurie le sorprendiera de un modo u otro, porque no tenía ni idea de qué le rondaba por la cabeza. A pesar de todo, el comentario de Lou de que ella deseaba arreglar las cosas estaba vivo en él y le daba un hilo de esperanza.

Los partidos de baloncesto callejero y el trabajo constituían la única distracción de Jack, y, con lo mal que estaba jugando últimamente, su profesión había pasado a un primer plano. Las últimas semanas las había pasado trabajando a destajo. En menos de cuatro semanas había pasado de ser la pesadilla de Calvin en cuanto a firmar sus casos a convertirse en su predilecto; no solo había realizado más autopsias que nadie; también había sido el más rápido. Suspiró y volvió a las bandejas de muestras que había recogido en Histología aquella mañana.