Respiró hondo antes de acercarse a la segunda camilla. Tendió la mano hacia la esquina de la sábana, pero no llegó a alcanzarla. De repente se vio lanzado hacia delante por un impacto en la espalda que le pareció como si acabaran de golpearlo con un mazo. Comprendió que estaba cayendo y alzó los brazos instintivamente en un intento de protegerse; pero, antes de dar contra el suelo de baldosas, el mazo volvió a golpearlo dejándolo sin aliento.
Roger chocó contra el suelo y se deslizó hacia delante por las esmaltadas baldosas. Su cabeza dio contra el muro que separaba el escenario de las hileras de asientos. Intentó moverse, pero la oscuridad cayó sobre él igual que una pesada y sofocante manta.
17
Cuando el despertador de Laurie quebró el temprano silencio del sábado por la mañana, comprobó que se sentía igual que el viernes. De nuevo había dormido mal, y el poco sueño que había logrado conciliar había estado plagado de pesadillas.
Lo primero que hizo tras salir de la cama fue repetir la prueba de embarazo con un nuevo dispositivo. Como médico, era consciente de la necesidad de repetir cualquier prueba para eliminar posibles falsas lecturas. Al comprobar el resultado se dio cuenta de que, a pesar de cierta falta de claridad, era positivo. No había duda posible: estaba embarazada.
Para certificar la prueba, estaban sus náuseas matinales, que esa mañana parecían un poco peores que en días anteriores. De todas maneras, tras tomar unos cereales se sintió mejor. Las molestias que notaba en la parte baja del abdomen eran otra cosa. Por suerte no se parecían a las que había padecido la noche antes, al volver a su apartamento tras su cita con Jack. Entonces se había tratado de un claro dolor, lo bastante intenso para que se retorciera, que la había acometido en el taxi como si de retortijones intestinales se tratara. Durante unos segundos había pensado en llamar a Laura Riley; pero entonces el dolor se desvaneció con la misma rapidez con la que había llegado. A pesar de su intensidad, Laurie estaba convencida de que tenía que ver con su sistema digestivo. Resultaba más agudo que los calambres menstruales, y eso la hizo pensar que quizá no tuviera nada que ver con el embarazo. Lo que la confundía era que también aparecía por las mañanas, junto con los mareos, como si ambos estuvieran relacionados.
Dejó el cuenco con los cereales en la mesa y, preocupada por las molestias, se palpó la zona con el dedo índice en un intento de determinar si se trataba de un dolor localizado. No lo era, y curiosamente el hecho de tocarse le pareció beneficioso. Cuando retiró la mano, el dolor se esfumó, sugiriendo que el problema podía ser intestinal, quizá de gases.
Aliviada por que hubiera desaparecido, se vistió rápidamente. Estaba de guardia el fin de semana, lo cual significaba que, de entre todos los forenses de Medicina Legal, le correspondía a ella comprobar qué casos se habían presentado durante la noche. Sabía que seguramente tendría que realizar algunas autopsias, a menos que pudiera aplazarlas hasta el lunes, cosa que nunca había ocurrido. Había otra persona de guardia en reserva por si se presentaban muchas urgencias, pero eso era algo que tampoco había ocurrido nunca.
El clima era el típico de un mes de marzo en Nueva York: lluvioso y frío, y Laurie se refugió bajo su paraguas mientras caminaba hacia el norte por la Primera Avenida. Había intentado coger un taxi pero, como siempre que el tiempo no acompañaba, era imposible encontrar uno libre.
Mientras caminaba, meditó sobre su conversación con Jack. Con el beneficio de la perspectiva, comprendió que sus emociones habían estado oscilando. Aunque en ese momento era consciente de lo exagerado de su reacción ante la pregunta de Jack de quién era el padre, ya que no había sido del todo irrazonable, se otorgaba el mérito de haber sabido manejar la situación y haber mantenido la compostura. Si consideraba lo que estaba en juego, bien podía haber sido la conversación más importante de su vida. A partir de ese momento, lo único que podía hacer era rogar para que Jack respondiera tal como ella esperaba. Teniendo en cuenta la trayectoria de Jack, sus posibilidades eran solo de un cincuenta por ciento.
En la calle, frente al trabajo, había varias furgonetas de la prensa y la televisión, lo cual indicaba que algo relevante había sucedido durante la noche. Laurie se puso en guardia. Tratar con los medios era la faceta que menos le gustaba de su profesión. En el pasado había tenido amargas experiencias con los periodistas que habían llegado a poner en peligro su carrera.
Por un momento, Laurie vaciló y se preguntó si no sería mejor dar un rodeo por la calle Treinta, donde estaba la entrada trasera de la oficina. Observó las furgonetas. Solo había tres, y ninguna tenía desplegadas las antenas, lo cual indicaba que no se disponían a emitir. Conjeturando que lo que las había llevado hasta allí no debía de ser material de primera plana, Laurie subió la escalinata y entró. Una docena de periodistas y varios cámaras se habían acomodado en el vestíbulo.
Saludando a Marlene, que siempre iba algunas horas los sábados por la mañana, Laurie intentó cruzar la zona de recepción para que ella le abriera. Inmediatamente, un reportero la reconoció y le salió al paso metiéndole un micrófono bajo la nariz. Los cámaras se echaron sus aparatos al hombro, y se encendieron unos cuantos focos que bañaron de luz el vestíbulo.
– Doctora, ¿le gustaría hacer algún comentario acerca del accidente? -preguntó el periodista mientras los demás se amontonaban alrededor, micrófono en mano-. En su opinión, ¿se trata de un suicidio o es que alguien empujó a los dos chicos?
Laurie se quitó el micro de delante.
– No tengo ni idea de lo que me están preguntando. Además, cualquier información que salga de esta oficina ha de recibir antes el visto bueno de su director, de su segundo o del Departamento de Relaciones Públicas. Eso es algo que ustedes ya saben.
Dicho lo cual se abrió camino hacia la sala de identificación haciendo caso omiso al alud de preguntas que la perseguía. Para su alivio, vio a Robert a través del cristal, y con su ayuda consiguió entrar y cerrar la puerta a su espalda dejando a los periodistas plantados en el vestíbulo.
– Gracias, Robert -dijo Laurie quitándose el abrigo.
– No son más que una manada de hienas -contestó el jefe de seguridad.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Un par de adolescentes fueron arrollados por el metro.
Laurie torció el gesto. Aquel panorama le iba a resultar emocionalmente duro y la sorprendió que no la hubieran llamado durante la noche. Por suerte, los forenses disponibles en ese momento eran competentes y tenían la experiencia suficiente para encargarse de los casos más peliagudos. Se trataba de residentes de Patología que se ganaban un dinero extra trasnochando.
– ¿Se ha procedido a la identificación?
– Sí. Se hizo todo durante la noche.
Laurie se alegró. Para ella, el proceso de identificación resultaba lo más desagradable, especialmente tratándose de niños porque invariablemente suponía tratar con unos padres destrozados.
Laurie pasó a la oficina de identificación y le agradó comprobar que su guardia coincidía con la de Marvin. Este ya había preparado café y dispuesto las carpetas de los casos que se habían presentado y tenía una de ellas delante.
Laurie y Marvin intercambiaron un saludo de bienvenida y se sirvieron una taza de café.
– Parece que vamos a tener un día muy ocupado -dijo Laurie contemplando los expedientes.
– Eso me temo -convino Marvin, que golpeó con los nudillos la carpeta que tenía frente a sí-. Además, nos ha llegado otro de esos extraños casos de fallecimiento postoperatorio del Manhattan General.