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– ¡Cielo santo! -exclamó Laurie al contemplar los restos del primer muchacho. Los adolescentes no le suponían tanto obstáculo como los niños pequeños, pero seguían siendo difíciles para ella.

Ser arrollado por un tren figuraba en lo más alto de la escala de experiencias traumáticas. El brazo del chico había sido seccionado a la altura del hombro y descansaba al lado del torso. Cabeza y rostro habían quedado reducidos a pulpa. Iba a resultar imposible adecentar los cuerpos para los padres.

Laurie empezó el examen externo describiendo los más que visibles traumatismos. Resultaba evidente que el cuerpo había quedado atrapado bajo las ruedas del tren hasta que este se había detenido.

– Aquí está el segundo -dijo Marvin apartando la camilla vacía y dejándola en un rincón.

Laurie le hizo un gesto con la mano sin volverse. Había encontrado algo inesperado en el pene del chico que la había llevado a examinarle las plantas de los pies. Marvin se le unió al otro lado de la mesa.

– Ya me había fijado en eso -dijo siguiendo la dirección de la mirada de Laurie-. ¿Tú qué opinas?

Además de las abrasiones, se veía una zona requemada.

– ¿Dónde están los zapatos? -preguntó Laurie.

– En una bolsa de plástico, en el vestíbulo.

– Tráelos -pidió Laurie. Estaba preocupada, y enseguida se acercó al segundo chico.

Cuando Marvin regresó con los objetos personales de las víctimas, Laurie estaba segura de haber resuelto el misterio valiéndose solo del examen externo. Marvin le entregó las zapatillas de los muchachos. Igual que todo lo demás, eran un feo espectáculo. Laurie las cogió y comprobó las suelas.

– Me parece que lo ocurrido está bastante claro.

– Ah, ¿sí? -preguntó Marvin-. Ilústrame.

En ese momento, la puerta de la sala se abrió bruscamente, sobresaltando a los dos. Era Sal D'Ambrosio, uno de los ayudantes del depósito, y sonaba más animado que de costumbre.

– Tenemos un cuerpo sin cabeza y sin manos que acaba de llegar junto con unos cuantos policías. ¿Qué hago?

– ¿Lo has pasado por rayos X, pesado y fotografiado como se supone que hay que hacer? -preguntó Laurie.

En agudo contraste con Marvin, que apenas necesitaba que le dijeran nada, la apatía de Sal solía poner de los nervios a Laurie. Existía un protocolo que había que seguir con todos los cuerpos que llegaban.

– De acuerdo, de acuerdo -contestó Sal percibiendo la impaciencia de Laurie. Pensé que estando la poli por aquí iba a ser distinto.

Se retiró, y la puerta se cerró.

Laurie hizo una breve pausa. Oír que acababa de llegar un cuerpo sin manos ni cabeza le producía una sensación de déjà vu que la retrotraía siete años atrás, cuando le habían llevado un cadáver similar que había estado flotando un tiempo en el East River. No sin esfuerzo, habían logrado identificarlo. El nombre del sujeto resultó ser «Franconi», y el tal Franconi había acabado llevándola a ella y a Jack a través de una increíble aventura por Guinea Ecuatorial y África Occidental.

– ¡Eh! -exclamó Marvin sacándola de su ensoñación-. ¡Vamos! Me tienes en ascuas. ¿Qué ha pasado con estos dos chicos?

Laurie se dispuso a explicarlo, pero la puerta de la sala se abrió nuevamente y para sorpresa de ambos, entró una figura con mascarilla, gorro y enfundada en una bata.

– Lo siento, pero no se permite el acceso. Es peligroso, y hay que llevar obligatoriamente un traje protector -dijo Laurie alzando la mano igual que un agente de tráfico. Por un momento, pensó que se trataba de algún periodista especialmente audaz que de algún modo había logrado burlar los sistemas de seguridad.

– ¡Venga ya, Laurie! -contestó el hombre parándose en seco-.Jack me dijo que durante los fines de semana las normas no eran tan estrictas y que solo se pone ese maldito traje si existe riesgo de infección.

– ¿Eres tú, Lou? -preguntó Laurie.

– Sí, soy yo. No irás a obligarme a que me meta en uno de esos trajes, ¿verdad? No lo soportaría.

– Si Calvin te ve, te expulsará de por vida.

– En serio, ¿cuántas posibilidades hay de que entre?

– Ninguna, supongo.

– Ahí lo tienes -dijo Lou. Se acercó a Laurie, miró los restos de los dos chicos y desvió bruscamente los ojos-. ¡Puag! ¡Menudo espectáculo! ¿Y tú te ganas la vida con esto?

– Sí, tiene sus desventajas -convino Laurie-. ¿Qué te trae por aquí a estas horas de un sábado?

– El caballero sin cabeza con el que he venido. Créeme, ha organizado un bonito revuelo en el Manhattan General. Ya te lo digo, ese sitio se va a convertir en mi maldición.

– Creo que será mejor que me pongas en antecedentes.

– Esta mañana me llamaron de madrugada. Según parece, el tipo que se ocupa de los cadáveres en el General llegó a trabajar a la hora de costumbre y se encontró con un cuerpo que en principio no tenía que estar allí. -Lou se echó a reír-. No sé, eso de encontrarse con un cuerpo de más en el depósito tiene su gracia. He oído de cuerpos que se han perdido o que no estaban donde debían, pero encontrarse con uno de más resulta poco corriente.

– ¿Y por qué te llamaron a ti? ¿No se podía hacer cargo la policía del distrito?

– Mi capitán se enteró justo después de que allí asesinaran a su cuñada. Prácticamente tiene línea abierta con el hospital. Así que me ha llamado a primera hora y me ha ordenado que moviera mi culo hasta aquí. El problema es que no hemos hecho ningún progreso con el caso de su cuñada, de modo que me toca joderme. De todos modos, este caso presenta algunas similitudes porque el cuerpo tiene lo que parecen ser dos agujeros de bala, igual que la cuñada.

– ¿No hay identificación?

– No. Ni idea. Y en el hospital no falta nadie, ya sea entre los pacientes o entre el personal.

– ¿Y qué hay de las manos y la cabeza?

– Han desaparecido. No se han encontrado en ninguna parte.

– ¿Y me dices que tu capitán cree que este cadáver está relacionado en algún sentido con el caso de su cuñada?

– Bueno, no lo dijo con estas mismas palabras, pero eso era lo que estaba pensando sin duda. Esto es de lo más raro. Este cuerpo estaba limpio como una patena cuando el tío del depósito lo encontró en el fondo de la vieja nevera de Anatomía. Nada de sangre ni tripas. Nada, como si el tío acabara de salir de la ducha. Si quieres saberlo, este asunto me parece de lo más raro; y mira que en mi carrera he visto la tira de casos raros.

– ¿Cómo habían cortado las manos y la cabeza?

– ¿A qué te refieres?

– A si eran cortes limpios o si las habían seccionado a hachazos.

– No. Limpios, muy limpios.

– ¿Quizá como solo un médico sabría hacerlo?

– Supongo. No se me había ocurrido, pero sí, de ese modo.

– Suena a caso intrigante.

– ¿Te ocuparás de él ahora mismo? El capitán me ha dicho que quiere noticias lo antes posible.

– Estaré encantada de hacerlo, pero no antes de haber acabado con estos dos chicos.

Lou miró a Laurie y echó otro vistazo a los restos.

– ¿Qué ha pasado aquí?

– Dos chicos arrollados por un tren.

Lou hizo una mueca.

– ¿Y esto es lo que ha atraído a los tipos de la prensa que hay en el vestíbulo?

– Eso me temo. La simple idea de ser atropellado por un tren ya es bastante macabra, pero lo que realmente interesa a esa prensa sensacionalista es si se trata de un doble asesinato o de un doble suicidio.

– Sí -dijo Marvin interviniendo por primera vez-, me iban a aclarar el misterio justo cuando ha irrumpido usted.

– ¿De verdad? -preguntó Lou, que venció su renuencia y se acercó un poco más-. Parece como si a estos chicos los hubieran metido en una picadora de carne. ¿Qué fue, suicidio o asesinato?

– Ninguna de las dos cosas. Fue un accidente.